El cine de Alejandro Amenábar, suspense, cámaras de vídeo y dramas de época
Querido Teo:
El próximo 27 de Septiembre se estrena “Mientras dure la guerra”, la nueva película de Alejandro Amenábar; un director imprescindible y capital que irrumpió en nuestra cinematografía a mediados de los 90 y que, con su ópera prima, dio un golpe sobre la mesa tan fuerte que aún puede escucharse y que puso patas arriba todo el panorama cinematográfico patrio, llegando a ser considerado por muchos poco menos que un Mesías.
Y sí bien es cierto que en sus comienzos parecía ser el elegido que traería el equilibrio a nuestra industria fílmica (ya que era un autor renacentista que escribía, dirigía, producía y componía y que, además, tenía a crítica y público en el bolsillo); lo cierto es que, al igual que Anakin Skywalker, acabó siendo seducido por el reverso tenebroso del endiosamiento y la comodidad de donde esperemos sepa, pueda y quiera salir. Su talento y pulso fílmico son innegables, pero su elevado autoconcepto y la sobrevaloración crítica y mediática de alguno de sus trabajos le han hecho cometer más de un error de cálculo en su alabada carrera. Como decía el crítico Jordi Costa: "Amenábar es la punta de un iceberg, un personaje fruto de una construcción colectiva. Amenábar es el fruto de un consenso global y total con el que no puedo estar más en desacuerdo. El gran mérito de Amenábar es ser un conjunto vacío. Uno en el que cada cual refleja lo que quiere". Si Costa tiene o no la razón absoluta está en cada uno el otorgársela, aunque vamos a concederle, al menos, el beneficio de la duda en alguna de sus afirmaciones.
Nacido en Santiago de Chile en 1972, Alejandro Amenábar emigró a España con tan solo dos años de edad, cuando sus padres huyeron del golpe de Estado del dictador Pinochet. Desde muy temprana edad tuvo inquietudes artísticas y musicales. Devorador de novelas de misterio como “Los cinco” o “El club de los siete secretos” de Enyd Blyton, fue con “La casa torcida” de Agatha Christie con la que algo hizo click en su cabeza. Su giro final y desenlace fue algo que nunca se vio venir mientras la leía y fue algo que le impactó tanto que, posteriormente, empaparía parte de su obra como creador.
A los seis o siete años ya escribía sus propias historietas a las que acompañaba con la música de su teclado eléctrico. Sin embargo, Amenábar era desconocedor de que se podía estudiar cine y su intención era estudiar arquitectura hasta que alguien le habló de la carrera de imagen y sonido. Y a partir de ahí, todo cambió.
Decidido a estudiar dirección, se matriculó en la Complutense donde coincidió con Mateo Gil y fue en primero de carrera donde dirigieron su primer cortometraje titulado “La cabeza” (1991). Para eso, Amenábar comenzó a trabajar de jardinero y reponedor de supermercado para ahorrar dinero y comprarse una cámara de video. Según afirma, fue con esa cámara mediante ensayo y error donde Amenábar realmente aprendió la técnica. Ese primer cortometraje fue algo muy aficionado (rozando lo cutre) y experimental que ganó el primer premio en el Certamen AICA (Asociación Independiente de Cineastas Amateur). Un premio modesto y pequeño que, sin embargo, le supuso una pequeña inyección económica.
Su siguiente cortometraje se tituló “Himenóptero” (1992) y, como suele suceder siempre con los primeros trabajos de muchos autores, contiene ya las primeras esencias y temas (el cine como agresión emocional y física) de lo que acabaría por convertirse en su ópera prima, “Tesis” (1996). Con un estilo mucho más firme y refinado y unos movimientos de cámara totalmente acertados, el corto acabó ganando varios premios de carácter local.
El tercer cortometraje de Amenábar llevaba por título “Luna” (1994) y, en este caso, supone un espejo temático de lo que más adelante acabaría por conformar la historia de “Abre los ojos” (1997). Además, supuso la primera colaboración entre el director y el actor Eduardo Noriega (aún estudiante de Arte Dramático). Aunque la verdadera estrella de la función es la actriz Nieves Herranz, que realiza una composición verdaderamente reseñable. El cortometraje funcionó muy bien en ciertos circuitos y consiguió ganar el premio José Luis García Berlanga al mejor guión y que consistía en rehacer el cortometraje en versión 35mm y formato cine. Por eso, existen dos versiones (ligeramente diferentes) de “Luna”.
