Conexión Oscar 2019: “Green book”, del surgimiento de un fenómeno en Toronto al cuestionamiento del voto preferencial en los Oscar
Querido Teo:
Era martes 11 de Septiembre. Noche canadiense. Asistíamos a la premiere mundial de "Green book", la primera película en solitario de Peter Farrelly, la mitad de los hermanos gamberros y transgresores de los 90. El Festival de Toronto había dejado pasar que se vieran en su primer fin de semana algunos de los títulos con más nombre de la temporada para que el camino estuviera libre para una película que la organización se aseguró que sería uno de los lanzamientos del TIFF. Y es que ni Venecia ni Telluride se hicieron con una película que se vendía como la clásica comedia amable, tan eficaz como inane. Pero hubo un chispazo de complicidad en ese pase, un delirio de carcajadas y sonrisas reparadoras. La química de sus dos protagonistas y un guión que sabía muy bien en qué terreno moverse logró traspasar la pantalla. El resto ya es Historia. Un Premio del Público del Festival de Toronto (siguiendo los pasos de "Slumdog millionaire", "El discurso del rey" y "12 años de esclavitud") que fue el preámbulo de una carrera en la que, mientras se hablaba de los hándicaps de “Roma”, “Ha nacido una estrella” hundía sus opciones de manera inexplicable, y no emergía ninguna otra alternativa con la vitola para alzarse como ganadora, “Green book” ha encontrado la carrera hacia el triunfo despejada.
Cómo hemos visto con cintas recientes como “Capernaúm” parece que los guardianes de la moral que pueblan la crítica y las redes sociales son los que nos tienen que marcar con qué nos podemos emocionar y con qué no. “Green book” se enfrenta ahora al peso de la Historia y a las dentelladas de los que cuestionan a cualquiera que tiene la suerte de triunfar y éstos ya hablan de que es la peor película ganadora del Oscar desde “Crash” en la edición de 2006 buscando tirarla de un pedestal al que no han dejado que encuentre acomodo en apenas 24 horas. Aunque cuestionable como ganadora, puede ser cierto, “Green book” como película no tiene culpa de nada. Ha cumplido con creces lo que prometía, provoca una sensación de bienestar y buenos valores hacia los demás y, entre tanto dramón circunspecto, te hace pasar eso tan poco valorado que es un rato entretenido y escapista pero sin renunciar a la calidad de un buen envoltorio culminado con unas grandes interpretaciones. ¿Por qué tendemos a fustigarnos en nuestros placeres y valorar tan poco las películas que nos lo hacen pasar bien?
Por supuesto “Green book” no es la mejor película del año pero tampoco se le puede minusvalorar por ello. No se le puede comparar cintas como “Roma”, “La favorita”, “Black Panther” o “Ha nacido una estrella” con ella porque sería mezclar peras con manzanas, cada una juega en una liga, perfectamente complementarias y, por supuesto, tan válidas y lícitas las unas como las otras. Lo que hay que cuestionare es el modelo que elige el Oscar a la mejor película ¿Queremos que se elija la mejor película del año desde una objetividad crítica que ya de por sí no existe o la que en realidad ha sabido conectar ante el público? ¿Por qué queremos que la Academia se decante excluyentemente por una u otra cosa?
Precisamente esa falta de criterio es el que deja a una Academia timorata que tampoco da lustre a sus ganadores y no se atreve a defenderlos frente al peso y la perspectiva que da la Historia sino que se esconde entre decisiones equivocadas y continuos cambios que nadie les ha pedido, que tampoco son necesarios, y qué se ven obligados a rectificar ante el feedback negativo. Es ahora con una ristra de ganadoras reciente que va de “Birdman”, “Spotlight” y “Moonlight” a “La forma del agua” y “Green book” cuándo hay que preguntarse qué es lo que pretende premiar la Academia. ¿Está el voto preferencial arrojando unas ganadoras dignas pero lejanas de la brillantez? ¿Una muestra de la falta de criterio que prima lo políticamente correcto por miedo a molestar? Los Oscar no están involucionando pero sí corren el riesgo de reconocer a un cine inane que ni termina funcionando en taquilla ni tampoco ante los críticos.
¿La marca Oscar corre peligro de perder prestigio a pasos agigantados y ser como el abuelo que cuenta batallitas y al que nadie escucha? La entrada de nuevos miembros, en pro de una Academia más diversa, se ha notado en algunas categorías pero de momento de manera tímida y sin influencia real a la hora de decidir el premio de mejor película. Los Oscar pudieron premiar en los últimos años a toda una joya contemporánea que se convirtió en un fenómeno social (“La la land”), a una valiente mezcla de géneros llena de solidez, inteligencia y denuncia ajena a lo políticamente correcto (“Tres anuncios en las afueras”) o al exponente de un cine aupado por la crítica, los festivales y las nuevas corrientes de distribución (“Roma”). En ninguno de esos tres casos la Academia dio el paso optando en cambio por una cinta con bandera de diversidad racial y sexual que no vio nadie (“Moonlight”), una tierna fábula llena de referencias cinéfilas y artísticas pero vaporosa tras el paso del tiempo (“La forma del agua”) y una comedia ingeniosa y amable a la que una fuerte corriente oscaróloga y crítica ya habla como uno de los peores Oscar de la Historia ("Green book").
Lo que la victoria de “Green book” tiene que hacer es provocar que la Academia reflexione profundamente sobre si realmente la voz de sus miembros, como auténtica brújula y distinción de denominación de origen universal, está siendo representada y encauzada de la manera que debe con un siempre complejo sistema de recuento que no está premiando a la mejor película sino a la que despierta menos enemigos sin molestar en exceso. La Academia debe de dejar de preocuparse por la retransmisión televisiva y la viralidad de sus momentos (eso ya vendrá después), ahora lo que urge es que tomen conciencia del papel al que están destinados en el panorama cinematográfico y si el actual sistema de votación va en ese camino o, por el contrario, lo que está arrojando es el mensaje contrario al que pretenden como institución. El futuro está por escribir y una Academia que tiene a gala la diversidad y renovación tiene que volver a ganar el peso, la personalidad y el prestigio, no a la hora de premiar lo que mejor convenga sino en reconocer al gran cine, provenga de donde sea, e independientemente de si está concebido para enganchar al público o para concienciar al espectador más sesudo. El cine tiene que tomar la palabra por encima de la aritmética y los Oscar recuperar su voz y su posición en el trono cinematográfico de la carrera de premios.
Nacho Gonzalo
Estoy de acuerdo en que la Academia tiene que replantearse muchas cosas si pretende que los Oscars sigan considerándose premios de prestigio. Sin embargo, no comparto contigo ni que "La, la land" sea una joya ni que "Birdman" no lo sea. Sobre gustos...
Buen artículo. Un saludo