“El odio que das”, un grito frente a la injusticia
Querido Teo:
No pasó por salas españolas uno de los pequeños fenómenos del circuito independiente USA de la temporada de premios 2019. “El odio que das” se puede recuperar ahora en Movistar+ donde ha llegado de manera directa después de conseguir la nominación a mejor intérprete joven para su protagonista en los Critics´Choice Awards y ser considerada la mejor película del año para los críticos de Los Angeles Online e Indiana. La cinta de George Tillman Jr. explora algunos de los miedos y temores de una población negra que, por muy integrada que esté todavía en la sociedad, sigue peleando frente al racismo, la violencia y el abuso policial en un grito en forma de movimiento #BlackLivesMatter.
Starr Carter oscila constantemente entre dos frentes: el barrio pobre de Garden Heights, en su mayoría afroamericano, donde vive, y la escuela preparatoria rica, Williamson, en su mayoría blanca, a la que asiste. Este equilibrio incómodo entre esos mundos se hace añicos cuando Starr es testigo de la muerte de su amigo de la infancia, Khalil, a manos de un oficial de policía. Ante las presiones de la comunidad, Starr deberá encontrar su voz y defender lo que cree que es correcto. Una cinta poderosa en su puesta en escena y que con fiereza y rabia enarbola la bandera de la justicia para una generación “millennial” comprometida y activa pero que tiene que luchar contra ese mal congénito que es el odio arrastrado generación tras generación.
En “El odio que das” no es necesario irse a las revueltas sociales de mediados del siglo XX sino a un Estados Unidos actual tan complementario como diametralmente opuesto en el que Starr ha aprendido a vivir una doble vida. Ser la chica negra que tiene que subsistir en el suburbio en el que vive y en el que se ha criado, en el que las drogas, las peleas de bandas y la idiosincrasia de la raza negra puebla el barrio, y el colegio privado al que fue trasladada junto a sus hermanos tras la muerte accidental de su mejor amiga con el fin de, al menos, encontrar algo más de seguridad fuera de un entorno en el que se dispara primero y se pregunta después.
Una cinta en la que Audrey Wells adapta la novela de Angie Thomas publicada en 2017 y que se inspira en el caso de Oscar Grant, un joven afroamericano fallecido a los 22 años tras un disparo policial el día de Año Nuevo en la California de 2009. Eso sí, ésta podría ser la historia de tantos otros como la del asesinato del crío de 14 años Emmett Till por, presuntamente, silbar a una mujer blanca, o el reciente caso esta semana de un hombre negro, George Floyd, neutralizado con la rodilla de un guardia en el cuello hasta morir por asfixia por la policía de Minneapolis después de la llamada de un supermercado por sospechar que Floyd les había pagado con un cheque falso.
El caso de George Floyd se ha convertido en simbólico ante la crudeza de unas imágenes vistas por todo el mundo pero también ha sido noticia esta semana el caso del vídeo viral en el que Amy Cooper fingía de manera desesperada en una llamada por móvil a la policía que estaba siendo intimidada por un hombre negro que, como muestran las imágenes, solamente le recriminó que no llevara a su perro atado durante un paso por Central Park en Nueva York. El caso ha generado tantas críticas, mostrando ese racismo latente y conocido que lleva a presentar una denuncia falsa sabiendo las consecuencias que tendrá ello al ser la otra persona negra, que incluso Cooper fue despedida de su trabajo en una empresa de gestión de inversiones cuando se desvelaron los hechos.
Todo ello son casos que demuestran que el racismo sigue siendo una lacra en un país como Estados Unidos que, al menos, ahora tiene como defensa el altavoz de las redes sociales y las grabaciones para mostrar las imágenes al mundo, detalle que también queda expuesto como defensa en “El odio que das” en los momentos en los que los agentes pretenden cruzar la línea.
Eric Garner murió estrangulado por la policía de Staten Island (Nueva York) en 2014, Jamar Clark disparado por una presunta disputa con una mujer en Minneapolis en 2015, Philando Castile asesinado mientras conducía con su novia y le fue solicitada la identificación confesando éste que tenía un arma legal en el coche en Minnesota en 2016, y hace tan sólo unas semanas se conocía como el 23 de Febrero de este año el joven Ahmaud Arbery corría haciendo deporte por el barrio de Brunswick, Georgia, pero fue interceptado y disparado mortalmente por un padre y un hijo que le confundieron con un ladrón que había cometido algunos robos recientes en el vecindario.
George Tillman Jr., director de cintas con poco recorrido como “Hombres de honor” (2000), “Notorious” (2009) o “El viaje más largo” (2015), explora una senda en la que el cine americano se ha movido a la hora de retratar el racismo a lo largo de las décadas y los siglos y que ya pasa por títulos recientes como “12 años de esclavitud”, “Mudbound”, "Loving", “El blues de Beale Street”, "Infiltrado en el KKKlan", “Detroit” o “Fruitvale Station” en los que el espectador ha sido más que consciente de la situación de la raza negra, todavía hoy marcada por el odio y el sesgo y muy lejos de la igualdad social frente a los blancos.
