“El diablo a todas horas”, un círculo generacional de fe, violencia y perdición

“El diablo a todas horas”, un círculo generacional de fe, violencia y perdición

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Querido Teo:

"El diablo a todas horas" es el tercer título (de los muchos que vendrán) con el que Netflix saca pecho esta temporada después de "Da 5 bloods: Hermanos de armas" de Spike Lee y "Estoy pensando en dejarlo" de Charlie Kaufman. Antonio Campos, uno de los artífices del éxito de la serie “The sinner”, dirige y coescribe un relato sobre la fatalidad del destino adaptando la novela de Donald Roy Pollock contando con la producción de Jake Gyllenhaal a través de Nine Stories Productions.

Una voz en off ajada y presente durante toda la cinta, la del propio escritor en la versión original, es el hilo conductor que nos lleva al origen literario de una historia que abarca dos épocas y unos personajes que confluyen sin pretenderlo, seres atormentados o que han visto perdida su inocencia por los hechos y que ya no pueden más que sobrevivir en un entorno marcado por la pobreza, la desesperanza y el arribismo.

Un periodo de entreguerras, entre la lucha en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial y el alistamiento para la Guerra de Vietnam, en una América profunda olvidada y tendente a perversiones aupadas en la fe y en el abandono que sienten la mayoría de sus personajes amparándose en un Dios que no les escucha y al que no sirve ningún sacrificio.

Una propuesta tan elegante y sórdida, con un estilo de dirección exquisito en la planificación, apoyándose en la rica fotografía de Lol Crawley y en la atrayente música de Danny Bensi y Saunder Jurriaans, que nos llevan a dos historias que desembocarán la una en la otra demostrando el importante papel que juega el destino. Es al tranquilo pueblo de Knockemstiff (Ohio) al que vuelve Rillard Russell (Bill Skarsgård) reencontrándose con su madre y enamorándose de una camarera pelirroja llamada Charlotte que le fascina al primer vistazo a pesar de todos los traumas que arrastra por lo visto y vivido en el campo de batalla.

Esto no es más que un primer giro de los acontecimientos ya que la madre de Rillard había pedido a Dios que si su hijo volvía con vida se casaría con una joven cuyos padres murieron, y a la que ella está protegiendo, pero en las tareas del amor no hay reglas escritas y por circunstancias de la vida, igual que Rillard se enamora de Charlotte (Haley Bennett), la joven Helen Hatton (Mia Wasikowska), objeto de esa maniobra celestina, queda fascinada por el predicador Roy Laferty (Harry Melling), un hombre excéntrico y verborreico que va de iglesia en iglesia llevando a cabo su particular ritual sobre la fe acompañado de un primo tullido y de unas arañas como parte del espectáculo.

Dos matrimonios paralelos que se forman en un entorno de hombres rudos, machistas y alcohólicos, y cuyos hijos terminarán compartiendo la casa familiar de la abuela de los Russell cuando la fe obcecada y su incorrecta interpretación divina a la hora de anteponer sacrificios humanos y animales como causa para evitar un mal mayor, lleva a los padres de éstos a la locura y a sembrar una senda de muerte a su paso.

Será unos pocos años después cuando estos niños crezcan y veamos a Arvin (Tom Holland), traumatizado por cómo su padre intentó buscar la ayuda del Señor y siendo ya un joven asqueado del mundo, en contraste con la inocencia devota de Lenora (Eliza Scanlen), tan cándida como su madre pero también tan tendente a sentirse atraída por charlatanes mesiánicos.

La llegada al pueblo de un joven reverendo al que honrar, Preston Teagardin (Robert Pattinson), un matrimonio que recorren las carreteras inhóspitas para cumplir un fetichismo malsano (Jason Clarke y Riley Keough) y un sheriff que no quiere perder su posición en las próximas elecciones (Sebastian Stan) completa la panoplia de personajes que, sobre todo en sus roles masculinos, no puede reflejar más descreimiento en lo que es la raza humana cuando pierde su civismo y se deja llevar por instintos primarios y una religión servida sólo como arma arrojadiza o disperso elemento de refugio.

Todo ello deja una atmósfera desoladora, triste y arrepentida en la que unos personajes se tiñen de sangre pero otros reflejan en su mirada estar enterrados en vida, ante a lo que parecen abocados sin posibilidad de cambiar el destino de su sino. Dentro de su impecable reparto hay que destacar a un convincente Tom Holland, que se echa sobre sus hombros el peso de la responsabilidad y de la poca honestidad que parece estar presente en la atmósfera, así como los arrebatos de violencia heredados de su padre.

Estupendo un Robert Pattinson tan seductor como excéntrico en una especie de Charles Manson anterior al movimiento hippy, renunciando en el rodaje a contar con un entrenador para el acento sureño preparando él mismo el personaje que bebe de los telepredicadores y las estrellas del pop de los 70. Uno de esos tipos que se aprovechaban de su apariencia y labia para subyugar a mentes moldeables. También merece mención un gran Bill Skarsgård ante el camino psicológico que emprende con el fin de que su mujer no le sea arrebatada.

Un juego de espejos bien engarzado, quizás algo evidente, pero que es un viaje hacia lo peor de la condición humana, asilvestrada y como una marioneta de la fe y el destino. Un drama familiar entre cruces de madera entre carreteras y que reflejan el drama del dolor bélico y una providencia a la que se agarran las almas perdidas fruto de la desesperación mientras, como esa mascota del pequeño Arvin, los atisbos de moralidad se pudren. Un golpe de realidad en forma de mueca macabra con ecos al cine de los Coen y manteniendo la tensión de lo inevitable en un impecable formato de 35mm.

Es verdad que mantener el reto narrativo de la novela de encajar las piezas de una estructura no lineal podría haberse resentido en pantalla pero la cinta centra bien el corazón de la historia y la relación de unos personajes que, a pesar de pulular por esas carreteras de manera independiente, están ligados sin saberlo. Un cuento gótico y coral en formato de gran tragedia usamericana bebiendo del cine de los Coen pero también de la obra de autores como Cormac McCarthy o William Faulkner. Un ejercicio sólido y salvaje sobre los vericuetos por los que nos lleva la vida, nuestro pasado y el camino al que parecemos portados sin remedio.

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Nacho Gonzalo

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