Cine en serie: "Un juego de caballeros", la eterna lucha de clases
Querido Teo:
Sin hacer mucho ruido ha llegado a Netflix "Un juego de caballeros", serie creada por Julian Fellowes (“Downton Abbey”) que a lo largo de seis capítulos utiliza como leitmotiv el origen del fútbol profesional para volver a hablar de la diferencia de clases en un contexto histórico en el que se permite aunar ficción con los hechos reales. En este caso el salto de entidad de un deporte que comenzaba a asomar en las tres últimas décadas del siglo XIX mientras la clase alta seguía intentando alargar su estatus a costa de un pueblo desencantado que sólo podía tirar de cierta nobleza heroica frente a la injusticia congénita del sistema que todavía se movía en la distinción entre señores y obreros. Una época que Julian Fellowes, hijo de diplomático que estuvo durante un largo periodo de su infancia en África, sigue siendo capaz de reflejar con verosimilitud comprendiendo la posición de los ricos pero también entrando en el corazón y motivaciones de los pobres.
La traducción del título al español de “The english game” indaga más en ese carácter de nobleza e integridad frente al elitismo social que nutre la trama principal de la serie presentando un deporte en el que un grupo de jóvenes procedentes de las mejores escuelas del país componen una competición deportiva en la que también participan antiguos alumnos del Eaton College formando el Old Etonians siendo también miembros de la Football Association, fundada en 1863, lo que les lleva a marcar sus propias reglas basándose en sus intereses de albergar una competición “amateur” y sin remuneración económica como puro entretenimiento para el desahogo y camaradería de las clases altas.
La popularidad del deporte fue extendiéndose, jugando como una manada sin la encorsetada táctica actual, teniendo cabida otros equipos formados por trabajadores, entre ellos albañiles u operarios de fábrica que encontraron una oportunidad para que su voz y reivindicaciones pudieran ser escuchadas con la excusa del deporte, centrándose en la figura de Fergus Suter (Kevin Guthrie) por el lado proletario y en la de Arthur Kinnaird (Edward Holcroft) en el burgués.
Suter está considerado un antes y un después en la figura de futbolista profesional ya que fue el primero que cambió de equipo por dinero, algo que prohibían las iniciales reglas de la competición organizada por la FA. Suter era un natural de Glasgow, Escocia, y jugó para el equipo de los Partick antes de mudarse a Inglaterra para jugar con Darwen y Blackburn Rovers, ambos del condado de Lancashire. Suter se trasladó a Inglaterra para jugar con Darwen en 1878, dejando su labor de albañil, y trabajando encubierto en un molino propiedad del dueño del equipo para así justificar el sueldo que recibía, lo cual era cuestionable a ojos de los más desfavorecidos y más en una época de miseria económica y sueldos bajos. El objetivo de la llegada de Suter era revitalizar los ánimos del pueblo a través de su equipo de fútbol favoreciendo la identificación de una clase trabajadora oprimida y olvidada pero con espíritu de colectividad y unión que intentaba sacar adelante a sus familias a pesar de las condiciones.
Durante el verano de 1880, y cuando se erigía como héroe local, Suter fichó por el equipo rival, Blackburn Rovers, por motivos económicos que son justificados en la serie por el hecho de que el jugador tenía que mantener a su madre y a sus dos hermanas pequeñas de un padre borracho y maltratador. Y es que en la serie, el salto de Suter de un equipo a otro después de hacer llegar al Darwen a los cuartos de final, es el detonante de lo que en un futuro serían las llamadas clausulas de rescisión para evitar que un jugador saltara de equipo en equipo incluso durante la misma temporada.
“Un juego de caballeros” se basa en la amistad de Fergus Suter y de Jimmy Love (James Harkness) cuando se trasladan ambos al pueblo de Darwen con el fin de potenciar al equipo local formado por un grupo de obreros que juegan con garra, pasión y anarquía pero sin los contactos e influencia de los Old Etonians y sin la jugada maestra del Blackburn Rovers de tirar de chequera para hacer un equipo con potencial para salir triunfador de la competición. Todo ello salpicado por la integración en el pueblo, con sus amores y peleas, y el intento de ser tenidos en cuenta como jugadores de pleno derecho con las mismas oportunidades que los demás frente al intento de esa minoría de clase alta acostumbrada a salirse siempre con la suya y que no quiere perder el dominio de "su juguete" aunque eso suponga sacrificar la necesaria evolución de ese deporte hacia las clases populares y la profesionalización del mismo. Y es que, si para ellos no es más que un entretenimiento en una vida desahogada, para otros comienza a erigirse como una posibilidad futura de subsistencia como en el caso de un Fergus que habla mejor con los pies que con la boca.
