Cine en serie: "The crown", la confirmación de un exitoso reinado
Querido Teo:
En su segunda temporada "The crown" ha continuado la intriga palaciega, la recreación histórica y política y el drama familiar que ya nos deslumbró a todos en una primera temporada que demostró todo el músculo a nivel de producción que puede tener Netflix con una serie de gran presupuesto, perfecta recreación y directa a cualquier top seriéfilo tanto para crítica, público y premios. La nueva tanda de capítulos, que desde hace un mes puede verse en la plataforma, no han hecho más que engrandecer las virtudes de una serie que cierra un ciclo para iniciar otro con la tercera y cuarta temporada que implicarán cambio de actores y salto de década para ir avanzando en el retrato del longevo reinado de la (mucho más humana y carismática a través de esta serie) Isabel II.
Los tres primeros capítulos de la temporada funcionan como una serie en sí misma y cierran un círculo que se inicia con una acalorada discusión, sin perder la flema británica ya que ellos nunca discutirían de manera barriobajera, entre Isabel y Felipe. Ya el cierre de la primera temporada lanzaba sombras sobre un matrimonio en el que, además del presumible amor que se profesan, hay que unirle respeto, deber y servicio a la institución de la corona. La acción nos lleva cinco meses antes de esa discusión de salón inicial a los preparativos de la larga gira que emprenderá Felipe con una tripulación del ejército que, más que una tediosa obligación, se ve como un viaje sin esposas por parte de todos los integrantes de la misma, casi como un viaje fin de curso para adolescentes hormonados.
Un viaje que termina levantando ampollas en el país mientras va surgiendo el rumor de las fricciones del matrimonio entre Felipe e Isabel fruto de la distancia y con la sombra de la denostada y mal vista palabra de “divorcio” debido a los trámites que inicia a tal efecto, y debido a sus continuas infidelidades, la mujer del Coronel Parker, amigo de juergas y asistente personal de Felipe, pudiendo ello salpicar a la corona mientras intentan preservar y camuflar del escándalo los acólitos servidores de la monarca representados por Michael (secretario personal de la reina) y el ya jubilado y maquiavélicamente petulante Tommy Lascelles (fiel servidor en la primera temporada de Jorge VI).
El arco dramático de Isabel ya queda lejano de aquella novata a la que el peso de la responsabilidad le vino de manera inesperada y demasiado joven. En esta temporada, ya asentada en el trono y teniendo bien claro cuál es el mandato recibido tanto por la institución como por esa divinidad que rodea todo lo relacionado con la corona, la reina hace un arte de aplomo, sobriedad y de mirar a otro lado en determinados asuntos en los que ya ha comprendido que lo mejor que puede hacer para salvar a la institución es sencillamente no hacer nada.
No obstante, la mujer detrás de la reina termina emergiendo en las desconfianzas (pero indudable atracción) que siente hacia su marido, el intento de mediación con la mujer de Parker para saber sus intenciones y jugar con los tiempos de cualquier anuncio que pudiera desestabilizar a la monarquía, delegar en los que le rodean cuando sus embarazos le hacen estar con menos fuerzas, o tener un arrebato de orgullo cuando en el capítulo 2x08 teme quedar eclipsada por una rutilante Jackie Kennedy, con la expectación de una estrella de cine para todos, llevando a cabo una maniobra política ajedrecística con el gobierno de Ghana digna de estudio y que le sirve para ganar valoración como estratega. Algo que hará que la mujer de JFK acabe abriéndole su corazón mostrándole todas sus vulnerabilidades y dejándole claro que en ella todo lo que hay es apariencia y sonrisas para la galería. Y es que, al igual que hiciera “Mad Men”, en "The crown" los hechos políticos como el asesinato del presidente Kennedy (del que la serie presenta y potencia las peores sombras imaginadas y rumoreadas sobre su figura) también son el telón de fondo de los hechos que narra la serie en un capítulo portentoso en el fino retrato de dos mujeres que tienen la presión de ser continuamente observadas por el mundo y tener que responderle al mismo estando a la altura.
