“Déjales hablar”, una travesía agradable e intrascendente salvada por el reclamo de sus actores
Querido Teo:
Lo nuevo de Steven Soderbergh, "Déjales hablar", ha llegado directamente a HBO siendo una muestra de que el ganador del Oscar por “Traffic” está muy lejos de esa retirada con la que lleva amenazando desde hace una década. Es verdad que tampoco se le echaría mucho de menos ya que sus ejercicios de vanguardismo cercanos al onanismo fílmico no han estado a la altura de lo que prometía en sus inicios ni en denuncia, irreverencia o, simplemente, entretenimiento. En su segunda colaboración con Meryl Streep propone una travesía que no es que sea desagradable o aburrida pero que, en verdad, no deja de ser una anécdota (una más) dentro de su filmografía bañada ahora de un retrato ligero de melancolía y soledad.
26 nominaciones al Oscar avalan a los cuatro protagonistas de la película siendo ese principalmente el reclamo para que un usuario de la plataforma se interese por esta cinta. Decíamos lo de travesía porque en realidad, con una puesta en escena marcada por la improvisación de los actores, sobre un guión de poco más de 50 páginas que se rodó con teléfonos móviles a lo largo de dos semanas, lo que hacemos es acompañar en un crucero de lujo a estos personajes.
Una road movie que no tiene mucho ni de iniciática ni de adentrarse en la América profunda, como suele ser habitual en el cine USA, sino que en realidad es una mirada al pasado, la fragilidad de la confianza como base de las relaciones humanas, las segundas oportunidades y el proceso en el que cobra forma el talento creativo.
Alice (Meryl Streep) es una escritora de éxito a la que su nueva agente literaria, Karen (Gemma Chan), está presionando sobre su nuevo manuscrito, el cuál no termina de arrancar. Estamos ante una mujer caustica, vanidosa y con cierto ego que está en un momento de su vida que sabe que no le debe nada a nadie más allá que a su faceta de escritora. Cuando surge la posibilidad de recibir un premio en Inglaterra, el cual valora más que el Pulitzer que ya ganó por el hecho de ser la tierra de una de sus autoras favoritas, se decide a emprender un crucero (aunque ella entienda que esa palabra es imperfecta ya que en realidad no se cruza nada) que le lleve hasta allí debido a su fobia con los aviones.
Una manera de reencontrarse y de reconectar con sus dos mejores amigas de la universidad, Roberta (Candice Bergen) y Susan (Dianne Wiest), además de llevarse con ellas a su sobrino, Tyler (Lucas Hedges), el cual se lo toma como toda una experiencia más cuando su tía siempre ha sido una influencia positiva para él frente la mala relación mantenida con sus padres. Él tendrá que hacerse cargo de tener entretenidas a las amigas de su tía ya que ésta tiene claro que la misión de este viaje es la de trabajar y no la de socializar con los demás.
Una vez todos en el barco, incluso la propia agente literaria sin que Alice lo sepa y con el fin de controlar los avances de la novela, se suceden esas largas conversaciones y algunos enredos románticos entre lo casposo y lo previsible, teniendo en cuenta esa burbuja que allí se genera con gente en su mayoría sola que tienen en ese viaje no sólo oportunidad de conocer a alguien sino también la posibilidad de mirarse al espejo y hacer balance. Es lo que ocurre especialmente con Roberta, la cual pasa por problemas económicos tras un divorcio que le pasó factura a todos los niveles y que sólo busca encontrar a un hombre con posibles que la mantenga lo que le queda de vida.
Es lo que ocurre cuando, debido a la metódica rutina de trabajo de Alice que le lleva a pasarse el día escribiendo en su camarote o nadando en la piscina, los demás pasen mucho tiempo solos y entre charlas y confidencias se nos muestran destellos de la juventud que ya se fue, lo que ha pasado en los 30 años que no se han visto, la fascinación intelectual que despierta un escritor de bestseller de crímenes y misterios que también es pasajero, o la atracción que siente Tyler por Karen, la cual aprovechará esta situación para que éste le informe sobre los avances que lleva a cabo su tía para comprobar si se cumple el deseo de la editorial, que lleve a cabo la secuela de su mayor éxito literario, "Tú siempre, tú nunca".
