Conexión Oscar 2020: Festival de Toronto (IV): "Judy", "The aeronauts", "Estafadoras de Wall Street", "Ema" y "Martin Eden"
Querido Teo:
Cuarta jornada del Festival de Toronto que arroja los mejores días del festival a tenor de los títulos que se han ido pudiendo ver durante el fin de semana. Hemos visto “Judy”, o la película por la que Renée Zellweger sufre y emociona como una Judy Garland en declive, así como la clásica aventura de “The aeronauts” con Eddie Redmayne y Felicity Jones, el ejercicio de sororidad disfrutón que es “Estafadoras de Wall Street” con Jennifer López a la cabeza y dos de las películas que compitieron en Venecia, la chilena "Ema" y la italiana “Martin Eden”.
Judy Garland es una de las figuras emblemáticas del mundo del espectáculo del siglo XX y era de esperar que en la era de los biopics surgiera un proyecto que le hiciera justicia. Ha sido Rupert Goold el que ha asumido el reto basado en la obra “End of the rainbow” de Peter Quilter cuyo guión ha escrito él mismo junto a Tom Edge (“Lovesick”). Siguiendo el modo de abordar los biopics del cine contemporáneo no estamos ante una cinta que abarque el principio y el fin de su vida sino que se centra en un momento concreto, el de unos años de declive seis meses antes de su muerte y representados en la incierta gira londinense llevada a cabo por la artista en 1968 ya sufriendo los estragos de las adicciones varias y de los traumas de una infancia difícil marcada por los problemas en el seno familiar y en las tiranías de la industria de Hollywood como se ve en esas conversaciones que tiene durante el rodaje de “El mago de Oz” en los escasos flashbacks que tiene la película, siendo los otros los centrados en sus inicios junto a Mickey Rooney y en los que eran observados al milímetro cuidando su dieta pero, por otro lado, dándoles pastillas para mantener su febril actividad. Por tanto, "Judy" tiene su gran baza en no pretender hacer un biopic ambicioso de Judy Garland sino tratar el canto del cisne de una artista que se resiste a perder su brillo en su última gran gira en el Londres de 1968. Todo un homenaje a una leyenda que en cierta manera entronca con lo que vimos en la más que estimable “Las estrellas de cine no mueren en Liverpool” en la que hace dos años veíamos a Annette Bening reflejando los años de enfermedad y olvido de una de las grandes femme fatale del cine clásico, Gloria Grahame.
Por supuesto la cinta no sería lo mismo sin el increíble el trabajo de Renée Zellweger que muta en Judy Garland en cada borrachera, atisbo de genialidad y deseo de volver a enamorar tanto a su público como a ella misma. Una actriz que ha probado los sinsabores del desfavor del público con más de una década de carrera errática y de críticas y burlas en los medios ante los estragos de las operaciones de estética en su rostro. Tras seis años sin estar en ninguna película, en 2016 volvió a asomar por el cine siendo su trabajo en “Judy” su verdadero y necesario comeback para una actriz que estaba en la cresta de la ola a finales de los 90 y principios de los años 2000. La Garland de Zellweger mantiene su dignidad a pesar de la mochila que tiene a su espalda, dos hijos a los que no ve cuánto quisiera, peleas con su manager y un Londres que asiste entre admirado, indignado y con estupor al hecho de en qué estado se encontrarán con la diva en cada noche de concierto. La actriz canta ella misma los tres números que tiene en la película y en cada uno de ellos la baza de su interpretación es primero no imitar la calidad vocal de la Garland (aunque ella no desmerezca en absoluto y lo aborde con personalidad) y segundo el que cada uno de ellos sea enfocado de una manera diferente debido a que también lo es el estado en que se encuentra en cada momento la artista, tanto a nivel de ánimo como de alcohol en el cuerpo. Un potente final de comunión entre público y mito redondea un buen biopic que no necesita más que una brillante interpretación para que merezca la pena disfrutarlo y al que sólo se le puede echar en cara que la figura de Garland sea tan grande que eclipse al resto de personajes a brochazos (tanto miembros de su familia como amigos, colaboradores y jefes de la industria) y que la puesta en escena sea bastante convencional apostándolo todo en su as en la manga lo que lleva al trabajo de Zellweger a estar muy por encima del nivel general de la película.
