Cine en serie: "Years and years", ¿estamos a tiempo de evitarlo?
Querido Teo:
Vivimos semanas seriéfilas muy intensas y diversos títulos se dan el testigo a otros en lo más candente de la actualidad. El último nos ha venido del Reino Unido siendo una serie que combina dos de los estilos a los que nos tiene acostumbrados la televisión británica de los últimos años, por un lado el drama social familiar (de lo que en cine también han sido maestros) y por otro la distopía de un futuro incierto e inquietante como el que plantea pero que, al contrario que en el caso de “The handmaid´s tale” o “Black mirror”, éste si se antoja real y preocupante. "Years and years" es una serie de calidad, pertinente, de difícil digestión pero sí de necesaria reflexión al encontrarnos exactamente en el pórtico del mundo que nos plantea en lecciones magistrales a través de seis capítulos en esta serie de la BBC que se puede ver en España a través de HBO.
“Years and years” comienza de una manera tan acelerada que preocupa que su tono vaya a ser tan oligofrénico pero, tras cinco años en menos de tres minutos, con el punto de partida del nacimiento (y posteriores cumpleaños) del hijo chino de una de las protagonistas asistimos al día a día (mejor dicho año a año) de los Lyon, una familia de clase media-alta compuesta principalmente por cuatro hermanos y la abuela nonagenaria (¡quién lo diría viendo la agilidad y raciocinio que le aporta Anne Reid!) que se reúnen todos los años para celebrar el cumpleaños de la anciana y es que ésta es el punto de anclaje y lucidez de una familia marcada por los vaivenes románticos y laborales y la ausencia de los padres. La madre de familia murió de cáncer años atrás y el padre está desaparecido tras abandonarlos para formar una nueva familia.
Los Lyon se tienen a ellos y a sus preocupaciones del día a día, así como una inteligencia artificial ya incorporada sin ninguna extrañeza, mientras asisten por televisión al surgimiento de una nueva figura en el panorama político, una cínica empresaria, Vivienne Rock, que irrumpe con un nuevo partido político (el de los cuatro asteriscos) con mensajes xenófobos, altaneros y, sobre todo, nada políticamente correctos, pero teniendo muy a gala de decir lo que otros sólo piensan, en una sociedad en la que la dictadura de lo políticamente correcto ha aprovechado el aborregamiento y conformismo de muchos para la aparición de figuras políticas de extremo marcaje ideológico que han pasado de ser una anécdota a ser una realidad cada vez más presente a nivel mundial. Una Emma Thompson que se nota que ha disfrutado con un papel que, tristemente, pierde cualquier matiz paródico siendo una analogía de tantos ejemplos reales que se nos pueden ocurrir.
El cambio climático ha terminado con algunas especies (como las mariposas), Estados Unidos (todavía gobernado en la sombra por Trump) mantiene una guerra fría nuclear con China, Europa ha terminado de desdibujarse (ante el fallecimiento de la alemana Angela Merkel) y las fronteras están llenas de refugiados que malviven hacinados en hangares en descampados destinados, o bien a su apartamiento en campos de concrentación llamados "otroras", o a trasladarse en patera en una huida permanente. Es el caso de Viktor, un ucraniano que pone patas arriba el corazón y la vida cómoda de Daniel, uno de los hermanos de la familia Lyon que, a pesar de estar felizmente casado con otro hombre, lo abandona todo por él aunque eso implique un angosto camino entre diatribas diplomáticas, unidades policiales represoras y una sensación de permanente asilado con fronteras que se van cerrando unas a otras a su paso.
