"Estoy pensando en dejarlo", tan hipnótica como desesperante

"Estoy pensando en dejarlo", tan hipnótica como desesperante

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Querido Teo:

Estamos tan hambrientos de buen cine tras los meses de parón en la industria que había una gran expectación en torno a "Estoy pensando en dejarlo", la primera apuesta cinematográfica de nivel de Netflix de cara a la nueva temporada y el nuevo trabajo como director de Charlie Kaufman que, no obstante, sigue siendo recordado especialmente por ser el guionista de "¡Olvídate de mí!" (2004). El tercer trabajo como director de Kaufman tras “Synecdoque, New York” (2008) y "Anomalisa" (2015) es un viaje casi pesadillesco y nihilista sobre la rutina, las convenciones sociales y las relaciones de pareja que adapta la novela de Iain Reid y que no deja de ser un conjunto tan hipnótico como plomizo en el que lo críptico impide cualquier conexión emocional con sus personajes.

“Estoy pensando en dejarlo” trata sobre una joven (Jessie Buckley) que emprende con su novio (Jesse Plemons) un viaje en coche hacia una granja de la América profunda para conocer a los padres de éste. Llevan seis meses de relación y ella tiene claro en una insistente y reiterativa voz en off que quiere dejarlo pero, aun así, y a pesar de la nieve y la ventisca que se promete durante el viaje, emprenden el camino.

La cinta se podría decir que se desarrolla en cuatro actos en una de las apuestas más teatrales de Kaufman y que se dividen en el viaje de ida, en el encuentro con los padres en la casa, el viaje de vuelta y un epílogo que más que encajar piezas lo que hace es fomentar el desconcierto. Un hecho que podría tener tintes cómicos pero que el director aborda con un realismo grotesco y descarnado que potencia la sensación de encierro para una joven que cuando todavía no ha llegado a su destino ya está deseando volver a casa. Buckley logra que el espectador empatice con la confusión de ella pero también haciéndole consciente de una barrera que nos impide conocerla en verdad ante ese juego de espejos que se plantea, las continuas llamadas misteriosas que recibe o el recitado de poemas de los que no es autora.

Aunque parece que la película se va a centrar en el personaje de esa joven pelirroja de pelo rizado, y en cómo elegir el momento para dar carpetazo a una relación que no tiene futuro, poco a poco el peso de la historia pasa sin darnos cuenta de ella a él y es que éste, Jake, es el único que tiene nombre en la película y del que, al final, da la impresión de que es el que tiene entidad real en ese juego de dobles identidades, realidades alternativas y sueños truncados.

Si el personaje de ella nos confunde y desorienta, no sabiendo realmente quién es de entre todos los trabajos y estudios que parece estar llevando a cabo y sus desconcertantes cambios de humor y vestuario, sobre él se asienta el vínculo emocional de la película como ese hombre hermético, poco dado a transmitir sus sentimientos, acomplejado y marginado desde los tiempos de colegio, y que se avergüenza de unos padres tan excéntricos como imprevisibles, a los que está condicionado de cara a tener relaciones con los demás, a la vez que es un apasionado de los musicales (especialmente de “Oklahoma!”) en los que encuentra en cierta manera una catarsis frente a su mundo y los que lo configuran en forma de público entusiasta en la platea.

“Estoy pensando en dejarlo” gana por una puesta en escena sólida, pictórica y lírica que fascina en su atemporalidad a pesar de los escenarios pretendidamente claustrofóbicos en los que se mueve como el interior del coche como refugio de la ventisca nocturna, una casa con sótano lúgubre y con papel pintado, la heladería en medio de la nada, o los pasillos vacíos de un instituto que insinúan ser ese caldo de cultivo de frustraciones y vejaciones de muchos de los que han pasado por allí y también las cadenas de los que allí permanecen como almas en pena. Una atmósfera terrorífica desde el punto de vista psicológico en el que el derrumbe emocional de los personajes está siempre al filo del acantilado y que impide ante la impecable dirección de Kaufman que abandonemos la vista de la pantalla a lo largo de dos horas y cuarto que a todas luces son demasiadas.

En lo nuevo de Charlie Kaufman hay soledad, hastío y una profunda sensación de desvalimiento y recuerdos alterados por el drama personal de cada uno. Es una pena que la melancolía inherente de unos personajes, cuya sonrisa (o más bien mueca) no es más que una máscara que oculta lo que verdaderamente sienten, quede engullida por una película con diálogos repetitivos, plomizos y tan elevados que pretenden dar a la cinta un tono tan culto que suena impostado.