"The aeronauts" es uno de los títulos de Amazon para esta temporada y ha encontrado en Toronto su segundo puerto tras haberse lanzado a nivel mundial en Telluride. Eddie Redmayne y Felicity Jones vuelven a protagonizar una película juntos después de que su química traspasara la pantalla en la academicista “La teoría del todo” que se plantó en los Oscar de 2015 con 5 nominaciones (incluida mejor película) haciéndose con el premio para el actor británico. La cinta se centra en la piloto de globo aerostático Amelia Wren (personaje que se inspira en el científico Henry Coxwell) y el astrónomo James Glaisher, quienes el 5 de Septiembre de 1862 subieron en globo intentando llegar a lo más alto que nadie hubiera llegado aunque el reto se convirtiera más que en una proeza en una lucha por sobrevivir. La cinta no sólo se apoya en dos actores que brillan frente a frente con carisma, química y encanto sino en el empaque que adoptan a la historia la dirección de Tom Harper (“Guerra y paz”) y el guión de Jack Thorne (“Wonder”).
“The aeronauts” es una de aventuras con aroma clásico y que mantiene intriga, emoción y en la que lo de menos es el latente romance ya que prevalece la pasión por un sueño común, la de dos científicos lastrados por traumas del pasado y por la incomprensión a la hora de ir adelante con sus avances en la materia. La cinta arranca con toda la parafernalia festiva que rodea al despegue del globo y, aunque en un primer momento, se nos presenta a una Amelia Wren desbocada y excéntrica y a un James Glaisher sobrio y poco dado a salir de su esquema matemático y astrónomo, lo que se comprobará a lo largo de la aventura, y de algunos momentos pasados que les han llevado por separado hasta ahí, es en que tienen más cosas que les unen que les separan sobre todo cuando tengan que asumir los estragos de las condiciones atmosféricas tirando de conocimiento, empeño y fortuna. Una cinta sin aspiraciones de premios y qué no las necesita siendo una historia que entretiene y emociona gracias a la empresa quimérica de dos quijotes en globo que no pelean con molinos de viento pero sí con tormentas y desdén profano pero también por la gran empatía con la que los personajes de Redmayne y Jones traspasan la pantalla.
“Estafadoras de Wall Street” se ha convertido sin hacer ruido en una de las películas que parece que es imprescindible ver en Toronto. La cinta de Lorene Scafaria está inspirada en un conocido artículo de la revista The New York Magazine y la historia sigue a un grupo de ex empleadas de un club de striptease que se unen para vengarse de sus clientes de Wall Street. Scafaria adopta un tono propio de Scorsese (y sus amagos de alumnos O. Russell y McKay) en una propuesta donde hay empoderamiento disfrutón, crítica capitalista, comedia gamberra, colegueo femenino y thriller de robos. Strippers que hartas de que las chuleen se toman el mundo por montera en una sorprendente historia no apta para etiquetas. Jennifer López ejerce como estrella total, tan volcánica como audaz y magnética, en una cinta que, pretendiéndolo o no, es una de las radiografías más interesantes sobre lo vivido tras la crisis económica de 2008 y los sectores a nivel global afectados por el desmoronamiento del capitalismo siendo estas mujeres las que se rebelan para marcar con el dedo a los que ellas consideran que representan el estamento culpable que les aboca a una precariedad que no están dispuestas a asumir por los errores de otros.
Sororidad en una critica inteligente y entretenida sobre nuestro tiempo. “Ocean´s eleven”, “El lobo de Wall Street” y “Burlesque” en una coctelera ácida que enarbola la bandera de las mujeres autónomas, con el sexo como arma, frente a un capitalismo deshumanizado en una película que es mucho más que un mero divertimento comercial. Hay que descubrir y valorar lo que es toda una fiesta en pantalla en un chute de espectáculo que funciona como un reloj con un reparto que dentro de sus personajes y lo que es la cinta no puede estar mejor.