“Years and years” tiene los clásicos choques generacionales y de carácter entre los hermanos de cualquier serie familiar. Al ya citado Daniel se une el mayor de todos ellos, Stephen, un analista financiero que no sabrá ver el descalabro bancario que hará que tenga que vender su casa y reunir una serie de trabajos (entre 5 y 11) para poder llegar a fin de mes, la mayoría de ellos de mensajero o repartidor “uberizándose” todavía más el sistema profesional que no entiende de estudios o modos de vida previos. Los bancos, tan precavidos como especuladores, no pueden persistir ni garantizar los fondos frente a un sistema que se desmorona por el miedo, el caos y la deshumanización. La misma que lleva a los individuos a refugiarse en las nuevas tecnologías, bien sean llamadas colectivas de enlace familiar (a través de ese aparato al que llaman Señor como el miembro del clan que les une a pesar de la distancia) o filtros de Snapchat, conviviendo con el fracaso, como el del matrimonio del propio Stephen que, construido en cimientos no tan sólidos como intenta aparentar el paso del tiempo y la rutina en la que se termina recayendo, también se resiente con una mujer, Celeste, que ve como su tren de vida ya no va a volver, no sólo por la situación mundial sino por las decisiones (equivocadas) de su marido viéndose obligada a convivir con su suegra a la que terminará conociendo de verdad cumpliendo esa máxima de que el roce hace el cariño y que hay lazos afectivos que nacen y son tan importantes como los de la familia de sangre.
Rosie y Edith son las otras dos hermanas del clan. Una es una cocinera desinhibida que depende de una silla de ruedas (por una enfermedad de espina bífida) de la que podría curarse si estuviera en el lado de los ricos) pero que ve la vida con optimismo, sorna y que acumula relaciones y polvos esporádicos de los que ya han nacido dos niños de distintos padres. La otra es un alma errante, activista, que se mueve en zonas de conflicto pillándole la catástrofe radiactiva de Hong Sha sobre el terreno (un Hiroshima del siglo XXI), lo que le hace asumir que su vida ya es una cuenta atrás. Una manera escéptica pero también reparadora de ver el mundo cuando sabes que ya poco puedes hacer por él mientras ves en televisión esa paranoia continua espoleada por los verborreicos que sólo quieren amarrarse a la poltrona del poder. Algunos ante esta situación dan un paso más allá como es el caso de Bethany, la hija de Stephen y Celeste, al querer ser una transhumana para dejar atrás su cuerpo, vivir en la nube y que su esencia sea eterna estando por encima del bien y del mal ante los caprichos a los que como especie vamos abocados.
“Years and years” trata temas como la diversidad sexual, el drama de los refugiados, la crisis económica, el imparable auge del populismo y la fragilidad e intermitencia de las relaciones humanas en una sociedad que es de todo menos estable. Russell T. Davies, impulsor de series como “Queer as folk”, “Doctor Who” o “A very english scandal”, ha dado un paso más dentro de una carrera cada vez más impecable con una serie que se adentra no sólo en los males de nuestro tiempo sino en los que están por venir logrando que lo que se ve, sin renunciar a utilizar nombres de políticos, empresarios o países reales, se antoje muy real incluso permitiéndose hablar de un Reino Unido que, ante las consecuencias de un Brexit que le ha apartado de Europa, aúpa a los políticos que desprecian con vehemencia (pero sin alternativas reales y con un mensaje de fondo más que peligroso) al sistema clásico de partidos conectando con la rabia más escondida de una ciudadanía más que harta, víctima de todos ellos y que sólo parece tener dos opciones, asistir con resignación a la deriva o rebelarse para coger de manera colectiva el timón de la nave.
Una serie que no busca el esparcimiento sino algo tan valioso en estos tiempos como es la reflexión que se evapora frente al ruido mediático y la posición de bandos en la que uno o está contigo o contra ti. La cuenta atrás de los 16 años (de 2019 a 2035) que narra “Years and years” ya ha comenzado. Con el futuro ante nuestros ojos sólo queda ver si nos queda margen de maniobra para no chocar frente al iceberg del destino. Y es que los años, como bien se demuestra en esta serie, pasan demasiado rápido si queremos realmente hacer algo, unos como ciudadanos y otros como políticos perdidos en dilatadas legislaturas de transición de poder como la que vive ahora una España que también tiene su papel en la serie, la de un país socialista que del eco internacional ante sus mejoras sociales pasa a quedar fagocitado por la colisión de los extremos, tanto de los partidos de derecha como los de izquierda. No digamos luego que la BBC no nos ha hecho ya el diagnóstico…
Nacho Gonzalo