“Déjales hablar” es una obra en su fondo amarga sobre el paso del tiempo, los trenes perdidos y esas disputas no verbalizadas que se van enquistado y que nunca se tiene tiempo de abordar. Es lo que ocurre con Alice y Roberta cuya amistad se ha visto raída por la incomunicación y por el hecho de que una acuse a la otra de haberse basado en su vida personal para escribir la historia de su gran éxito literario, sin reconocerlo y sin recibir alguna gratificación por ello, lo máximo que puede conseguir teniendo en cuenta que la amistad que tenían ya parece fruto de otro tiempo.
En lo que sería un buen escenario para poner las cosas en su sitio, el calibre de lo que puede llegar ser la conversación lleva a que se vaya dilatando en el tiempo hasta que, quizás, sea demasiado tarde para que todo no salte por los aires o ya no poder hacerlo nunca más, intentando evitar que llegue el momento entre galas de disfraces, ligoteos y evasiones hedonistas viviendo de manera más cómoda pero sin lograr que la herida pueda ser supurada enfrentándose al problema.
El talento de Streep, incapaz de abrirse y de atajar la situación, y la vena cínica y herida de Candice Bergen (“¿Siempre ha hablado así?”) dan alas a la película sobre todo por esa mirada de reproche de ésta considerando que la que decía ser su amiga se apropió de su historia mientras ella vive como puede vendiendo ropa interior para la joven amante de turno de cualquier señor mayor pudiendo sólo aspirar a encontrar algo de suerte en ese barco ya que para muchos de sus pretendidos ligues ella ya no es más que "carne podrida".
“Déjales hablar” sufre ser algo dispersa y descafeinada en un guión de Deborah Eisenberg con poco sustento que ni siquiera es especialmente ingenioso a la hora de construir un enredo que en ese escenario podría ser mucho más aprovechable, basándose sobre todo en si Alice descubrirá que su agente literaria está a bordo (y que su sobrino se ve con ella) o si llegará el momento en el que Alice y Roberta se toman esa copa para tener la conversación que en el fondo tanto evitan. Lo demás no dejan de ser divagaciones sobre la vida, el amor, el deseo y, especialmente, el gusto literario que es lo que ha movido la vida de la protagonista y, por extensión, de los que han estado alrededor de ella. Temas importantes tratados con la madurez de la experiencia y los años pero quizás algo deslavazados solventados, eso sí, por la calidad y naturalidad de los intérpretes.
La superficialidad con la que aborda los conflictos lleva a que sea bastante plana y rutinaria, logrando cierto encanto pero que también se evapore pronto en la memoria. Una apuesta que funciona mejor en sus segmentos por separado que en un todo, siendo algo reiterativa y rutinaria sin llegar a un poso emocional que termine de brotar ante el vuelco dramático con el que termina sorprendiendo y que evidencia que hay que disfrutar de la vida y no enturbiarla con malos rollos y reproches por si al final te queda un “te quiero” por decir o un perdón que conceder.
Digna y entretenida pero también menos profunda y emotiva de lo que pretende valiendo la pena por la pericia de un Soderbergh que poco tiene que hacer para levantar este título contando con un cuarteto de estrellas a las que da gusto ver interactuar. Especialmente a una Meryl Streep que de una escritora arrogante y estúpida en un inicio pasa poco a poco a ir abriéndose volviendo a estar en contacto con los demás, sobre todo en los momentos que comparte con su sobrino, un siempre brillante Lucas Hedges que, con su desbordante carisma, en un papel sujeto de ser eclipsado por el trío de veteranas actrices emerge no sólo como el corazón de la película sino también como los ojos de un espectador que, una vez embarcado, aunque sólo sea por agradecimiento ante los buenos ratos vividos con una actriz como Meryl Streep, está dispuesto a vivir la aventura hasta el final.
“Déjales hablar” nos lleva a esa sensación de irrealidad propia de un microcosmos que genera un viaje como el de la película en el que el trayecto es simpático pero que cuando llegas a destino regresas a tu vida normal con rapidez y sin echarlo mucho de menos, como si ello hubiera sido un vago recuerdo que parece que vivió otro y que, en realidad, más que cambiar tu vida lo que hace es que la vuelta a la realidad sea más deprimente. Una travesía clásica, atractiva e inane como las vivencias que sirven para acumular experiencias pero que, cuando echas la vista atrás más allá de un rato agradable, no te han reportado gran cosa en tu vida.
Nacho Gonzalo