Conexión Oscar 2021: Festival de Toronto: "El discípulo" y "Nunca volverá a nevar"

Conexión Oscar 2021: Festival de Toronto: "El discípulo" y "Nunca volverá a nevar"

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Querido Teo:

Ante la ausencia del cine de Hollywood este año el Festival de Toronto tiene una importante baza con algunas de las películas que ya han pasado y competido por el Festival de Venecia, siendo cintas destinadas a jugar un papel destacado esta temporada en el circuito de autor. "El discípulo" y "Nunca volverá a nevar" son dos muy interesantes propuestas que pueden sacar cabeza sin el oropel del cine que suele presentarse en Toronto con fines de Oscar.

"El discípulo" (Chaitanya Tamhane)

La persistencia por conseguir el éxito

“El discípulo” de Chaitanya Tamhane es una de las cintas que se puede ver en Toronto tras competir en la sección oficial del Festival de Venecia. El realizador ya presentó hace unos años “Tribunal” (2014) y demuestra que centrarse en la tradición más autóctona no le impide ofrecer un mensaje universal. Aquí no es más que la historia de ese eterno discípulo del título que ha bebido de los ritos y disciplinas de la música clásica hindú, sostenida en la voz y en instrumentos de viento, siendo su gran sueño destacar en este campo tanto para seguir el legado de su padre como las enseñanzas de un gurú en la materia.

La cinta se adentra en la espiral que lleva a una persistencia infructuosa cuando la pasión y el esfuerzo no se traducen de igual manera en rendimiento y éxito. El típico caso de una persona que parece destinada a no dar el salto, bien por falta de suerte o por un talento que en realidad no posee. La cultura de la dedicación extenuante ya es algo que se ha visto en el cine en cintas como “Whiplash” pero en este caso, y a pesar de los kilómetros de distancia y sin entrenadores dictatoriales, suena a verdad ese tipo que por muchos consejos, enseñanzas y horas que invierte ve como los frutos no llegan.

Chaitanya Tamhane no escatima en mostrar de una manera reposada el día a día de una tradición de este tipo, lo que lleva a que la película pueda ser algo esquiva al regodearse tanto en ello pero nos termina empujando por la empatía que despierta su abnegado protagonista que recorre con su motocicleta las calles nocturnas de una Bombay vacía mientras suenan en el viento los consejos de una gurú que tampoco tiene una fórmula mágica por mucho que lo intente. Un sueño del que quizás va a tener que aprender a desprenderse para evolucionar ya que su insistencia no le garantiza conseguir lo que quiere por mucho que en la sociedad contemporánea y buenista se hable de que si peleas mucho por lo que deseas acabas consiguiéndolo, algo que no deja de ser frustrante cuando ves que otros, amigos y compañeros, sí que lo consiguen con la mitad de esfuerzo y, posiblemente, con mucha más suerte.

“El discípulo” también se adentra en ese mantra del mundo moderno que consiste en que se te valora según lo que tienes y lo que consigues y que si no triunfas no eres nadie. Eso lleva a frustraciones, depresiones y episodios de ansiedad para una sociedad con tendencia a la automedicación y cuya máscara no muestra lo que realmente uno está pasando por dentro. Todo mientras se asiste a la incomprensión de los demás que miran al otro con condescendencia, por no decir pena, y que más que decir que pelee por su sueño pecan de pragmáticos alentando a que cambie de idea, encuentre un trabajo serio y forme una familia. La cinta se adentra en uno de los dilemas de nuestros tiempos y que también abordaba “La la land”, ¿vale la pena pelear por nuestros sueños? ¿En qué momento debemos darnos por vencidos? ¿Se puede triunfar sin tener que renunciar al amor o a la familia? ¿Vale la pena seguir intentándolo en una sociedad que sólo valora el éxito rápido?

Temas universales en una cinta bien armada, absorbente a la hora de mostrar su faceta cultural y reveladora mostrando la lucha interna de lo que, hasta se demuestre lo contrario, no es más que un soñador cuyo talento quizás no sea el que él cree. Una experiencia áspera e inmersiva, que sufre ser algo alargada y obnubilada por la persistencia de este discípulo, en la que, bajo la fachada de un arte tan respetable como ajeno y recargado para oídos europeos, hay un empeño quijotesco que no parece querer resistirse a los bandazos que da la vida para que el protagonista termine descabalgando. Una apuesta interesante y singular, así como rara y poco accesible, y, en parte, algo descorazonadora.

