Cine en serie: “Little fires everywhere”, una prisión entre las llamas de la frustración
Querido Teo:
"Little fires everywhere" se ha convertido en una de las series limitadas que ha conseguido nominación en los Emmys 2020 y bien merece atención un proyecto que gustará a aquellos que se dejaron llevar por los secretos detrás del glamour de "Big little lies" y los traumas familiares de "Heridas abiertas". La adaptación de la novela de Celeste Ng publicada en 2017 supone un nuevo triunfo de Reese Witherspoon como productora después de “Big little lies” (HBO) y "The morning show" (Apple TV) y que se ha estrenado en USA a través de Hulu y en España por Amazon Prime conformando una serie de 8 capítulos tan desoladora como llena de tensión y mensaje sobre el hecho de estar marcado de por vida por una mera condición de clase.
Reese Witherspoon (como gran ausente de estos Emmys 2020) vuelve a bordar ese papel de madre de familia dicharachera, organizadora y que nada en la apariencia de tener una vida tan perfecta y calculada con todas las actividades planificadas, incluso la cantidad exacta de vino que puede beber y los días que tiene que practicar sexo con su marido.
Una periodista que tuvo que arrinconar su carrera para levantar y criar a una familia en la ciudad residencial de Shaker Heights (Ohio), un lugar en apariencia idílico en el que la solidaridad sólo es de boquilla en ese esplendor fruto del final de la década de los 90 en la que a todos nos hicieron creer que el mundo iba a estar a nuestros pies.
Witherspoon es Elena Richardson y vive junto a su marido abogado Bill (Joshua Jackson) en una lujosa casa junto a sus cuatro hijos; todos ellos aparentemente perfectos y que se encuentran a las puertas de ir a la universidad y volar por sí solos destacando bien por sus calificaciones, su popularidad dentro de ese microclima social de instituto y bailes de graduación, o bien por sus cualidades en el deporte.
Paralelamente llega al barrio Mia Warren (Kerry Washington), una artista errante con una mochila llena de problemas y una hija de 14 años que no hace más que preguntar por sus orígenes y concretamente el hecho de saber quién es su padre. Mia entrará en contacto con Elena cuando ésta le enseñe la antigua casa familiar que tienen en alquiler y, en cierta manera, se apiade de sus circunstancias dejándole unas condiciones muy ventajosas para poder instalarse en la zona.
Poco a poco ambas familias terminarán conectadas cuando Pearl (Lexi Underwood), la hija de Mia, se haga amiga de Moody (Gavin Lewis), uno de los hijos de Elena, y Mia acabe ayudando en las tareas del hogar de la casa de Elena ante su precaria situación económica ya que entre lo que gana con sus fotografías y cuadros y su trabajo en un restaurante no le da para mantenerse.
“Little fires everywhere” es una serie más interesante conforme va creciendo y enredándose viendo más allá de las capas iniciales que se nos presentan. Y es que en la serie reside la honda insatisfacción que rodea a una Elena que ha salido adelante con su verbo y con su vena de madre amantísima y factotum de su comunidad participando en clubes de lectura u organizando fiestas para los amigos y vecinos.
Y es que, mientras se ocupa de su casa y de la imagen idealizada que tienen que alcanzar sus hijos, ella no repara en cómo tuvo que sacrificar una prometedora carrera cuando dejó atrás la oportunidad que se le presentaba con su novio de juventud a la hora de formar una vida que, a pesar de una posible inestabilidad y el peaje que hubiera supuesto, quizás le hubiera hecho sentir más plena y realizada. Un mundo que choca con el anárquico y en cierta manera insolente de una Mia que tiene en el hecho de no amoldarse a lo establecido su mayor fuerza frente a la condescendencia de los que se sienten vivir en un entorno privilegiado.