Especialmente llamativo y destacado es el capítulo 2x05 en el que la institución sufre los incendiarios ataques de un modesto director de periódico, Lord Altrincham, que frente a la indignación inicial por parte de la reina y los suyos acaba convirtiéndose en el resorte que permitirá el necesario, aunque lento, avance de Isabel hacia su pueblo en base a lo que rigen los nuevos tiempos. Entre ellos, la llegada de la televisión (que ha cobrado una especial importancia en esta temporada) y con la que Isabel lleva a cabo su primer discurso navideño al país y al que precisamente este año la auténtica reina ha hecho mención con un evidente guiño a una serie que, más que pretender escandalizar a los Windsor (y motivos habría para ello), a buen seguro han sabido ver con la serie de Peter Morgan un necesario y agradecido intento de humanizarlos frente a una gran parte de la sociedad que ve toda la parafernalia regia como pura anacronía. Un capítulo escrito de manera primorosa y en el que el pueblo, a través de este plumilla con sed de notoriedad pero también con noble franqueza, llama a las puertas de un palacio que, alejándose del misticismo y la distancia, está dispuesto a escuchar y a abrir sus puertas. Y es que uno de los aciertos de la serie es acercarnos a figuras como ésta, nombres anónimos por el gran público sepultados por la Historia pero a los que tanto debe el devenir de los tiempos.
Se anunciaba desde antes del estreno que ésta sería una temporada que profundizaría en el fascinante personaje de Felipe, el hombre encorvado con las manos en la espalda y siempre detrás de la reina. La verdad es que así ha sido y Matt Smith ha llevado el papel a un punto inimaginable por muchos. Con otro actor y otro guión el personaje podría haber terminado como un villano de opereta, pero (a pesar de que la serie no es nada condescendiente con esta controvertida y desconocida figura) sí que destaca su abnegado (como define él mismo) “trabajo” hacia su esposa, su reina. A destacar el arco de los tres primeros capítulos con un Felipe entre la juerga, el retiro espiritual y la distancia física y emocional de los suyos. Conjunción que es la única que le hace valorar realmente lo que tiene, lo que quiere y lo que no está dispuesto a perder sabiendo las consecuencias que implica un paso en falso en esta misión para la cual la vida le ha destinado y que él ve representado en la caída de Parker y, por otro lado, en esa periodista que le hace ser víctima de su arrogancia y condescendencia creyendo intenciones muy distintas de las que realmente tiene. Un viaje, que sin ser alucinógeno, le hace ver y ser consciente de los fantasmas y las aves carroñeras dispuestas a saltar a la yugular de la gente de su posición.
Mención aparte merece el que para el que escribe es el mejor capítulo de la temporada. El 2x09 que casi funciona como una película por sí mismo. Con una Isabel en segundo plano, se adentra en la relación entre Felipe y su primogénito, Carlos, en relación con el centro en el que llevara a cabo sus estudios. Frente al elitista, conservador y más almibarado Eaton por el que aboga la reina, Felipe pretende que Carlos se curta igual que él en el recóndito (y sólo aparentemente bucólico) Gordonstoun de Escocia a pesar de todas las penurias que él vivió allí en un largo y recurrente flashback que nos lleva al trauma de un adolescente Felipe que termina marcando su personalidad futura, abandonado por su familia en ese centro coincidiendo con la pérdida de su querida hermana mayor en un fatídico accidente de avión al que su padre hace responsable mientras la madre de éste pasa sus días recluida en una institución mental. Con el único apoyo de su tío Dickie, que también pasará a ser bastón emocional años después de Carlos, asiste a una monumental secuencia fúnebre con la música de Mozart de fondo en el que tiene que escoltar con un séquito (rodeado de colaboracionistas nazis) a las vidas familiares (hermana, cuñado y sobrinos) que ha perdido en ese vuelo.
Los años estudiantiles en Escocia, que Carlos definiría más tarde como “un infierno en vida”, marcan la peculiar relación de Felipe y su hijo marcado por la frialdad, el distanciamiento y la preocupación por parte del príncipe consorte de que su hijo sólo sea “un debilucho” intentando evitarlo haciendo que experimente las mismas penurias y vejaciones que él. Curioso y caduco (hasta hace bien poco para varias generaciones) sentido de la protección paternal que explota en un viaje en avioneta que hace entender muchas cosas sobre los complejos y frustraciones que cada uno atesora.
