Conexión Oscar 2021: "Judas y el mesías negro", revolución y traición

Conexión Oscar 2021: "Judas y el mesías negro", revolución y traición

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Querido Teo:

A pesar del reclamo de sus nominaciónes al Oscar se ha considerado por parte de su distribuidora que "Judas y el mesías negro" no era suficiente buena opción para atraer a los espectadores que intentan retomar el hábito de la visita a la sala del cine. La cinta de Shaka King ha llegado directamente a plataformas digitales en alquiler siendo una pena no poder disfrutar en pantalla grande de uno de los títulos más estimulantes de lo que llevamos del año. Con todo merecimiento finalmente esta ha sido la opción que se ha llevado a su favor toda la cuota negra de cara a los Oscar dejando en la cuneta a las otras opciones de la temporada, "La madre del blues", "Una noche en Miami..." y “Da 5 bloods: Hermanos de armas”.

“Judas y el mesías negro” nos lleva al convulso Chicago de 1968. La raza negra se ha alzado en armas en contra del racismo congénito de una sociedad que sigue inmersa en la discriminación, la violencia y la falta de oportunidades. Altercados continuos en las calles, manifestaciones y peleas de bandas y la pérdida de dos referentes como Martin Luther King y Malcolm X, ambos asesinados. Todo ese descontento es capitalizado a través del movimiento de los Panteras Negras de vocación nacionalista negra y revolucionaria que nació como mecanismo de autodefensa debido a la brutalidad policial de aquellos años manteniéndose en activo en Estados Unidos entre 1966 y 1982.

En sus inicios, en octubre de 1966, la principal actividad del grupo era la de formar patrullas de ciudadanos armados para vigilar el comportamiento de los agentes de policía, y así desafiar la brutalidad del cuerpo contra los afroamericanos en Oakland, California. En 1969, instauró programas sociales dirigidos a la comunidad, lo que se convirtió en la principal actividad del partido. Los más célebres fueron los desayunos gratuitos a niños y las clínicas de salud locales. El FBI, con J. Edgar Hoover al mando, declaró al partido la mayor amenaza interna para la seguridad del país llevando a cabo un dispositivo con la función de neutralizar estos activos y socavar la imagen de sus miembros comparándolos como un grupo revolucionario muy similar al que representaba Fidel Castro en Cuba.

La persecución gubernamental propició inicialmente un gran crecimiento de los Panteras Negras, y los asesinatos y detenciones de sus miembros incrementaron su apoyo entre la comunidad negra y los grupos de izquierdas, que veían al partido como una poderosa fuerza de oposición a la segregación racial y al servicio militar. La popularidad del mismo fue menguando no sólo por la pérdida de algunos de sus líderes sino por el hecho de los continuos infiltrados que tenían el fin de dinamitar la organización desde dentro y el escándalo que rodeó a algunos de sus miembros, relacionándolos con episodios de tráfico de drogas y extorsión, lo que llevaría a que durante la década de los 70 el movimiento fuera perdiendo fuerza. Se estima que en el momento de auge del partido, el que se desarrolla en la película a finales de la década de los 60, se contaba con oficinas en 68 ciudades y una cifra aproximada de 5.000 miembros.

“Judas y el mesías negro” empieza y termina con discursos reales de la época para presentarnos a William O’Neal un delincuente negro de poca monta que se hace pasar por agente del FBI para a través de una placa falsa abusar del poder que la acreditación le genera y poder así robar coches. Finalmente acaba detenido por el FBI siendo captado por un agente (Jesse Plemons) para, a condición de conmutar su pena por robo y suplantación de identidad, integrarse en el creciente movimiento de los Panteras Negras e informar desde dentro para adelantarse a los pasos y a las actuaciones que emprende la organización.

Especialmente tendrá que ganarse la confianza del presidente de la demarcación de Illinois, Fred Hampton, un activista verborreico y carismático que es visto como un peligro por el mismísimo Hoover (Martin Sheen) ante su poder de captación para ganar seguidores en defensa de su mensaje de reivindicación de la voz negra y sus intentos de unirse con otros activistas afroamericanos para hacer un frente común con en fin de combatir al gobierno y las instituciones de poder.

Es lo que provocará que, a pesar de que Fred Hampton vaya a ser carne de presidio, el FBI no tenga suficiente con ello y organice una operación para acabar con él una noche mientras duerme lo que da justificación al título de la película y asienta la complicada situación en la que se encuentra un William O’Neal que ve que, el ser una “rata” para informar a los “cerdos” siendo expresiones en las que el argot se refiere respectivamente a los traidores y a los policías, el peligro ha ido a más ante una psicosis que está calando en una sociedad a punto de descarrilar con unas altas esferas incapaces de controlarlo. De ahí el nerviosismo que les lleva a actuar de esta manera, desproporcionada y sin freno, ante la tensión en las calles acuciada por el descontento por la Guerra de Vietnam y las consecuencias del modelo económico imperante.