"Nunca volverá a nevar" (Malgorzata Szumowska y Michał Englert)

El hombre que vino del Este

“Nunca volverá a nevar” es el nuevo trabajo de la prolífica y descolocante Malgorzata Szumowska que en este caso codirige y coescribe junto a Michał Englert que también se encarga de la dirección de fotografía. Una cinta polaca sugerente, metafórica y surrealista sobre un tipo extraño que proviene de Pripyat, ciudad al lado de Chernobyl que sufrió la tragedia nuclear en 1986. Él era sólo un niño de siete años como se referencia en continuos flashbacks sobre como sufrieron la tragedia él y su madre, lidiando de adulto la broma de todos cuando le preguntan por sus orígenes y concluyen que quizás sea radiactivo.

El caso es que este hombretón del Este consigue, de una manera poco ortodoxa, la licencia para ejercer de masajista convirtiéndose en uno más en un barrio residencial adinerado compuesto por casas blancas idénticas en las que habitan familias desestructuradas. Precisamente este tipo se aprovechará de la soledad y los agobios diarios que sufren estas personas para convertirse en un símbolo de la comunidad y, de paso, terminar enamoriscando a todas las madres y mujeres atraídas por su presencia y por la capacidad que tiene de evocarles lugares placenteros de su vida a través de la hipnosis.

Una sátira social con tintes de realismo mágico que en verdad termina siendo la película con mayor empaque y mejor resultado de las llevadas a cabo por la realizadora de “Amarás al prójimo” (2013), “Cuerpo (Body)” (2015), “Mug” (2018) y “The other lamb” (2019). No sólo por lo atinado de la puesta en escena, con un onirismo lynchiano nunca forzado, sino por la carga emocional que hay detrás de la fuerza de esas imágenes y de unos personajes que no necesitan ahondar en palabras para mostrar su vacío existencial propio de una aburrida vida burguesa. Desde el hierático Alec Utgoff al grupo de señoras que le rodean y que en parte recuerdan a las que asistían embobadas a las sesiones de peluquería de Eduardo Manostijeras. Un cuento de hadas gris, críptico y deslumbrante que hace que sea difícil apartar los ojos de la pantalla en su visionado contando también con un guiño a uno de los mayores éxitos del cine europeo de lo que llevamos de siglo utilizando, en un par de momentos, la canción de “Los chicos del coro” que fue candidata al Oscar.

“Nunca volverá a nevar” se interpreta también como la lucha de clases en la que el extraño llega a la casa para ver la vida de éstos desde sus propios ojos, algo así como “Parásitos” que si bien terminaba siendo el reflejo del modo de vida que una familia de clase baja pensaba que merecía, aquí nos encontramos con un chico marcado por la tragedia y por pertenecer a una clase baja que en este caso, al menos, contribuye a reparar y cubrir las apariencias de estos sujetos de clase alta aburridos de espíritu y condición mientras lleva a cabo números de ballet por las espaciadas estancias o, simplemente, da el abrazo reparador necesario diciendo la palabra justa para desarmar a cualquiera.

Una mirada a la Polonia que, como tantos otros países de nuestro entorno, sufre el desmembramiento de la clase media y que aumente la distancia entre clases sociales impidiendo la riqueza cultural que supone su coexistencia ya que mientras los obreros no se sienten merecedores de ello los otros intentan emular una pose en la vida, llevando a sus hijos a colegios franceses, mientras pasan el rato entre copas de vino, pastillas y fiestas de cumpleaños con todo el boato. Una mirada poética a una sociedad cada vez más dividida, ausente y encerrada en sí misma tanto metafóricamente como prisioneros de unas casas con todas las comodidades que les hacen estar a la espalda del mundo, tanto de nuestros vecinos como de aquellos que no identificamos como iguales que nosotros.

Nacho Gonzalo

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