Cine en serie: “The good fight”, el salto a la yugular del tiburón Donald Trump
Querido Teo:
"The good fight" en cierta manera ha cerrado un ciclo (y no sólo porque se haya confirmado que la actriz Rose Leslie no continuará en la serie). Con su tercera temporada la serie del matrimonio King ha dado el salto definitivo (y sin red) hacía la crítica más furibunda a la administración Trump, enarbolando la bandera de la rebeldía, del derecho a indignarse como aprendimos en “Network”, pero también en cierta manera al renacer de las cenizas de uno a pesar del ambiente de conspiraciones, secretos e intereses que rodean a los personajes de un bufete que, sobre un Chicago más plomizo y tormentoso que nunca, han demostrado que no tienen miedo a nada sabidos de su papel de paladines a la hora de tratar temas muy actuales, algo que empezó a cultivar su matriz (“The good wife”) y que ahora se ha convertido en santo y seña de una serie cada vez más libre pero, en cierta manera, más irregular e incluso impertinente. Y es que si “The good wife” no dio el salto del tiburón hasta ese tan comentado momento de su quinta temporada (término que se utiliza en términos seriéfilos a la hora de hablar de cuando una serie ha dado un paso de no retorno a la hora de estirar el chicle y condicionar su coherencia), “The good fight” parece haberse quemado antes seguramente por haber puesto todas las cartas en la mesa de una manera más arriesgada.
“The good wife” fue concibiendo su arco emocional a lo largo de sus siete temporadas, además de mantener un ejemplar equilibrio entre la vida personal de su protagonista y sus vaivenes entre su trabajo como abogada y sus contactos con la política, algo que se plasmó en ese mensaje de voz que Alicia Florrick nunca escuchó y que tantas cosas habría cambiado (algo que no le fue revelado hasta bien pasadas las temporadas) pero “The good fight”, en cierta manera, ha quemado buena parte de sus cartuchos en poco tiempo. La trama de la estafa piramidal de los padres de Maira Rindell (con claras referencias al caso Madoff) y que llevó a Diane Lockhart de nuevo a la abogacía (no nos la imaginamos como jubilada resignada) sólo dio para una temporada y las luchas de poder en la política y el mundo de los asesores de campaña ha quedado limitado a momentos puntuales como el asesoramiento que recibe Julius Cain por parte de Marissa Gold para convertirse, desde el lado republicano, en juez federal. Por lo demás, mucha indignación y también algo que cada vez se nota más en la serie como es el hecho de creerse más inteligente de lo que es, no sólo por lo actual y pertinente que es a la hora de exponer sus temas y casos, sino también por esos cortos animados que nos han introducido este año a mitad de cada capítulo que, como si fuera una nota a pie de página, y siendo unos más acertados que otros, nos explican algunas situaciones de la política y sociedad actual de Estados Unidos.
Si por algo brilla “The good fight” sigue siendo por una Christina Baranski que, tras 10 años interpretado a Diane Lockhart, ha formado un personaje imbatible, cada vez más fuerte e interesante, y dispuesta a tomar el timón de su vida y no resignarse a hacer lo que otros esperan de ella. No sólo por tener un marido republicano (ahora asesor de los Trump) sino por el hecho de permitir tomarse una copa cuando quiere o introducirse en un grupo de resistencia formado por mujeres con el fin de contribuir en cierta manera a que los índices de popularidad de Trump caigan de cara a las elecciones de 2020. Se ha comentado muchas veces que la victoria del presidente pillo de sorpresa a los productores y guionistas de la serie pero, en verdad, han encontrado la percha perfecta para colgar el traje de sus reivindicaciones. Este lobby demócrata y femenino conforma en la trama de la serie una de esas perversiones fruto de la erótica y la megalomanía del poder en la que los buenos propósitos iniciales van virando a terrenos más peligrosos conforme van siendo conscientes de su poder e influencia. El fin justifica los medios grabado en la frente.
Si este año hemos echado en falta algo en “The good fight” es precisamente el menor peso de los casos episódicos judiciales, lo que ha provocado también una menor presencia de los actores invitados, uno de los aspectos más reconocibles tanto de esta serie como de la matriz. No hemos tenido a Elsbeth Tascioni (Carry Preston), Colin Sweeney (Dylan Baker) o Howard Lyman (Jerry Adler) pero sí a otros que van a encaminados a ser de los habituales originales de esta serie (al no estar en “The good wife”) como es el caso de Solomon Waltzer (Alan Alda), Felix Staples (John Cameron Mitchell) o Francesca Lovatelli (Andrea Martin). De vez en cuando nos sorprende ver a otros personajes que han estado en ambas series como Spencer Zschau (Aaron Tveit), Lemond Bishop (Mike Colter) o el juez Peter Dunaway (Kurt Fuller) pero en cierta manera no ha sido la temporada más lucida en este aspecto.
