Cine en serie: “Sherlock: La novia abominable”, el “greatest hits” gótico y victoriano del detective de la BBC
Querido Teo:
"Sherlock: La novia abominable" es el especial que la BBC nos ha regalado como un buen sorbo de agua en el desierto de la espera de la serie que tras sorprender en 2010, atrapar en 2012 y consolidarse y superar un cliffhanger en 2014 rompió la banca de los Emmy con 7 premios en la edición de ese año; incluyendo los de actor (Benedict Cumberbatch), actor de reparto (Martin Freeman) y guión (Steven Moffat). Una manera de reconocer a los tres artífices de la serie que siguen teniendo a bien reunirse a pesar de sus apretadas agendas pasando en este último lustro a saltar al estrellato; algo a lo que contribuye sobremanera el “fandom” que ha ido ganando la serie. Por todo ello, este capítulo especial se esperaba con muchas ganas hasta que, presumiblemente a primeros de 2017, veamos los tres nuevos capítulos que integrarán la cuarta temporada de la serie. Este especial cumple su objetivo satisfaciendo al público fiel de la serie aunque termine navegando entre la genialidad, el pastiche gótico y el “salto de tiburón”.
“Sherlock: La novia abominable” es la regresión temporal a los orígenes más característicos y literarios del personaje. Y es que una vez que la BBC ha consolidado (y de manera magistral) a un personaje llevándolo al tiempo actual (tanto en lenguaje como en la problemática del terrorismo internacional y en la resolución de los casos a través de la tecnología más puntera) pero siempre con sumo respeto y sin traicionar su esencia, era la oportunidad de que Moffat y Gatiss se permitieran el lujo de honrar a la obra de Conan Doyle de la manera más fidedigna posible aunque esta vez haciendo justo lo contrario, sin que supusiera una ruptura o un ultraje a lo que nos ha aportado el personaje interpretado por Cumberbatch. Tras un inicio que prácticamente es calcado al del primer capítulo como es el momento en que Holmes y Watson se conocen, y que ya demuestra que vamos a adentrarnos en el universo reconocible de la serie pero ahora desde una vertiente decimonónica, nos sumergimos de lleno en el Londres victoriano de neblinas, carruajes, diferencias sociales, clasicismo y mugre. Con un Sherlock Holmes asentado en el escalafón detectivesco de tal manera que Scotland Yard no es más que una organización de patanes, un Watson casado pero con “canitas al aire” continuas en forma de aventuras y casos por resolver con su amigo y colega, del que se ha convertido en el narrador oficial de historias y de relatos cortos en el diario The Strand mitificando la inteligencia y capacidad de deducción del detective.
Con Benedict Cumberbatch y Martin Freeman comodísimos en unos papeles que ya hace tiempo que hicieron suyos sin discusión y que parecen encararlos ya como si fuera un “balneario” en sus carreras en el que disfrutan dejando el trasiego de los cantos de sirena de Hollywood poniendo los pies en su querido Reino Unido, es alabable como la serie ha logrado con el tiempo dar más juego a los secundarios; especialmente los de la cada vez más verborreica señora Hudson (a pesar de que acuse a Watson de que la ningunea en los relatos siendo la clásica casera florero), el inspector Lestrade (totalmente rendido ya a la sagacidad Holmesiana), Mycroft Holmes (divertidísimo un Mark Gatiss bulímico entre la referencia literaria y un Hitchcock que mueve los hilos en la sombra), Mary Morstan (revelación de la tercera temporada siendo una mujer de Watson nada típica) o la ingenua y torpe Molly Hooper que aquí se reserva uno de los mensajes más universales de este capítulo especial.
Lo que empieza como un crimen vengativo de una novia dolida y trastornada termina saltando por varios relatos del universo de Holmes (“El signo de los cuatro”, “Las cinco pepitas de naranja” o “Las cataratas de Reichenbach”, etc...) ofreciendo una fantasía gótica apasionante y llena de intriga, con los consabidos giros y trucos de la serie para que parezca coherente lo imposible, y jugando hábilmente con un mensaje de reivindicación feminista como bandera que enarbolar en forma de conspiración por la justicia social.
Este capítulo también desvela uno de los secretos que lo rodeaban, sabiendo además conectarlo con la narrativa temporal de la serie para que éste no fuera un islote aislado en el discurrir de las temporadas. ¿Qué podía explicar el viaje en el tiempo que proponía Moffat? No hay más que sacar uno de los aspectos menos explotados del personaje en su versión televisiva, quizás para conservar una pátina de corrección política, y esa no es otra que su adicción a la drogadicción (en dosis del 7%) y los vericuetos de su “palacio mental” (concepto con el que ya hicieron virguerías en el último capítulo de la tercera temporada) para que se justifique la sombra de un Moriarty que, quizás, eliminaron en su momento demasiado pronto y al que los creadores ya no saben cómo introducir para que siga teniendo presencia (sea real o espectral) y asistamos a los histrionismos y maquiavelismos del “Napoleón del mal” que encarna Andrew Scott.
En definitiva, “Sherlock: La novia abominable” es una sucesión de los “greatest hits” que han construido la serie a lo largo de tres temporadas tanto en personajes, guiños y casos funcionando tanto en capítulo aislado como, sobre todo, en homenaje al éxito y a los fans de la serie. Eso sí, el triple salto mortal con el que siempre arriesga puede estar a punto de dar un traspiés si no remozan algunas tramas y en este punto de inflexión exploran nuevos territorios y personajes de cara a una cuarta temporada que volverá a servirse como un placer inexcusable y esporádico hasta que sus artífices quieran. El culto, la notoriedad y la fama están lejos de perderla sino que parece ir “in crescendo”, sólo queda esperar que la calidad no se resienta y haga el camino inverso.
Nacho Gonzalo