Cine en serie: "The hollow crown" - "Enrique V"
Querido primo Teo:
Llegamos al final de la andadura shakespeariana que te hemos venido trayendo estas semanas, codo a codo con la BBC. El capítulo que pone fin a esta tetralogía, conocida entre los shakespearólogos como “Tetralogía de Lancaster” o “Henriada” es la adaptación del drama que Shakespeare (ca. 1599), dedicó a Enrique V (1413-1422) uno de los monarcas ingleses más populares del bajo medievo por sus éxitos militares en territorio francés durante la Guerra de los 100 años.
Enrique es, a estas alturas del desarrollo de la miniserie de la BBC, un viejo conocido. Le hemos tratado en los dos anteriores capítulos (las dos partes de “Enrique IV”). Hemos asistido en primera persona a su metamorfosis: sus inicios como el alocado príncipe Hal, su estado intermedio como el aplomado príncipe Harry (digno príncipe heredero de Gales), y culminar coronándose como un recto e implacable Enrique V, al final del anterior capítulo. Y es ahí donde se retoma la acción en este último capítulo de la serie, con Enrique en el trono, ofendido por el Delfín francés y encaminándose a una guerra con Francia, donde de paso reclama unos antiguos y heredados derechos territoriales. Y la guerra en territorio francés será el argumento central de este capítulo. La obra se va a centrar en los acontecimientos inmediatamente anteriores y posteriores a la Batalla de Azincourt, un jalón más de la Guerra de los 100 años que enfrentó en tierras continentales a ingleses y franceses durante más de un siglo.
Aunque en tiempos de Shakespeare la obra parece que no gozó de una gran popularidad, “Enrique V” es uno de los dramas históricos shakespearianos mejor acogidos contemporáneamente. El mensaje ambiguo e interpretable de la obra (patriótico y belicista pero, a la vez, antibelicista), ha sido usado a conveniencia en un siglo tan belicoso, panfletario y contradictorio como fue el pasado siglo XX. En televisión, la obra fue adaptada por la BBC, a finales de los años 70, a la vez que lo fueron las dos partes de “Enrique IV”, “Enrique VI” o “Enrique VIII”. Pero sus adaptaciones más conocidas y populares son las cinematográficas. La primera, de 1944 a cargo de un mito británico de las tablas y de la pantalla, Sir Laurence Olivier. Su adaptación (co-adaptada, dirigida y protagonizada por él mismo), con su país en plena Segunda Guerra Mundial, exhortaba y apelaba al sentimiento patriótico de la población. No en vano, la película fue usada por el gobierno británico para dar moral a sus tropas. Casualidades de la vida, el desembarco de Normandía de ese mismo año se produjo en las mismas tierras francesas en las que los ingleses luchan en la obra de Shakespeare, ocupadas ahora por los nazis. La segunda y aclamada versión corrió a cargo de esa especie de Laurence Olivier contemporáneo que es Kenneth Branagh (también la adaptó, dirigió y protagonizó). Su “Enrique V” de 1989 deja de lado el patrioterismo para mirar de frente a la cara oscura de cualquier conflicto de esta naturaleza, destapando los horrores de la guerra.
La dirección de este último capítulo de la tetralogía “The hollow crown” fue encargada por la BBC a una debutante tras la cámara pero directora teatral de prestigio, Thea Sharrock. Con una carrera fulgurante en las tablas (a los 24 años se convirtió en la directora artística más joven del teatro británico), ha adaptado obras de los más variados autores, clásicos y contemporáneos (Mamet, Reeza, Pinter, Rattingan, Coward, Ibsen, Molière, Shaw...), y por supuesto, también Shakespeare, con notables resultados. Entre sus trabajos más mediáticos, la adaptación de “Equus” con Daniel Radcliffe o su versión del “El misántropo” de Molière con Keira Knightley y el recientemente emmyzado Damian Lewis.
Si en los anteriores capítulos habíamos asistido a un escenario interpretativo bastante coral, en "Ricardo II", a pesar del protagonismo preeminente de Ricardo (Ben Whishaw), la presencia de Bolingbroke (Rory Kinnear) y otros personajes secundarios era notable; en las dos partes de “Enrique IV”, el protagonismo está muy distribuido, siendo el príncipe Hal (Tom Hiddleston) y Falstaff (Simon Russell Beale) los que acaparan más los focos, en “Enrique V” es el monarca el rey absoluto de la función, nunca mejor dicho. El peso del capítulo recae totalmente sobre los hombros de Tom Hiddleston, que afronta con asombrosa naturalidad el reto. Se puede decir con alegría que Hiddleston está a la altura del personaje. En “Enrique V” asistimos al momento de culminación de su metamorfosis de joven calavera en rey responsable y buen gobernante. O, al menos, en digno portador y defensor de la corona que ciñe su frente. Porque el “Enrique V” de Hiddleston es un monarca ávido de gloria, contradictorio en la paz y en la guerra, protagonista de tantos aciertos como errores, pero totalmente alejado del juerguista Hal de sus comienzos. Es un rey con preocupaciones y responsable, pero también con ambiciones, orgullo regio y carácter despiadado. La evolución de su personaje es lo más admirable de su interpretación, más creíble cuando más dramáticas son las circunstancias en las que aparece. Aunque no sólo en éstas. Si raya a la altura en todas las escenas dramáticas claves de la obra, como la ronda nocturna en la que se pasea disfrazado entre las tropas para calibrar su moral antes de la decisiva batalla o en el épico discurso antes de la batalla de “San Crispín”); también lo hace en su romántico, tierno y divertido galanteo con la princesa francesa Katherine (Mélanie Thierry)