Y es que el gran acierto de la serie, y donde se apoyan sus mejores momentos es en un Fergus Suter y un Arthur Kinnaird que a pesar de estar en equipos y, sobre todo, clases diferentes se entienden porque hablan un mismo lenguaje, el del fútbol, amando el deporte y el balón por encima de cualquier intento de coartarlo desde dentro siendo ambos conscientes de que sólo el acercarlo a todos impedirá que acabe fagocitándose él mismo. Y es que si algo ha demostrado el fútbol es llegar a nuestros días con la fuerza arrolladora de ser el deporte más conocido y que mueve más dinero a lo largo de todo el mundo.
Es verdad que la serie no logra desarrollar como debiera algunas relaciones de los personajes, especialmente la de Suter y Kinnaird con sus parejas femeninas ya que en el caso del primero su relación con una madre soltera se dibuja a grandes trazos y, por otro lado, la subtrama de la esposa de Kinnaird y su instinto maternal alejan su desarrollo del núcleo de la historia, siendo más interesante la camaradería de Suter con Jimmy Love (un hermano más que un amigo) y la relación casi paternal con James Walsh (Craig Parkinson), propietario del equipo del Darwen y dueño del molino en el que trabajan los miembros del equipo y que, con sus hechos, demuestra que a la postre fue uno de los grandes valedores del acceso de este deporte a las clases más bajas.
En el caso de Kinnaird, aunque de manera obvia para potenciar el conflicto, nos quedamos con el enfrentamiento rebelde (a la par que objetivo y pasional desde su concepción de la nobleza que debe difundir el que sería más tarde considerado deporte rey) con sus compañeros y las disputas mantenidas con su propio padre, que desdeña las inquietudes de su hijo y que sólo quiere que éste siente la cabeza al frente del banco familiar siendo eso mismo lo que él considera que debe de ser un hombre de provecho. Kinnaird fue un conocido filántropo dirigiendo su labor a causas sociales y en su faceta deportiva ganó tres FA Cup con el Wanderers (1873, 1877 y 1878) y dos más con el Old Etonians (1879 y 1882). Destacó por jugar en todas las posiciones, desde delantero hasta portero, y se hizo un nombre entre los historiadores por desplegar un estilo de juego muy físico, en ocasiones incluso violento. Entre otras curiosidades se le atribuye el primer autogol en un partido oficial (1877) y, tras ser su tesorero, fue presidente de la Asociación Inglesa de Fútbol desde 1890 y hasta su muerte en 1923.
Es verdad que el fútbol y la pantalla no suelen tener una relación fructífera pero esta producción sigue los pasos del film británico “The damned united” (2009) sobre el entrenador del Leeds United, Brian Clough, durante la década de los 70 del siglo XX, como uno de los ejemplos más destacados de esa habitualmente esquiva unión. Una pena que la reiteración de algunas historias anecdóticas lastre unos partidos de fútbol lo suficientemente emocionantes y bien rodados para que la serie hubiera tenido más peso y trascendencia. Y es que la serie se tira en cierta manera un tiro al pie (desde el punto de vista histórico) adentrándose en la competición de la FA Cup de 1883, aquella que ganó el Blackburn Olympic y no el Blackburn Rover, el otro equipo local, que en realidad sería el que consiguió el hito sin necesidad de contar con Suter en la plantilla. Eso sí, el jugador sí que alzaría la copa en las siguientes tres ediciones con el Blackburn Rover.
“Un juego de caballeros” se concibe como una serie limitada que, con sus licencias, se ve con gusto y de la que en principio ya no se espera continuación al cerrar de manera satisfactoria y completa la historia. Sin llegar nunca a la brillantez, la factura sí que es digna dentro del marchamo british y el desarrollo pasa a ser suficientemente entretenido para convencer a un amplio grupo de espectadores, tanto de aficionados e interesados en el fútbol como de seguidores de las series históricas que, en este caso, se aprovecha del origen de este deporte desde un punto de vista profesional para hablar de la necesidad de rebelarse frente a una sociedad que se sustenta en la hipocresía moral y que, para evolucionar, a veces tiene que desmontar las reglas para acercarlas a la realidad social y evitar el desequilibro de una partida en la que la vida, ya de por sí, reparte a unos mejores cartas que a otros.
Nacho Gonzalo