Margarita es para muchos el personaje más interesante de la serie y el que podría ser la auténtica protagonista de la misma al tener una vida mucho más intensa y apasionante que la de su hermana regia marcada por la libertad de estar en segundo plano. En esta ocasión ha habido dos capítulos en los que se ha puesto el foco sobre ella. Uno ha sido el 1x04 en el que, todavía amargada por la espera y el amor truncado con Peter Townsend, y con ganas de dar el bombazo de anunciar su compromiso, conoce al fotógrafo de vida disoluta Tony Armstrong-Jones (un Matthew Goode abonado a este tipo de producciones) del que se acaba prendando y oficializando su matrimonio en el 2x07. Dos personajes tan liberales y extremos, volcánicos e inciertos, que tuvieron que encajar su hedonista personalidad (y con la dificultad que implica una vida en pareja) en los férreos protocolos marcados, demostrando con el paso del tiempo haber conformado una unión con pies de barro marcado por el despecho de ella (ante las piedras que hundieron la relación con un Townsend que anunció a Margarita por carta que rehacía su vida dejándola libre de cualquier promesa para que así ella hiciera lo mismo) y el intento de él de demostrar a su implacable madre que el hijo del que ella siempre se había avergonzado era capaz de dar semejante campanazo entroncado con la familia real.
Menos interesante, a pesar del potente capítulo dedicado al regreso a Inglaterra del Duque de Windsor marcado por un secreto del pasado en relación con los nazis que cerró por siempre sus intentos de rehabilitación dentro de la sociedad británica, ha sido todo lo relacionado con los pasillos de Downing Street. Sin la figura (ya retirada) del imponente Churchill, asistimos a la inestabilidad de las políticas de un país que hace a la reina explotar en el último capítulo ante el hecho de que, en su primera década en el trono, tuviera a tres Primer Ministro y que ninguno de ellos (bien por vejez, bien por enfermedad o bien por debilidad) cumpliera su mandato.
Un morfinómano Anthony Eden (Jeremy Northam) intenta (ya sin la ala protectora de Churchill) dejar su sello en la Historia con una humillante retirada en la Guerra de Suez que le costó el cargo ante la desconfianza de su propio partido ocupando el puesto únicamente dos años, siendo sustituido por Harold Mcmillan (cabeza del gobierno de 1957 a 1963) que dimitió por las consecuencias del escándalo relacionado con la vida privada del Ministro de Defensa, John Profumo, obligándose a seguir el mismo camino ante el hecho de quedar avegonzado por el apoyo público brindado hacía él y (representado en la serie) en ese momento en el que asiste a una función de teatro en la que una compañía hace burla de su figura y su gabinete. La misma sensación de sentirse desnudo y vulnerable ante su pueblo, sufrida por Churchill en su retrato del 80º cumpleaños, es padecida por un Mcmillan que ni siquiera se siente respetado por una mujer casquivana y criticona que mantenía una larga relación sabida por todos con otro político y con la que ambos habían aprendido a convivir como un elemento más de su vida en común.
Con la foto de la familia real en el último plano se cierra una segunda temporada que ha hecho ganar peso y profundidad a una de las series imprescindibles y que, asumiendo riesgos con la reina y su marido todavía en vida, ha logrado acercar de una manera universal uno de los símbolos de la idiosincrasia británica. La prueba de fuego será el salto temporal y artístico (con nuevos actores) que supondrá la siguiente temporada pero la labor de Peter Morgan y Stephen Daldry es la mejor garantía para unos creadores que han pasado a ser, entre cine, televisión y teatro, auténticos historiadores de las últimas décadas de un país. Afortunadamente queda mucho que contar y ahí nos tendrán pendientes de las siguientes lecciones magistrales con la que quieran deleitarnos de manera tan minuciosa como adictiva.
Nacho Gonzalo
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