En medio de todo eso, el cortometraje “Himenóptero” (1992) llegó a las manos de José Luis Cuerda (al que le pasaron el corto para que viera a la actriz protagonista) que supo ver el potencial de un jovencísimo Amenábar cuya dirección mostraba un talento innato y al que, básicamente, acabó apadrinando y animándolo a escribir el guión de un largometraje. Así nacía un director que ha rozado las mieles del éxito y que supuso una inspiración para toda una generación que, sin embargo, ha acabado tropezando y dando algunos pasos errados. Un director con una filmografía cuyo tema central es siempre la búsqueda de la verdad y (sobre todo) sus consecuencias. Una filmografía con luces, sombras, cámaras de vídeo, dramas de época, cierta distancia emocional con sus personajes, giros imposibles, intriga y fantasmas.
“Tesis” (1996). Yo nunca he visto un muerto
Un jovencísimo Alejandro Amenábar, que contaba solamente con 23 años, se puso al frente de un proyecto instigado por José Luis Cuerda que acabó por convertirse en una de las mejores películas que ha dado nuestro cine. Un thriller tan firme, tan bien rodado y tan ejemplarmente dirigido que, aún a día de hoy, sigue siendo la vara de medir para el cine de género español. Cierto es que se nota el ajustado presupuesto, pero se suple con pericia e ingenio, añadiéndole además una capa de realismo y de atmósfera cotidiana que le viene como anillo al guante para la historia que Amenábar nos quiere contar y que fue parte del éxito de la película debido a su “plausibilidad”.
Con una planificación milimétrica con la que se podría sincronizar cualquier reloj suizo, Amenábar nos cuenta la historia de Ángela (Ana Torrent), alumna de comunicación audiovisual que prepara una tesis sobre la violencia en el cine. Junto a su compañero de clase, Chema (al que da vida un joven Fele Martínez lleno de energía y cinismo) descubrirá una red de cintas “snuff” en la que chicas de su entorno cercano y compañeras de clase son brutalmente torturadas y asesinadas. A ellos se les unirá Bosco (Eduardo Noriega haciendo lo único que sabe hacer), un niño pijo que tiene una cámara de vídeo que despierta ciertas sospechas. Giros hitchckonianos y persecuciones frenéticas (rodadas con la maestría de un veterano) por la facultad, unidas al sólido guión y una férrea puesta en escena, dan como resultado la mejor (que no la más perfecta) obra de su director.
El éxito de “Tesis” fue tal que acabó ganando 7 Premios Goya, incluyendo el de mejor película. La crítica se rindió a los pies de Amenábar (al que bautizaron como Orsoncito; algo que probablemente era desmedido) y el público abrazó una propuesta que les resultaba a su vez, fresca, seria e inquietante debido a su cotidianidad y cercanía (cualquier universitario de España podía perfectamente verse a sí mismo corriendo por los pasillos de su propia facultad huyendo de alguien). El boca a boca hizo el resto. “Tesis” sigue siendo la película con la que toda una generación descubrió que el cine español tenía un grandísimo potencial y podía enfrentarse cara a cara con el cine internacional y salir victorioso. Y causar esa sensación colectiva y mantenerla más de 20 años después es un logro del que muy pocos pueden presumir.
“Abre los ojos” (1997). ¿La verdad?, puede que no la soportaras
Dicen que cuando un autor entra pegando fuerte con su primer trabajo, su segunda obra está sometida a un gran escrutinio por parte de la crítica que espera con los cuchillos en la mano para poder tirarse a la yugular. La presión que podría sentir un director tan joven como lo era Amenábar, que justo acababa de saborear las mieles del éxito (y los premios) con “Tesis”, probablemente fuese alta, pero eso no impidió que nos presentara una segunda película que es una acrobacia. Un triple tirabuzón sin red. Y el aterrizaje fue espléndido. Hablamos de la cinta más compleja de su director.
Amenábar nos cuenta aquí una historia en tres actos que comienza como una comedia romántica naif, que se torna en thriller psicológico en su segundo acto y que acaba explorando terrenos existencialistas y de ciencia ficción en su conclusión. Toda una declaración de intenciones en la que Amenábar utilizó toda su cinefilia (y un presupuesto tres veces mayor que el de “Tesis”) para tratar de ofrecer algo completamente distinto (al menos muy poco explorado) y tratar de sorprender aplicando todos los códigos del género de manera ejemplar. Realidad virtual, amor, crimen, desasoiego y existencialismo. Y todo esto, contado en un relato que comienza “in medias res” que exige al espectador bastante más de lo que estábamos acostumbrados en 1997.
Con una gran recepción en los Festivales de Sundance, Tokio y Berlín (premio a la mejor dirección en la sección Panorama), la taquilla sin embargo fue modesta con a proximadamente unos 6 millones de euros actuales. Dio beneficios pero no hizo a nadie multimillonario. Además, consiguió 10 nominaciones a los premios Goya siendo totalmente ignorada y perdiendo en todas las categorías a las que optaba. Pero eso es lo de menos; lo importante es que Amenábar nos regaló una obra ambiciosa y adelantada a su tiempo que, en cierto modo, inauguraba los temas e inquietudes del siglo XXI un par de años antes del pistoletazo de salida. Para Amenábar, “Abre los ojos” es su peor película. Obviamente, nadie peor que un autor para analizar su propia obra y opinar sobre su propio trabajo, porque no puede estar más equivocado.