La cinta logra ser un intenso thriller que equilibra el protagonismo de las dos vertientes de la historia. Por un lado los mítines y la personalidad de Fred Hampton, un estudioso de la oratoria y la filosofía convertido en líder con sólo 21 años que abraza el socialismo y sabe que de la unión vendrá la fuerza siendo la política la manera de hacer guerra sin sangre. Por el otro los dilemas de un William O’Neal que acaba inmerso en una encrucijada moral viendo con cierto descreimiento los valores del movimiento para después terminar inmerso en la dinámica del mismo. Una misión que empieza con el fin de le sean quitados los cargos policiales pero que también le llevará a un dilema sobre su identidad y de hasta qué punto comulga con las actividades de Hampton y si, en realidad, habrá encontrado un lugar en el mundo en el que se siente más auténtico y útil que siendo un delincuente callejero sin fortuna.

Son Daniel Kaluuya como Fred Hampton y Lakeith Stanfield como William O’Neal los que elevan una película poderosa en su puesta en escena, algo dispersa en sus saltos de perspectiva entre uno y otro, pero entretenida y muy definitoria del movimiento de #BlackLivesMatter que hemos visto en títulos como "El odio que das" o en la reciente "El juicio de los 7 de Chicago", la cual pasaba más de puntillas por la causa afroamericana pero ambientándose en el mismo tiempo y lugar de los hechos apareciendo incluso brevemente el mismo Fred Hampton como asistente y apoyo de uno de los condenados de ese mediático juicio, Bobby Seale, el cofundador del partido de los Panteras Negras.

Además de una propuesta vigorosa y rabiosa, que rodea bien a ese Fred Hampton con el puño en alto frente a la injusticia, la cinta tiene momentos de altura como cuando O’Neal está a punto de ser descubierto (y le obligan a hacer un puente en el coche para evitar sus dudas), el asalto a la casa de Fred Hampton, o los destellos de intimidad de un líder que se quita la gorra y se aleja del micrófono mientras planea una vida en común a punto de convertirse en padre junto a su novia, interpretada de manera notable por Dominique Fishback dando humanidad y alma a un personaje pequeño en la historia pero que le ha hecho quedarse muy cerca de la nominación al Oscar.

Daniel Kaluuya se lleva todos los focos de atención de la película gracias a una mirada enérgica ya característica en la que la fuerza y la vulnerabilidad se dan la mano en función de las necesidades del personaje generándole una gran presencia y empujando al espectador a gritar revolución.

Todo sin desmerecer a un Lakeith Stanfield que se ha convertido en la sorpresa de estas nominaciones al Oscar y cuyos ojos expresivos y ataques de ira (algunos meditados y otros no) reflejan ese torbellino interior en el que hay miedo a ser descubierto, huida hacia adelante para terminar lo antes posible su misión y también mucho de como en realidad tanto la figura de Hampton como su lucha le ha tocado por dentro dándole un y una motivación por vivir. Un personaje ambivalente que termina siendo imprevisible basando en él la riqueza del mismo ante un guión matizado que sostiene la fuerza emocional de la historia de una traición y que le termina erigiendo como el corazón de la película.

“Judas y el mesías negro” se apoya mucho en la estética libre y con claroscuros del cine de los 70 heredando las virtudes del ritmo del cine de Sidney Lumet o Brian de Palma en esta tragedia griega con mucho de rabia, memoria histórica y contradicciones tonales y morales brotando con acierto gracias a una formidable banda sonora de Mark Isham y Craig Harris realzada con canciones de la época que tiran de jazz y soul de manera orgánica creando esa sensación envolvente que nos lleva al entorno convulso en el que viven estos personajes en un momento de bandos, lealtades siempre dudosas y una sensación de tensión latente presente en todo momento. La luz de Sean Bobbitt como director de fotografía también es uno de los aspectos que con merecimiento han sido destacados en las nominaciones a los Oscar de este año.

Una propuesta que definiendo claramente los bandos no ve restada su credibilidad de los hechos y en la que más que la violencia lo importante es cómo reaccionan los personajes a la misma, sin dar tregua y evitando que el público se pierda en nombres o en un argumento confuso ante la complejidad de la época, quedando todo ello muy bien definido explorando la historia de los que levantaron a un movimiento y de las aristas de una traición en un lugar enrarecido en la que las cartas de los negros, que siempre son las peores en la partida, sólo tienen como sustento la capacidad de unirse y gritar "basta ya" aunque eso suponga tantas pérdidas por el camino.

Una película que encuentra su voz propia y que logra sacar todo el partido posible a la historia al crear un conjunto en el que todo se encuentra a gran nivel. Un thriller vibrante que atrapa al espectador y que bordea más la recreación desde un punto de vista documental que el optar por tirar de efectismo o ensalzamientos pero sin renunciar a que la historia tenga su propia esencia. Un puñetazo en la mesa que conciencia y revisita un episodio de la Historia en la que quedó patente que se puede matar a un revolucionario pero no a la revolución o que se puede acabar con el que propugna la libertad pero no la lucha por la misma.

Una crónica de revolución y traición que impacta todavía más por el hecho de sentirse todavía viva en una sociedad polarizada y dividida más necesitada de hechos que tiendan puentes que de soflamas de enfrentamiento y en la que el miedo al futuro es un hecho quedando a merced de los abusos de los que mandan o de la propagación de los discursos de odio.

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Nacho Gonzalo

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