Cine en serie: “The handmaid’s tale”, la venganza frente al deseo de querer olvidar
Querido Teo:
"The handmaid's tale" se enfrentaba a un reto en su cuarta temporada después de lo acontecido hasta el momento. El golpe en el corazón que asestó June a Gilead con la operación que fraguó en el final de la tercera temporada implicaba que no había marcha atrás y en estos capítulos ha sabido reinventarse no dando pasos en falso sino dando un salto de contundencia en una historia que esta temporada ha explorado la readaptación a la vida después de una experiencia traumática, el sentido de justicia, la sororidad y como las víctimas se dividen entre las que para superar su dolor necesitan olvidar pasando página y las que no podrán hacerlo sin servirse la venganza que se merecen.
Una vez vista la temporada en su conjunto no extraña que los Emmy la hayan destacado como la más nominada de las cuatro con 21 candidaturas, 10 de ellas para unos actores que han dado un recital conjunto a la hora de ofrecer la extrema gama de emociones que cada uno de ellos ha vivido esta temporada.
Empaque, solidez y una contundencia que ha hecho superar cualquier sensación de desgaste a lo largo de 10 capítulos (condensados frente a los 13 habituales de las dos anteriores temporadas debido a las circunstancias pandémicas) que no tienen desperdicio y en el que asistido algunos de los mejores momentos de la serie.
La temporada ha empezado con esa huida de las criadas tras la operación clandestina que llevó a decenas de niños de Gilead a Toronto, los cuales se menciona veladamente que han tenido que sufrir el hecho de alcanzar la libertad pero también cambiar a un entorno más favorecedor pero que desconocen, con todos los traumas que ello implica.
Como cabecilla de la operación June se ha convertido en el objetivo número 1 de un Gilead que intenta recomponerse con dos personajes defenestrados que intentan recuperar sus puestos, el Comandante Lawrence (Bradley Whitford) y la tía Lydia (Ann Dowd), mientras que los Waterford (Joseph Fiennes e Yvonne Strahovski) están retenidos en Canadá a la espera de juicio internacional.
A pesar de su llegada a una granja June será detenida y obligada a confesar el paradero de las criadas en un prodigioso y descarnado capítulo, el 4x03, que además ha supuesto el debut en la dirección de Elisabeth Moss demostrando que June puede soportarlo todo, salvo el hecho de saber que su hija Hannah puede estar en peligro si no coopera.
Si bien hay algunos personajes que han ido perdiendo peso esta temporada, tal es el caso de los Waterford los cuales se han reservado para el final de la misma, otros han ganado dimensión como es el caso de Janine (Madeline Brewer), la cual se convierte en compañera en la huida de June terminando ambas en Chicago junto a un grupo clandestino de rebeldes tras viajar camufladas en el vagón de un tren que transporta leche.
También ha sido el caso de Nick (Max Minghella), ascendido a Comandante en la temporada anterior, y que ha supuesto un elemento clave no sólo para la huida de June sino demostrando que el amor que siente por ella y por la hija que comparten, Nicole, le convierten en el mejor aliado al otro lado de la frontera y una capa de protección necesaria.
La temporada podría haber divagado en una huida continua, llena de obstáculos y situaciones, pero la serie se ha atrevido a dar el salto lógico que no era otro que llevar a June a Canadá, a la ansiada libertad, gracias a encontrarse de una manera fortuita con su fiel amiga Moira (Samira Wiley), que colabora en un grupo humanitario que llevará en barco a June aunque anteriormente, en una poderosa escena, veamos el duelo entre ambas amigas.
El regreso de June con los suyos, pidiendo asilo en Canadá cumpliendo el trámite para que pueda quedarse allí, le lleva a reencontrarse con su marido Luke (O-T Fagbenle), su hija Nicole, e incluso con viejos conocidos como Emily (Alexis Bledel) o Rita (Amanda Brugel) llevándonos al complejo viraje psicológico de una mujer desubicada con los suyos y que siente que ha tenido suerte y que no merece estar ahí, a pesar de ser un símbolo admirado por todos aquellos que denuncian las barbaries de Gilead.