Y es que seguramente ha tenido mucho que ver la rutilante presencia (a ratos agotadora) del Roland Blum interpretado por Michael Sheen, todo un arrebato torrencial de carisma marrullero y manipulador preocupado siempre porque su verdad sea la auténtica, cueste lo que cueste y sin ningún tipo de escrúpulo. Ha sido impagable ver al actor en algunos capítulos (heredando ese espíritu excéntrico de alguno de los mejores robaescenas de la serie) pero su arco de siete capítulos ha sido tan explosivo que, como parece, no da para más habiendo sido todo un chupóptero para el bufete de Reddick, Boseman y Lockhart y siendo un personaje que entró con el fin de dinamitar los cimientos de la ética y justicia y que, sobre todo, ha terminado suponiendo un personaje trascendental para Maia Rindell a la hora de descubrirse a sí misma como la abogada que puede llegar a ser.
Por supuesto con tanto talento actoral en la serie este año han abrazado su vertiente más musical (muchos de los intérpretes han estado en Broadway) y aunque cada vez parece más cerca de que algún día se atreverán con un capítulo meramente musical (algo a lo que no se han resistido no pocas series) hemos visto entonar estrofas o fragmentos de canciones a la propia Baranski pero también a esa leyenda viva del teatro USA que es Audra McDonald, así como a los personajes de Delroy Lindo (Adrian Boseman), Cush Jumbo (Luca Quinn) y Sarah Steele (Marissa Gold). Pero si alguno se ha llevado la palma ha sido nuevamente un Michael Sheen que, de una manera en cierta manera angelical como el personaje que tiene en la serie “Buenos presagios”, cierra uno de los capítulos con el I´ll be there de The Jackson Five.
El papel de los medios de comunicación ha jugado un papel importante en la temporada sobre todo a raíz de cómo se abordaba desde una manera profesional y objetiva un caso de #MeToo destapado en el propio bufete y con el fallecido padre de Liz Reddick, fundador del mismo y uno de los grandes símbolos de la lucha de los derechos civiles, como presunto agresor teniendo el despacho una bomba de relojería en las manos a la que hay que abordar y que puede acabar con el prestigio y la imagen de todos ellos. El dilema humano y empresarial de si interesa más escurrir el bulto o dar un paso adelante con la cabeza alta pidiendo disculpas pero con la conciencia tranquila, aunque ello suponga el riesgo de perder a algunos de los clientes que suponen mayor facturación para el bufete.
Además de este movimiento del #MeToo estallado en Hollywood a finales de 2017, la serie ha vuelto a tratar el tema de las escuchas ilegales, las artimañas políticas y tecnológicas para conseguir unos votos electorales que pueden ser claves para llevar a un candidato al poder como ocurrió con una serie de urnas en las elecciones de 2016, el papel de Rusia en la elección de Trump, o ese conflicto siempre latente de guerra fría contemporánea que mantiene Estados Unidos con China. Afortunadamente, la serie ha podido relajarse con otros temas y situaciones con guiños meta como contar con el actor Gary Carr interpretándose a sí mismo preparando dentro del bufete un papel para una futura serie de abogados y jugando con el guiño de que participó en la cuarta temporada de “Downton Abbey” como el músico de jazz del que se quedaba prendada el personaje de Lady Rose.
Un despacho de abogados en el que esta temporada el clima laboral se ha caldeado por una acusada discriminación racial entre negros y blancos y los sistemas de ascenso para un bufete que empezó con una plantilla 100% afroamericana y que ve como una mestiza como Lucca Quinn accede encargarse del área de familia y que la dicharachera y caucásica Marissa está relegando en parte al otro investigador del bufete, Jay. Entre todo eso incluso aparecen en el despacho una serie de intermediarios que quieren confiar en ellos para que represente a una celebridad de primer nivel en un caso de divorcio. ¿Realidad o un fake en forma de prueba para un bufete de marcado carácter político y al que muchos le tienen ganas de verlo caer?
Los Emmy siguen arrinconando a una serie que no ha conseguido ninguna nominación por su tercera temporada. Con las elecciones de 2020 en Estados Unidos cada vez más próximas habrá que ver como vira la serie en una nueva temporada que necesitará un nuevo punto de partida en sus personajes y, quizás, menos esquizofrenia a la hora de abordar determinados temas que llevan a la serie a desequilibrar el tono de crítica cayendo del lado de la parodia. Con cliffhanger incluido en el final de la tercera temporada, parece no haber calma que preceda a la tormenta y es que, alzando la vista a los cielos de Chicago, vivir bajo ese cielo casi apocalíptico es toda una declaración de intenciones para que la resistencia siga firme hasta que, quizás algún día, vuelva a salir el sol.
Nacho Gonzalo
Muy buena reseña, me encantó. Mi frase favorita la dice Blum: "Trump les gana porque ve la vida como una batalla, en cambio ustedes, los demócratas, la ven como una causa"
Excelente reflexión.