Una luminosa Amandla Stenberg es esa Starr de 16 años que se mueve entre dos mundos, el de su infancia y el de su origen, definitorio en ella por siempre, y el aspiracional, el que está bien visto, el que supone aceptar las reglas de otros aunque sea renunciando a las propias de uno. Será un hecho fatídico, que afecta al amigo de infancia y primer amor de Starr, y que ella misma presencia, el que la convierta en protagonista involuntaria de un caso de abuso policial que salta a los medios siendo ella testigo y aprovechándose de ello los demás, para unos como reivindicación de los derechos oprimidos y para otros como un suceso para seguir estigmatizando dentro de ese canon prejuicioso en el que las fuerzas de la ley amparan de manera desigual repartiendo culpabilidades simplemente por el color de su piel hasta que se demuestre lo contrario.
Starr tendrá que dar un paso adelante confrontando dos escenarios que, hasta ahora, ha mantenido separados el uno del otro teniendo que hacerlos confluir, no sólo por las circunstancias obligadas frente a lo que se supone negarse a uno mismo y no ser frente a los demás realmente quien uno es, sino para encontrar su propia voz en el mundo. Siendo la misma Starr la que tiene al clásico novio blanco de instituto y cotillea en redes sociales con las amigas pijas pero también la que procede de un entorno tendente a la desestructuración en el que convive con sus padres, su hermano pequeño y un hermanastro, mientras los jóvenes de allí saben que su único futuro para salir de la miseria es subsistir trapicheando en el mejor de los casos y siendo un peón para las bandas criminales del barrio en el peor.
Y es que hasta algo tan obvio como el asesinato a sangre fría de un joven negro sólo por la sospecha de que tiene un arma puede ser pervertido por una sociedad que cree lo que quiere creer dentro de sus ideales y creencias y que tiende, desde determinado estatus de la clase blanca, a empatizar más con ese joven policía traumatizado por lo sucedido, defendido por sus padres en televisión, presentado por ellos como un error frente a un joven negro que al revelarse que estaba relacionado de manera tangencial, y obligado por la miseria de las circunstancias, con un grupo de narcotraficantes es visto por este grupo de personas como alguien que, a su juicio, ha encontrado lo que se buscaba al moverse en esos entornos y que, tienen en la bandera de esa causa como cualquier otra, la excusa perfecta para ser solidarios “de boquilla” y saltarse algo tan mundano como una clase de Matemáticas.
“El odio que das” es un buen alegato para estos tiempos que corren de enfrentamientos broncos, odios irracionales y conatos de violencia entre unos y otros a través de una ideología mal entendida que es avivada por los políticos para sacar rédito partidista, alejándose de cualquier interés de país a pesar de que éste se mueva en terrenos peligrosos cercanos al guerracivilismo. Es algo muy parecido a lo que ocurre en la película a otro nivel ya que unos son incapaces de ponerse en la piel de los otros, así como verse iguales o enriquecerse precisamente de la diversidad, algo que es lo que ha provocado que Starr se avergüence de la otra parte de su vida, según esté con unos u otros sintiéndose una extraña permanente. Una sociedad que alza la voz y que necesita ser escuchada frente a un caldo de cultivo de falta de comprensión y tolerancia que no es más que un polvorín siempre a punto de estallar.
Una cinta que bien merece ser reivindicada ante el impacto de un mensaje y de unas escenas que la elevan por encima de esa mezcla de géneros que va del cine “indie”, el drama racial o el subgénero llamado “young adult”, en lo referente a la iniciación de su protagonista a la hora de madurar y encontrar a la mujer de futuro que terminará siendo. La secuencia del abuso policial, o ese momento inicial en el que el noble y protector padre de Starr enseña a ella y a sus hermanos como deben de reaccionar cuando algún policía les detenga, están llenos de fuerza y simbolismo así como la espiral de ese hecho fortuito y fatal que desembocará en que todo ese recelo latente explote, más todavía cuando incluso la familia de Starr esté en peligro al desvelarse las malas compañías con las que estaba relacionado Khalil, en concreto los miembros de la banda de King que, en cierta manera, actúan como los caciques de la zona.
Además de una estupenda Amandla Stenberg, en un papel que ha sido lanzadera para ella, encontramos también a Russell Hornsby y Regina Hall como los padres de Starr y a los prometedores Lamar Johnson como su hermanastro Seven y Algee Smith como Khalil. También vemos a Common como Carlos, el tío policía de Starr consciente de las deficiencias del cuerpo del que lleva su placa en una desoladora escena con Starr en la cocina, Anthony Mackie como el violento King e Issa Rae como April, la abogada que encauza ese sentimiento de dolor global provocado por la muerte de Khalil.
“El odio que das” es una cinta accesible, poderosa y necesaria desde un punto de vista educacional a la hora de mostrar la rabiosa lucha de una joven por dar voz a la injusticia sufrida por aquellos que no pueden defenderse mientras a su vez, y durante ese viaje, se da valor a ella misma, a lo que es y a lo que siente, digan lo que digan el resto, cumpliendo eso que siempre le ha enseñado su padre, el no verse obligada a callar frente a los demás.
Una adaptación que logra ser el retrato de una generación actual que vive con el odio del pasado como hándicap para su evolución y que, independientemente de raza, edad o condición, logra crear un mensaje inspirador, didáctico y emocionante de rebeldía frente a la sinrazón y la brutalidad de aquellos que imponen el poder y que se aprovechan de él para abusar de los demás.
Nacho Gonzalo