En todo caso, su misión no está completa, no sólo por el hecho de tener que recuperar a su hija Hannah, sino por tener que hacer pagar a los Waterford el dolor que han infringido, más todavía cuando las artimañas de la burocracia política, muy tendente a lavarse las manos si se consigue un bien estratégicamente mayor aunque ello no implique repartir justicia, hacen peligrar el hecho de que sigan recluidos, más cuando son vistos para los canadienses y usamericanos como un modo efectivo de obtener información para debilitar a Gilead.
June no puede concebir que en el grupo de terapia que comparten con otras mujeres que estuvieron en Gilead haya algunas que estén dispuestas a pasar página tan fácilmente, dóciles y tendentes a perdonar para olvidar. Esa es la postura que defiende Moira pero no tanto Emily que se reencuentra con una tía que le martirizó y que ahora pide su clemencia para poder vivir en paz.
Un sentimiento que no tiene June con unos Waterford con los que quiere ajustar cuentas siendo convocada para testificar en una vista previa al juicio donde en una poderosa secuencia, que vuelve a apoyarse en los recurrentes y expresivos ojos de la actriz, se relata todo lo acontecido durante la serie cerrando en parte el círculo que le ha llevado hasta allí.
“The handmaid’s tale” ofrece esta temporada momentos inolvidables apoyándose en el recital interpretativo de sus actores. Imposible no emocionarse en el reencuentro de June y Moira mientras el espectador desea que la primera suba definitivamente al barco que le haga ser libre así como en la cita organizada para que Nick pueda darle a June información sobre Hannah y en la que no puede haber una sensibilidad más bella y contenida ante la pureza del sentimiento de unión que sienten ambos personajes siendo lo que crearon lo único positivo que salió de la residencia de los Waterford y diciéndolo todo con la mirada sin saber cuándo podrán volver a verse.
También impactante ver a June pisando suelo canadiense y pidiendo asilo, el enfrentamiento dialéctico que mantiene primero con Serena y después con Fred en la cárcel antes del juicio de los Waterford, o el hecho de que éstos comprueben (obnubilados por sentirse adorados por sus partidarios) de que en verdad Gilead les va a dejar a su suerte ante un poder e influencia que ya no tienen siendo no más que un lastre.
La serie vuelve a ofrecer un desenlace impactante en el que como una sinfonía, una vez más, una operación organizada es la protagonista y en la que Canadá y Gilead se dan la mano a través de la frontera, así como aquellos que siguen manteniendo nobleza frente a la corrosión moral como es el caso del Comandante Lawrence y de Nick, para servir a June un plato en bandeja que es lo que le hará seguir adelante, siendo una vez más líder de una serie de mujeres que sienten que los cauces legales no les dan la paz que reclaman.
Un aquelarre fantasmal y prodigioso en su puesta en escena mientras suena el You don’t own me de Lesley Gore volviendo a dejar otro gran momento musical de los muchos que nos ha dejado la serie con la complicidad de temas de Dusty Springfield, Cyndi Lauper o Bruce Springsteen.
“The handmaid’s tale” logra siempre dejarnos con ganas de más y que sus finales de temporada funcionen tanto como final de serie como de reinvención para el futuro con una Elisabeth Moss que ha estado este año especialmente brillante, tanto dirigiendo tres capítulos como ofreciendo su mejor temporada a nivel interpretativo ofreciendo una sucesión de emociones en la que hemos visto a la June rebelde, persistente, fuerte y líder pero también a aquella que tiene que recomponer las piezas de su vida intentando agarrarse a ello que le haga tener fe en su lucha y sostener que valga la pena que haya sobrevivido.
Un momento que se antoja propicio para que pueda llevarse su segundo Emmy a la mejor actriz tras el conseguido por la primera temporada en 2017. En todo caso la serie indudablemente va acercándose hacia su final (la quinta temporada podría ser la última) y la serie no sólo ha renacido y expandido su universo sino que también ha sido un fiel retrato de la complejidad psicológica desde el lado de las víctimas y también desde el de un régimen que se apoya en colaboracionistas e interesados cuando la codicia, el dogma y el mesianismo prende la mecha del fanatismo.
Una serie que nació como una distopía pero que se ha erigido como un retrato del dolor y el espíritu de lucha y resiliencia de una condición humana que siempre frente a la adversidad sorprende por su fuerza y coraje cuando el empeño y el amor de uno por seguir vivo y proteger a los suyos es mayor que cualquier golpe infringido.
Nacho Gonzalo