Coleccionable David Fincher: "Seven" (1995), creando escuela
Querido primo Teo:
Tras pasarse un año y medio sin leer un guión de cine y centrado en la dirección de videos musicales y publicidad (ganando un Grammy por su video para el Love is Strong de los Rolling Stone), David Fincher volverá a ponerse tras una cámara a finales de 1994 para dirigir una de las películas más influyentes y referenciadas de los años 90: “Seven”. David Fincher llegó a “Seven” después de que los productores hubieran manejado otros nombres en la dirección (como el de Jeremiah Chechik, otro joven director con poco bagaje en la industria). El crudo y controvertido guión de Andrew Kevin Walker venía rodando de estudio en estudio sin que nadie se decidiera a producirlo. El guión era atractivo pero la dureza de algunas escenas y la negativa del guionista a su modificación, lo habían dejado en un stand by permanente. En el guión de Walker, Fincher encuentra un material a su medida, con una productora detrás (New Line Cinema) que le permitirá tener cierta libertad y control sobre un proyecto que contó con un presupuesto de 30 millones de dólares de presupuesto.
“Seven” servirá como botón de muestra de las aptitudes de Fincher como realizador y para que manifieste algunas de las que serán sus señas de identidad como director: una cuidadísima puesta en escena, su capacidad para la creación de atmósferas oscuras y absorbentes, -que creará escuela-, una magnífica dirección de actores, el uso de las últimas tecnologías disponibles o, su costumbre de rodar el mayor número de tomas posible.
“Seven” nos sumerge en una gran urbe sin nombre pero reconocible: con sus vías multicarril colapsadas por el tráfico, sus grandes y suntuosos edificios conviviendo con los callejones de mala muerte, habitada por gentes del más diverso pelaje y cuyas entrañas nos imaginamos recorridas por túneles de metro y tugurios donde malgastar las noches. Una ciudad palpitante que es un personaje más. Sentimos, desde las primeras imágenes, su afán opresor sobre los que la habitan. Incluso parece que la climatología, con esa lluvia constante y pegajosa que aparece durante buena parte del metraje, se alía en contra de sus habitantes. Una ciudad en la que no nos extraña que comiencen a escalonarse una serie de crímenes espeluznantes.
Entramos en la historia de la mano de dos detectives de policía. El primero que conocemos es el detective Somerset (Morgan Freeman), un tipo reflexivo y riguroso en su trabajo y con una actitud escéptica ante la vida y el mundo que le rodea, que se encuentra a días de jubilarse cuando envían a su reemplazo, el detective David Mills (Brad Pitt). Mills parece encarnar la otra cara de la moneda: vital, impulsivo e inexperto. Características que hacen inevitable el choque inicial con su veterano y, por poco tiempo, nuevo compañero.
Su primer trabajo juntos consiste en inspeccionar el escenario de un brutal asesinato en el que un hombre parece haber sido obligado a comer hasta morir. El detective Somerset comienza a sospechar que puede ser el inicio de algo mayor, el comienzo de la acción de un asesino en serie fuera de lo normal. No tardan mucho en aparecer más escenarios igual de grotescos que el primero. Detrás de los crímenes, adornados de toda una complicada simbología con referencias religiosas y a clásicos de la literatura y de la civilización occidental, parece verse la mano de una suerte de ángel exterminador con aires mesiánicos que parece enviar un mensaje apocalíptico a esa sociedad depravada y consumida en la que habita. Los mensajes ponen sobre la pista a los esforzados policías, con un ánimo muy dispar. Comienza así el clásico juego del ratón y el gato entre los detectives y el asesino, que parece siempre ir un paso por delante de los agentes de la ley y de los espectadores.
Con estos mimbres clásicos y corrientes en el género: asesino cruel que usa símbolos que los policías se afanan en descifrar, pareja de policías distintos y complementarios, escenas de persecución..., David Fincher es capaz de crear un thriller distinto y con un estilo propio. No sólo es tenso y angustioso sino que, a pesar de los clichés, muchos elementos parecer cobrar un significado distinto. Sirva como ejemplo la extraordinaria secuencia inicial de los créditos de la película, unos de los más recordados y copiados ya de la historia del cine. Marcaron un antes y un después, no sólo por su elaborada factura y estética, sino por ser usados de una manera extraordinariamente turbadora como carta de presentación de la película y de uno de los personajes, cuya presencia amenazante y desasosegadora sentimos desde el primer momento.
El efecto perturbador de “Seven” no se basa en el uso de imágenes truculentas, que las hay y no son pocas, como medio de provocar la reacción del espectador mediante el abastecimiento habitual de violencia gratuita. Es la conjugación de una atmósfera cargada (realzada por el trabajo extraordinario de fotografía contrastada y oscurísima de Darius Khondji y la brillante banda sonora, no más luminosa, a cargo de Howard Shore) y unas situaciones y personajes en los que vislumbramos un mundo poco acogedor, en el que queda parece quedar poco lugar para la esperanza y mucho espacio para la desesperación o el hastío.
La idea de Fincher era la de crear, a través de un criterio minimalista, un lugar que pudiera ser cualquier gran ciudad americana, con aspecto hundido y decadente, donde nada funcionara y la sociedad estuviera desmoronándose. Un mundo corroído que reflejara la decadencia moral y social alrededor de los personajes, para hacer una película de cine negro moderno. El director tomó como referencias cinematográficas "Klute" y "Malicia", películas en las que veía esa atmósfera deseada. Y es que, en el fondo, la filosofía de Fincher no se distancia mucho de lo que podía haber firmado uno de los grandes del noir, el escritor Raymond Chandler: “Hay gente que va al cine para que le recuerden que todo va bien. Yo no hago ese tipo de películas. Para mí, eso es mentira. No todo va bien”.
