Escalofríos de cine: Cine de terror de la Universal... El hombre invisible, o ¡lo qué hay que ver!
Querido Teo:
Reconozcámoslo, ¿quién no ha deseado alguna vez poseer el don de la invisibilidad?. ¿Cuántas posibilidades no se abrirían ante nuestros ojos al cobijo de no ser vistos?. ¿Cuáles de nuestras ocultas ilusiones no se despertarían?... Cuando H.G. Wells concibió la idea allá por 1897 quizás no imaginó que su “grotesco romance” se convertiría en la fantasía recurrente de las generaciones venideras, y es que el autor de obras tan significativas del género fantástico como “La isla del Dr. Moreau” o “La guerra de los mundos”, supo ver, antes que nadie, a través precisamente de lo que no se ve, ese universo de posibilidades e ilusiones y, afortunadamente para nosotros, lo hizo encauzándolas hacia el terreno de los instintos más primarios y perversos del ser humano y, claro, allí le esperaría la Universal.
Sólo había un problema, ¿cómo encuadrar al hombre invisible en la categoría de monstruo espeluznante al estilo de Drácula, Frankenstein, la momia o el propio hombre lobo?, aunque con este último pueda compartir cierta similitud, al tratarse de un hombre que se transforma en ser tan abominable. Podría serlo desde el mismo momento en que, por supuesto, la Universal así lo decidió… ¡faltaría más!, y ya desde una óptica más seria, cuando la monocaína (sustancia inventada para la ocasión) generadora de la invisibilidad, provocaba como efecto secundario, no reflejado en el prospecto, una demencia tal, digna de catapultar a nuestro protagonista al olimpo de los monstruos.
Dicho y hecho, tendríamos nuestro hombre invisible como monstruo imperecedero al estilo de los precedentes. Así en 1933, el reputadísimo director James Whale, que ya lo fue de "Frankenstein" y de su magistral secuela, dirigió una de las mejores películas de este repertorio de cine de terror. Siguiente paso, dar con el actor que habría de asumir tamaño papelón, ¿cómo se interpreta a alguien a quien no se ve?... ¿Karloff?, parecía lo lógico, sin embargo Whale no andaba muy por la labor y decidió arriesgarse con un desconocido cuyo mayor atributo venía que ni pintado para la ocasión… su voz. Claude Rains se hizo mítico con tan sólo unos segundos de apariencia en la pantalla, al final de la película cuando ya moribundo recuperó la visibilidad, y lo hizo desde el poderío de su imponente vozarrón que le catapultó, ya para siempre, al pedestal de los secundarios de lujo de aquel Hollywood tan añorado, ya sabes, con aquel capitán Renault todos presentimos que aquel era el comienzo de una hermosa amistad…
Algunas consideraciones vienen a la mente cuando de comentar este referente cinematográfico se trata. La primera y más importante es el riesgo que se asumió al llevar a la pantalla algo decente en cuanto a credibilidad, lo que se consiguió con creces, pues los efectos visuales utilizados fueron tan innovadores como asombrosos para la época. Tampoco faltaron las excentricidades del guión, pues delatado por sus huellas en la nieve y abatido a tiros por la autoridad, aquel diagnóstico de pulmones perforados se antojaba casi mágico, teniendo en cuenta la transparencia del herido… licencias. No faltaron los clichés que acompañaban a cada una de las cintas de la serie, cómo pueden ser la atormentada chica del mad doctor que aun en la demencia de este, no podía dejar de amarlo y sufrir por él (en esta ocasión le correspondió a Gloria Stuart, quien se haría inmortal décadas después encarnando el papel de la entrañable viejecita portadora del anhelado collar, en la mega producción de James Cameron “Titanic”); tampoco se echó en falta el “amigo-colega” del monstruo protagonista, que aprovechaba el primer devaneo de la prota para tirarle los tejos mientras olvidaba cualquier fidelidad hacia aquel. Ni, por supuesto, aquellos secundarios que aparecieron en cada una de esas fantásticas películas y que dejaron un legado en las mismas sin el que difícilmente, serían hoy lo mismo. Ejemplo claro será la hilarante e histriónica Unna O´Connor… ¡¡¡genial!!!.
Jack Griffin, no contaba con volverse loco al alcanzar el reto de la invisibilidad, ni con aquellos aires de dominador del mundo que le convirtieron, gradualmente, en un asesino sanguinario. Tampoco con que no hallaría de forma alguna el antídoto, por lo que el final no podría ser otro: irremediable persecución, ristra de muertos, caza y exterminación del no visible, por este orden y de momento claro… vendrían cuatro secuelas más.