“Los otros” (2001). La pérdida
“Los otros” supone la obra cumbre de Alejandro Amenábar como director y formalmente su mejor película. Nunca, en toda su filmografía, el resultado entre lo buscado y lo encontrado ha sido tan perfecto. No hablamos de una película cualquiera; lo hacemos de la película más taquillera del cine español a nivel internacional. Recaudó la friolera de 27 millones de euros sólo en nuestro país con un presupuesto de 17. Y acabó con una taquilla mundial de 210 millones de euros. Ninguna película española ha recaudado más en todo el mundo. Un rotundo éxito.
Pero no sólo el público se rindió a la propuesta de Amenábar; la crítica adoró la cinta que acabó teniendo una valoración de 74 en Metacritic. La película nos contaba un clásico cuento de fantasmas protagonizado por una Nicole Kidman en estado de gracia, en la que es una de las tres mejores interpretaciones de su carrera. Y eso es decir mucho de una actriz a la que llaman la Faraona por algo. Aprovechando un mágnifico uso del punto de vista de una manera que haría sonrojar al mismísimo Hitchcock, Amenábar nos relata una tragedia familiar de tintes góticos que bebe de los relatos clásicos de terror. Un cuento melancólico y terrorífico sobre cómo el dolor y la pérdida nos deja tan vacíos por dentro que nos hace convertirnos casi en fantasmas.
Con una puesta en escena es de un clasicismo delicioso que por ratos recuerda a George Cukor, una fotografía de Javier Aguirresarobe que sabe aprovechar la luz hasta su último halo y unas interpretaciones memorables al servicio de un guión construido en todo momento alrededor de sus personajes, “Los otros” es una cinta que gana con cada visionado. 8 premios Goya (incluyendo mejor película y mejor sirector), nominaciones a los Bafta y a los Globos de Oro y estreno mundial en el Festival de Venecia con ovación incluida no pueden equivocarse. “Los otros” es una grandísima película que roza la perfección con los dedos.
“Mar adentro” (2004). Ecos de telefilm
Un director nunca puede, ni debe, encorsetarse en un género. Y Amenábar ya había destilado perfectamente el suspense y el terror con sus tres primeros trabajos; así que era momento de dar un giro de 180º. Y ese giro lo encontró en “Cartas desde el infierno”, la publicación del gallego Ramón Sampedro y su testimonio de lucha por su derecho a morir. Este material, que había llegado a manos de Amenábar durante el rodaje de “Abre los ojos”, parecía el indicado para que el autor diera su salto definitivo al drama, demostrando que tenía mucho que aportar al género. Lamentablemente fue un gol que dio en el palo y casi fue.
“Mar adentro” es una cinta tan irregular como visualmente magnífica. Si una cosa hace Amenábar en este film es aprovechar la geografía del plano y utilizarla en todo momento al servicio de la historia. Se nota aquí un refinamiento exquisito en sus formas, pero todo se va al traste en cuanto el director se posiciona para con la historia porque, a partir de ese momento, deja de hacer una película y pasa a hacer propaganda dramatizada. Y no contento con eso, debido a la incapacidad de Amenábar de crear personajes que no tengan cierta distancia emocional y sean casi asépticos, aquí utiliza todos los clichés posibles del drama para lanzárselos al espectador a la cara y tratar de que sean carismáticos. Salva la papeleta el tener un reparto en estado de gracia, donde cabe destacar por encima del resto a Lola Dueñas y Mabel Rivera.
Encumbrada por el público, exagerada por la crítica y con una taquilla enorme, “Mar adentro” ganó 14 premios Goya, convirtiéndose en la cinta más premiada de estos galardones (etiqueta que le queda enorme) y ganando el último Oscar para España hasta la fecha. Un drama con ecos de telefilm que fue todo un fenómeno al que a más de uno se le escapó por completo.
“Ágora” (2009). Imponente drama histórico
Cuatro años después de llevarse a casa el Oscar a la mejor película de habla no inglesa por su anterior (y sobrevalorado) trabajo en “Mar adentro”, Amenábar volvió a dar un giro que nadie se vio venir, adentrándose en el drama histórico y, afortunadamente, la jugada le salió redonda. “Ágora” no sólo es una buena película. Además, está dirigida con la firmeza de alguien que sabe perfectamente lo que quiere contar y cómo lo quiere contar, rozando por momentos cotas altísimas.