No hay más que verlo en unas conversaciones sobre arte abstracto frente a fotografía, literatura o poesía que desembocan en, por ejemplo, una disección (por otro lado brillante) del trabajo de Gena Rowlands en “Una mujer bajo la influencia” de John Cassavetes o el análisis a la obra de David Foster Wallace, escritor atormentado que como referencian en la película ha hecho que el morbo de su suicidio haya eclipsado el legado de su obra. También las pinturas sobre el trauma de Ralph Albert Blakelock, la novela “Ice” de Anna Kavan, el libro “Society of the spectacle” de Guy Debord, los poemas de Eva H.D. o la canción Baby, it´s cold outside de Frank Loesser. Mucha palabrería impostada, tediosa y tan erudita como excluyente entre helados de Oreo dulzones.

Si el viaje de ida y vuelta en coche pretende que conozcamos y comprendamos mejor a la pareja, en realidad lo único a lo que contribuye es a que nos parezcan más antipáticos e insoportables ya que son incapaces de hablar de alguien que no sea de ellos mismos y evidenciar la inexistente conexión de dos personas que sólo se han encontrado fortuitamente y que, a pesar del aprecio que se tienen fruto de la rutina, demuestran que no tienen nada en común. Sólo la escena de la cafetería, con claras referencias a la obra de David Lynch y supuestamente la representación del tren de los horrores de Jake, y esa improvisada escena de película tan propiamente noventera que representa la que pudo ser la primera cinta de la pareja cogiendo los títulos de crédito de Robert Zemeckis para "Contact", avivan el tedio al que nos lleva un viaje realmente desesperante para la paciencia y que demuestra que el gran lastre de la cinta es su escaso ritmo y poder de dosificación así como el tener unas pretensiones mayores de las que ofrece su resultado.

Aun así en “Estoy pensando en dejarlo” reside una extraña fascinación que le lleva a ser una obra singular, áspera y esquiva pero con unos valores estéticos, simbólicos e interpretativos fascinantes atesorando también cierta poesía del cine de los Coen como “Barton Fink” o “Fargo”. Una incomodidad malsana que rodea a una propuesta en la que se lucen especialmente Toni Collette y David Thewlis como los padres de él, granjeros excéntricos y con evidentes taras mentales que dejan patente que no dan más de sí de lo que ofrecen esa noche a la hora de conocer a la novia de su hijo. Cada gesto y risotada de ambos hace que más que caer en la parodia muestren la complejidad de unos seres que no pueden dar más que lástima y reflejar su amargura. Son lo mejor de una cinta que encuentra sus momentos de auge en ese segundo acto de conversaciones espontáneas, obvias y réplicas desconcertantes que, lamentablemente, acaban derivando en el juego de espejos y de realidades alternativas tan del gusto de Kaufman y que no hacen más que añadir perplejidad y desconcierto.

Alguien con la planificación y el rico universo que es capaz de crear Charlie Kaufman deja en “Estoy pensando en dejarlo” interesantes mimbres, demasiado difusos y erráticos, depositándolo todo en la atmósfera y en el supuesto valor interpretativo que tienen sus imágenes sobre la incapacidad de conectar con los demás y el tener que convivir con nuestra soledad y demonios, siendo visto por los demás como un ser asocial dominado por inseguridades y miedos. Valioso en el punto de vista de la fotografía contar con el empaque lúgubre pero bello de Łukasz Żal, nominado a 2 Oscar por sus trabajos en “Ida” en 2015 y “Cold war” en 2019.

Una película condenada a no dejar indiferente, entre los que la detestarán y los que la adorarán (sin entenderla) como clásico de culto instantáneo, pero para nosotros no deja de ser un bonito plomazo lleno de ínfulas, diálogos de filosofía vacua sostenidos en detalles estéticos y un mensaje desolador sobre las relaciones humanas condenadas a no encajar ante las aristas con las que la vida va definiendo a cada uno, así como los sueños que quedaron perdidos bien por el conformismo o bien por los condicionantes sociales. Kaufman cumple en forma pero, sin sorprender ni brillar, crea una marcianada más tediosa y desesperante que sugerente sobre la idealización del amor y las grietas a las que se enfrenta cuando se baña de realidad, alejándose de los aplausos que en forma de ensoñación sustentan la felicidad hacia la que todos vamos en busca como refrendo de una vida que pueda haber valido la pena.

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Nacho Gonzalo

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