Y la primera de ellas fue… sencillamente formidable. A diferencia de las secuelas de la momia o del propio Drácula, aunque todas fueran películas estupendas, si bien más cercanas a la serie B, y al igual que ocurrió con Frankenstein y el hombre lobo, “El hombre invisible vuelve” de 1940, fue una dignísima sucesora del original. Lejos de quedar relegada al ostracismo, siendo producida por el hecho de que había que explotar el filón, ¿te suena?, la rentrée de nuestro traslúcido amigo fue por la puerta grande y apoyada en unos impresionantes efectos especiales, que superaron en muchas ocasiones a la primera parte (esta, junto a las dos siguientes, fueron las únicas películas de todo el repertorio que obtuvieron una nominación a los Oscar, precisamente en esta categoría), logró que el personaje, ahora caracterizado por Vincent Price, tuviera una evolución tan digna como merecía. El argumento resultó muy sólido con una trama completamente distinta de la primera y a su vez original, eso sí más cercana al suspense fantástico que al terror monstruoso.
Con “La mujer invisible” del mismo año, se intentó de nuevo recurrir, nadie sabe muy bien porqué, a la vieja fórmula de cambiar de género al monstruo, algo que nunca había funcionado, salvo en el caso de “La novia de Frankenstein”, lo que condujo irremisiblemente al fracaso de la tercera de la saga. Quizás el hecho de exponer a la joven modelo Virginia Price a aquella máquina que la convertía en invisible tuviera una connotación un tanto subida de tono para la que el público americano todavía no estaba preparado, supongo que nunca lo estará; y es que hay que recordar que uno se hacía invisible a medida que ¡¡¡se iba desnudando!!!... demasiada provocación… fracaso absoluto pues.
Sin duda la saga del hombre invisible fue la más irregular, pues la calidad de las cintas no iba decreciendo, sino más bien se instaló en una montaña rusa dependiendo de los hechos que la rodeaban y que terminaban por apoyarla o desfavorecerla. Así, si el intento de dotar al personaje femenino de la precuela a esta, de ciertos tintes sexuales resultó fallido, la siguiente, “El agente invisible” de 1942, se vio muy beneficiada por el halo de propaganda americana con que se dotó a la obra, ya en plena Segunda Guerra Mundial. Los efectos visuales seguían siendo el pilar en el que se sujetaba el personaje, pues no se abandonaron, al estilo de la momia, sino que se fueron mejorando en cada película. También ayudó el casting, con Jon Hall como nieto heredero de la fórmula mágica del primer hombre invisible, pero sobre todo con Peter Lorre, cuya interpretación de japonés antiamericano resultó vital. Además esta fue escrita por Curtis Siodmak que ya hizo lo propio con la imprescindible “El hombre lobo”. Todos estos factores ayudaron mucho a su éxito y es que además, un espía que se infiltra tras las líneas nazis para desbaratar sus planes, provisto, literalmente, con tan sólo una gorra y una gabardina, no podía fallar… en ninguno de los sentidos.
Con “La venganza del hombre invisible”, de 1944, ya se decidió estirar la goma demasiado, al estilo de las otras sagas, hasta que a alguno le saltó en un ojo y se decidió que ya estaba bien. Se daba una vuelta de tuerca más a un hombre invisible convertido ahora en vengador hacia aquellos que le dejaron tirado en medio del desierto y sin su parte de un botín que hasta allí habían ido a buscar. Si bien no estuvo a la altura de las precedentes, si fue un digno final.
Dicho todo esto, seguro que habrá quien siga pensando que nuestro hombre invisible no merecería ser incluido en el selecto equipo de nuestros grandes monstruos míticos, pues tras la “vista” de la saga, parece que la comedia llegó a estar muy presente, estando impregnada de situaciones tan hilarantes como “poco terroríficas”, que dejaron no menos de una carcajada… será el momento de esbozar una sonrisa… pero tal y como lo hacía el señor Griffin por supuesto…
César Bela
Artículo sublime, nada más que decir
Sencillamente genial, estoy deseando ver todas las películas que aparecen en el artículo, es impresionante la habilidad que tienes para conmover al lector y sentir esa inquietud de admirar tantísimas obras que están guardadas en la memoria o simplemente que nunca hemos tenido la suerte de conocer.....
Me ha gustado muchísimo tu artículo. Creo que voy a aficionarme a las pelis clásicas o al menos necesito ver algunas del Hombre Invisible.
César Bela y el hombre invisible...interesante artículo