Sin duda, Hiddleston está a la altura de los eminentes nombres que le han precedido metiéndose en la piel de este complejo personaje, un rey muy popular en su tiempo y que encarnaba a la perfección el modelo de príncipe renacentista descrito por Maquiavelo. Por ello, no termina de ser un personaje simpático, actúa según las circunstancias del momento. A veces con rectitud y justicia, otras con oportunismo. A veces es misericorde y magnánimo, otras despiadado y testarudo. A veces se le intuye frágil y vulnerable, otras es altivo e imperativo. Aún así, el monarca es la cara más honorable, heroica y aguerrida de la obra, y Hiddleston dota al personaje del suficiente atractivo (no sólo físico) para que termine ganándose al espectador, a pesar de todas sus sombras y defectos. Los jerifaltes franceses no salen tan bien parados, en especial el voluble, cobarde e irascible Delfín francés (un estirado Edward Akrout), presentado como el causante de la apertura de las hostilidades entre ambas monarquías. En el bando francés vemos caras conocidas del cine galo como Mélanie Thierry (“La princesa de Montpensier”) que da vida a la atractiva y sufrida princesa Katherine, en un papel que recuerda al que interpretó en la película de Tavernier, igual es porque repite corsé o por su contagiosa risa; o Lambert Wilson ("De dioses y hombres") como el impertérrito monarca francés Carlos VI. También tenemos a la polivalente Geraldine Chaplin como la doncella de la princesa Katherine. Sólo dos personajes franceses generan simpatías: el mensajero y la princesa Katherine, y ambos terminan, de modos distintos, participando del lado inglés, bien en reconocimiento de su valor, bien entregando su mano y corazón. Si Shakespeare fuera francés diríamos que era un chauvinista.
Bien es verdad que en el lado inglés no todos son gestos de gallardía y aplomo, tenemos los restos de la antigua banda de Hal... todos caídos en desgracia. Su presencia ensombrece la figura y las ambiciones del rey Enrique V. Desde su entrada en escena, en la emotiva despedida de un ausente Falstaff (bien podríamos decir aquí, contradiciendo el estribillo de la canción, que de amor también se muere), hasta su participación en una guerra a la que se ven arrastrados, a la que ni encuentran sentido ni ven ningún honor en combatir por y junto a su rey (que ahora reniega de ellos). Ejercen de contrapunto antibelicista y de patetismo cómico del lado inglés. Del reparto, no podemos dejar de citar a un enorme John Hurt que ejerce de narrador.
Este capítulo se puede situar en un lugar intermedio entre los dos dirigidos por Richard Eyre (las dos partes de “Enrique IV”) y el dirigido por Rupert Goold (“Ricardo II”). La dirección es menos clásica que la de Eyre, pero no es tan teatral y extravagante como la de Goold. Creo que es un acierto la introducción de ciertas alteraciones dramáticas en la obra (la conexión entre el comienzo y el final con el funeral, frente al final con la boda de la obra literaria), que además de darle una mayor originalidad con respecto a otras adaptaciones, le imprimen una singular fuerza. No sólo no hacen que perdamos interés por lo que viene sino que, al contrario, aumenta nuestra ansiedad por saber cómo ha sucedido lo que vemos en la presentación, que nos sobrecoge de inicio (por buscarle paralelismos extraños y cercanos en el tiempo, es un montaje que recuerda, por las circunstancias que presenta, al del magnífico último capítulo de la 2ª temporada de otro producto de la BBC, "Sherlock"). Para ser una debutante, Thea Sharrock no lo hace nada mal. Quizá en los momentos de multitudes en la batalla disimula mal la falta de figurantes (Eyre se mostró mucho más diestro en esas lides en su primera parte de “Enrique IV”), pero sabe dotar de credibilidad y épica a los momentos claves, creando imágenes muy poderosas, como el momento de concentración del monarca ante la batalla o su imagen tras la misma paseando entre los cadáveres, usando muy bien los primeros planos.
Este último capítulo se emitió en Reino Unido el 21 de Julio, cuando en las islas daban los últimos retoques para el gran acontecimiento del año, los Juegos Olímpicos, evento que les convertiría en la capital del mundo durante un par de semanas. El canto de orgullo patrio, más de auto-reconocimiento de su cultura e historia que de presentación al mundo al uso, que vimos de la mano de Danny Boyle en la ceremonia de apertura y, más centrado en sus glorias musicales, en la de clausura, bien se podría decir que tuvo como antesala este ciclo shakespeariano televisivo. Un homenaje a su dramaturgo más universal con buena parte de lo mejor que el teatro, la televisión y el cine británicos tienen que ofrecer al mundo. Un lujo y, en este caso, un necesario homenaje a la cultura con mayúsculas con un resultado de altísima calidad. Y que no deja de generarnos envidia y de la mala: ya nos gustaría tener una televisión pública en nuestro país que se pareciera un poquito a la BBC, clásicos de la literatura que adaptar aquí también hay para regalar. Por no hablar ya de la necesidad de acercarlos al gran público... Mientras se produce el milagro en España, seguiremos tirando y agradeciéndole a la BBC su existencia.
Tu prima.
Ananula
"The Hollow Crown", mi próxima parada en visionados de series.
Tengo muchas ganas de volver a los textos una vez vista y leer de nuevo opiniones; enhorabuena por el trabajazo que te has marcado en estas entregas.
Buena elección :). El ejercicio de combinar episodios y lecturas es de lo más enriquecedor, hace que se disfrute mucho más cada una de las dos experiencias, así que tu plan me parece perfecto! Ya comentarás qué te va pareciendo.
Y gracias! Es difícil estar a la altura del material... he hecho lo que he podido.