Lo que en un comienzo iba a ser una cinta sobre el cosmos, acabó convirtiéndose en la historia de la filósofa Hipatia de Alejandría y sus hipótesis sobre astronomía y descubrimiento del heliocentrismo y las órbitas elípticas y que, en realidad, no es más que un macguffin para hablar del fanatismo, el miedo y cuestionar la propia existencia como humanos. Un impresionante relato histórico con una dirección de producción, vestuario y ambientación a la altura de las grandes superproducciones del Hollywood clásico y unos actores que son un acierto de casting absoluto, destacando por encima de todos a Rachel Weisz, en una composición llena de energía y melancolía que emociona con sólo una mirada.
Amenábar utiliza todos los recursos y herramientas que ha ido aprendiendo a lo largo de los años para presentar la historia (esta vez sí) sin posicionarse y situando al espectador casi en el punto de vista de Dios (esos planos picados ponen los pelos de punta) en una mirada a la Tierra y a los hombres y su poder de descubrir y destruir. Un trabajo de dirección que se encuentra entre lo mejor de su carrera (y eso es decir mucho), sabiendo dejar respirar a la historia y creando a nivel de guión (al fin) unos personajes con matices emocionales con los que el espectador puede empatizar.
“Regresión” (2015). La vergüenza ajena
Tras ganar 7 Goyas con “Ágora”, y regresar de nuevo por la puerta grande del buen cine, Amenábar se dedicó a recrearse, descansar, rodar algunos videoclips y a participar de secundario invitado en los realitys de sus amigos. No se puede afirmar a ciencia cierta que fueran esas decisiones lo que hicieron que su talento se oxidara, pero lo que se suponía iba a ser el regreso de Amenábar a sus orígenes de thriller y suspense, resultó en un subproducto perezoso y aburrido que abochornó al público del Festival de San Sebastián en su estreno mundial
Y es que “Regresión” no puede estar peor ejecutada, donde cada decisión es un error detrás de otro. Que Amenábar es capaz de dirigir y sabe colocar la cámara es algo totalmente indiscutible, pero más allá de eso no encontramos ni un solo elemento rescatable. Desde unas interpretaciones que caminan entre lo anodino (Ethan Hawke) y la vergüenza ajena que provoca tanto el personaje como la interpretación de Emma Watson (probablemente una de las peores actrices en activo) a una construcción narrativa y de ritmo que parecen hechas por un aficionado.
Plana, con un montaje errático, con un guión que no es capaz de engancharte lo más mínimo y una desastrosa puntuación en Metacritic de 32, nos encontramos con el punto más bajo en la carrera de Amenábar. Un autor que ha demostrado que sabe dar mucho y muy bueno pero que, en este caso, o no quiso o no supo cómo hacerlo. Y es que, ni los genios son infalibles. Esperemos que “Mientras dure la guerra” nos traiga de regreso al Amenábar que levantaba pasiones, que era adorado por crítica y público y que, sobre todo, hacía grandísimas películas. Hasta entonces.
Sr. Finch
Excelente artículo, con el que además coincido prácticamente en todo. Enhorabuena Mr Finch.
Amenábar nació en 1972, sino habría tenido 15 años cuando hizo Tesis.
¿Emma Watson una de las peores actrices? solo puedo decir.....
¡Por fin, por fin! por fin alguien lo dice Dios mío. Pero es que el reparto de Harry Potter es todo él infumable, empezando por Ruppert Everett que no ha hecho carrera y no me extraña. Emma Watson está exterminable en la primera y en las demás no pasa de correcta en los mejores momentos, con unos pocos gestos que no engañan a nadie acostumbrado a ver películas y actores de todo tipo. Nunca se debió dedicar al cine, o como mucho dedicarse a pequeños papeles.Todo lo demás en ella es puro amateurismo, interpretaciones de teatro de colegio e imagen, mucha imagen de feminista y mujer moderna que no pueden tapar una absoluta falta de talento cuando llega el momento. El fenómeno Harry Potter venía muy embalado y envuelto, pero el paso del tiempo será implacable con las interpretaciones de no pocos de sus "actores", especialmente la de ella y la de Radcliffe por su gran peso y el de Everett por su nula calidad.
En cuanto a Amenábar estoy muy de acuerdo con mucho de lo que has dicho, Finchy, pero no con que Ágora es tan buena. No solo el personaje de Rachael Weisz era un reclamo para atraer público, la pretenciosidad intelectual de Amenábar roza lo insoportable, la trama no acaba de cuajar, no acabamos de ver personajes definidos y saber quién lleva el timón de la trama; y su panfletismo ideológico simplista es demasiado evidente, además de haber aprovechado para mostrar carne masculina a todo pasto como reclamo algo fácil.