"Ema" de Pablo Larraín compitió en el Festival de Venecia siendo el regreso al cine chileno de un director que no ha hecho más que crecer con cintas como “El club”, “Neruda” y “Jackie”. La mirada de Larraín y su agudeza visual para la puesta en escena nos ofrece un producto de una gran calidad teniendo en cuenta que trata con estética musical el tema de la adopción desde el punto de vista de unos padres, él coreógrafo y ella bailarina, que ven su vida conyugal y sus sueños en común dinamitados al tener que haber devuelto al niño que adoptaron tras unos episodios que se revelan en la película. La protagonista inicia una búsqueda desesperada por las calles de Valparaíso, buscando el amor para superar su culpa, y preparando un plan secreto para recuperar todo lo que ha perdido entre encuentros románticos y sexuales furtivos, diatribas sobre si vale la pena seguir adelante en ese matrimonio y reproches y frustraciones por todo lo vivido. Mariana Di Girolamo (magnética inundando la pantalla) y Gael García Bernal (brillante sacando su lado más desinhibido) están estupendos en una cinta irregular en su desarrollo pero en la que la puesta en escena plástica y con referencias simbólicas, en este caso representadas en el fuego que tan inspirador es para la protagonista, la elevan a un buen nivel dentro de la carrera de un realizador con indudable estilo, voz propia y capacidad de diseccionar la psicología de sus personajes con moralejas como la que arroja el cuerpo como símbolo de libertad y el orgasmo como pieza de baile.
"Ema" es una genuina deconstrucción sobre fricciones de una pareja insatisfecha sostenida en un hijo adoptado y el hecho de que hayan tenido que separarse de él. Un viaje a la deriva, argumental y físicamente, pero que es una puerta al derecho a la reafirmación de la mujer y al encontrar la propia autonomía alejándose de los mandatos sociales que hablan de tener trabajo, casarse y tener un hijo. Con momentos especialmente destacados, como el discurso sobre el reggaeton de García Bernal que es memorable, la cinta, un ejercicio de rebeldía, sexo y liberación, es otro gran trabajo del director chileno a la hora de mostrar el alma humana ante el sentimiento de soledad y pérdida como el que vivían esos sacerdotes relegados de su profesión y apartados por sus culpas, el juego del gato y el ratón y la metáfora de un personaje en busca de autor entre un policía y el más afamado poeta chileno, o una primera dama en shock con su vestido rosa todavía manchado de sangre ante el asesinato de su marido.
“Martin Eden” también se vio en el pasado Festival de Venecia y salió de ahí con premio para su actor, un torrencial Luca Marinelli. La cinta de Pietro Marcello lleva a la Italia del siglo XX la clásica novela de Jack London bañándola de ese espíritu de lucha de clases en el país que ya se reflejó en “Novecento”. El marinero que prueba las mieles de la clase alta desde la marginalidad satisfaciendo sus ínfulas de escritor e ideas sociales aprovechándose de su privilegiada situación sobre una subyugante puesta en escena que tira de apabullantes recursos visuales, analogías y simbolismos y material de archivo, todos con gran valor poético, nostálgico y evocador, para dar consistencia a la historia que homenajea a la clase obrera napolitana entre pasado y presente con mensaje socialista, que torpedea ante la excesiva interpretación de un verborreico intérprete que se aprovecha de un lirismo hipnótico y de la carga que tiene una historia en la que entre triángulos amorosos, devaneos políticos y lucha por los ideales y la dignidad reinventa el clásico literario en una historia en la que el arribismo es la vía que encuentra el protagonista para que su voz, ante la oportunidad que le ha sido brindada, sea oída.
Con los textos de Herbert Spencer, sus ensayos sobre el sentimiento romántico que mueve el mundo y la defensa y el sacrificio de la clase proletaria se establece un puente entre presente y pasado entre cartas sobre el poder del amor por un lado pero también el hecho de cómo el sistema y el clasismo puede truncarlo quedando el arte por encima de todo y mostrando como, ante los incontables recursos visuales de los que la cinta hace gala, el arte puede ser la manifestación total que quede por encima de cualquier idea. Es lo que le ocurre a una cinta que, tirando de una estética analógica y buscadamente anticuada casi como de postal antigua, hace que la riqueza de la imagen quede por encima del mensaje y las convicciones de un Martin Eden que, a contracorriente del sino de los tiempos, pone las piedras en el camino (sean suficientes o no) para que si el mundo no cambia por desesperación y rebelión al menos uno tenga el orgullo de intentar haber contribuido a ello.
Nacho Gonzalo
Fiel seguidora de tus crónicas de Festivales de cine quería felicitarte por ellas. Cada día estoy pendiente tanto de tu resumen del día como de tus twiters con tus comentarios concisos, amenos y tan acertados después de tu visionado de cada película. Gracias y enhorabuena por tu cobertura.
Espero que vayas también a San Sebastián como en años anteriores.