La película golpeó fuerte desde sus primeras proyecciones y parte del público salió horrorizado del cine. El propio David Fincher cuenta una anécdota vivida en carnes propias: “Hubo una proyección preeliminar de la película en Nueva York, en la que la película terminaba con el disparo y luego se fundía en negro [era el final original, después se le añadió la parte del epílogo]. Al terminar la proyección, estaba sentado en las últimas filas del cine y tres señoras salían por allí. Una de ellas dijo "deberían de matar a quién hizo esta película". El estudio también le invitó a modificar ciertas escenas, aunque el director lo tenía claro: “Cuando hice Seven, era consciente de que, pasara lo que pasara, sin importarme la aceptación, iba a hacer la película a mi manera. Iba a trabajar con el reparto que quería, hacerla con el pesimismo y el cinismo que tenía, sin echarme atrás en nada”. Contó, en este sentido, con el apoyo de Brad Pitt. El actor firmó en su contrato una cláusula en la que la productora se comprometía a mantener el final de la película presente en el guión. Pitt fue una pieza clave en el proyecto, no sólo por la buena relación con Fincher, que cuajaría en dos posteriores colaboraciones (“El club de la lucha” y “El curioso caso de Benjamin Button”), sino por ser la estrella necesaria para lograr la financiación de la película y su insistencia y empeño por convencer a Kevin Spacey para que se uniera al proyecto.
Pese a las dudas de los primeros pases (cuenta Fincher que tras la presentación en el Lincoln Center alguien se le acercó y le dijo: “No te deprimas, conseguirás otro trabajo”) la película fue un éxito. La película, que costó unos 33 millones de dólares, consiguió recaudar 100 millones de dólares en el mercado doméstico y más de 300 en el resto del mundo. Además de recibir una gran acogida entre la crítica. La película se convirtió en una cinta de culto pronto y, su director, se hizo con una legión de fans, que ya no le abandonarían e irían ampliándose en número es con sus siguientes películas.
La cinta no fue sólo un pelotazo para su director. Sus tres principales protagonistas vieron como sus carreras cobraron nuevo impulso. Brad Pitt se aupó definitivamente como estrella de Hollywood. No sólo era guapo y su rostro cubría las carpetas de millones de adolescentes, empezaba a demostrar que también era un buen actor y sus películas tenían el apoyo de la taquilla. Morgan Freeman, a sus 58 años y con una sólida carrera a sus espaldas llena de grandes papeles secundarios, vive una segunda juventud, sacando partido de su papel en “Seven” protagonizará alguno de los thrillers que pretenderán seguir (con más desatino que acierto) la estela de “Seven” (“El coleccionista de amantes”, “La hora de la araña”). Por su parte, Kevin Spacey, inaugura el que será el lustro dorado de su carrera cinematográfica: “Seven”, “Sospechosos habituales”, “L.A. Confidential” o “American beauty”; convirtiéndose en uno de los actores más valorados de la década.
El comentario
Tras el debut con “Alien 3”, David Fincher se volvía a poner tras la cámara para dirigir “Seven”. La película es la base sobre la que se definir el estilo cinematográfico de Fincher: oscura, sólida en su planteamiento, sostenida por buenas interpretaciones y con cuidada fotografía. El control férreo que lleva sobre sus proyectos, no vaya a repetirse la historia alienígena, le lleva a dejar una huella personal que ha ido perfeccionando, pero que aquí está presente con una marcada solvencia. Reconozco que escribo desde la devoción que me inspira esta película, y no es que resulte fácil de ver, más bien todo lo contrario, pero es de esas que aún sabiendo que me van a dejar tocada no puedo dejar de revisar, lo que la ha convertido en una de mis favoritas. Por elegir una de las cosas que más me gusta, es la dualidad de los dos personajes, estupendo Pitt y sobresaliente Freeman, sus maneras opuestas de ser, actuar y reaccionar, que les llevan a un desenlace común, así como la aparición del asesino y su manipulación de la frontera entre el bien y el mal. (Rodasons)
Si tuviéramos que hacer una lista de las mejores películas de los años 90, uno de los primeros nombres en aparecer, seguro, sería el de “Seven”. Y aparecería porque “Seven” es una película redonda. Un thriller que logra eso tan difícil de mantener el suspense durante cada uno de los segundos de sus más de dos horas de duración y que culmina con uno de los finales más impactantes que se recuerdan. Una película en la que los personajes no son continentes vacíos al servicio de la acción, sino que la sobrepasan, componiendo seres complejos que evolucionan y en los que los espectadores podemos reconocernos. Lejos de los mensajes condescendientes que nos suelen embotellar en las películas de Hollywood, al más puro estilo de los panfletos de autoayuda, en los que siempre parece haber una solución a todos los problemas y todo el mundo es capaz de alcanzarla. A mi me resulta más reconfortante ver como en “Seven” todos pierden, incluso los que parecen ganar porque eso me resulta más cercano a mi día a día. A la hora de buscarle defectos, quizá (o sin duda) lo peor de “Seven” son sus “secuelas”. Toda esa serie de thrillers, muchos de ellos abominables, que aprovecharon el tirón y que sólo nos han legado una sobredosis de violencia gratuita. (Ananula)
Tus primas Ananula y Rodasons