La relación de Elena y Mia está bañada también de ese componente racial que hace ganar fuerza a la serie frente a la novela ya que Mia es negra y, en parte, Elena ayudándola se siente más solidaria y tolerante defendiendo esos valores que no son más que un mero postureo para la galería en una comunidad tan pretendidamente abierta y tolerante como reprimida. Mia sabe cuál es su lugar y la actitud, aunque bienintencionada inicialmente por parte de Elena, no es más que la clásica jerarquía entre la señora de la casa y la “criada” con la que intenta cultivar una fingida relación de amistad en la que la propia Elena quiere creer aunque Mia sepa perfectamente que no es más que una red de confianza ficticia y poco consistente ante los mundos tan diferentes de los que provienen. La altivez sobreprotectora de una frente al despego trufado de envidia por parte de la otra.
Otra de las novedades de la serie respecto la novela en la que se basa es el peso de las dos hijas de Elena. Lexie (Jade Pettyjohn) es una réplica de su madre y es la clásica triunfadora de instituto que lo tiene todo y que utiliza a los demás como meros instrumentos para sus intereses, como en el caso de una Pearl de la que se hace amiga sólo para aprovecharse de su historia primero y después para pedirle ayuda y cobijo ante un secreto que no puede desvelar. Una de esas chicas desinhibidas, cuyo novio en el instituto es deportista y negro, y que parece que sólo quiere para pasárselo bien con él y para fantasear con una posible boda.
Por otra parte, Izzy (Megan Stott) vive acomplejada por los sentimientos que tiene con su mejor amiga y sintiéndose un bicho raro dentro de la familia que ha construido su madre, estando siempre a la sombra de sus hermanos y recayendo en ella la principal rabia de su madre al trasladar la frustración de no haber podido ascender en su trabajo ante el hecho de tener a ese cuarto hijo que no estaba previsto. La metáfora de la pluma de ese pájaro enjaulado no es sólo acorde a Izzy sino también al caso de una Elena que ha construido entre sonrisas, cronogramas y consejos de autoayuda un castillo del que ella misma es prisionera.
“Little fires everywhere” habla de la obsesión de dos mujeres entre sí que intentan neutralizar a la otra a través de un pasado oculto que ha derivado en el excesivo proteccionismo que tienen con sus hijos y que lleva a éstos a ser meros apéndices de unas madres controladoras y que no les dejan desarrollarse como personas. Desde negando el pasado de la hija de Mia hasta coartando cualquier elemento discordante en los hijos de Elena que no sea el hacerse la tradicional foto de Navidad con la ropa que su madre quiere, tomar una alimentación dietética y, por supuesto, ganarse una plaza en la Universidad de Yale sin ningún escrúpulo, y el no ser una hija que suponga una vergüenza o un elemento discordante en una comunidad familiar compuesta más por títeres que por hijos con identidad y autonomía propia.
Además de la relación de Elena y Mia y de las interacciones entre unos hijos que tienen sus problemas de autoestima y amorosos propios de la edad y del yugo de sus madres, la serie abraza dos vertientes interesantes. Una es el thriller judicial en el que la ayuda de Mia a una compañera de trabajo china, Bebe (Lu Huang), que quiere recuperar al bebé que abandonó en una noche de desesperación, acaba haciendo temblar los cimientos de la vida feliz de la comunidad y que hará sacar lo peor de una Elena que es capaz de chantajear a Mia con tal de que abandone su insistencia ya que ese bebé fue acogido por Linda (Rosemarie DeWitt), la mejor amiga de Elena que al fin con los trámites de esa adopción está cumpliendo los deseos de ser madre tras tantos intentos infructuosos.
El desgarro de unas leonas que protegen a su camada pero que también responden con garras y dientes frente a la amenaza que supone la otra en la que no es más que una lucha de bandos pero también de clases sociales y modos de vida y que ninguno de ellos quiere perder.
El otro punto destacado es cómo la serie explora en los últimos capítulos de la misma el pasado de Elena y Mia para comprender todo lo que arrastran y lo que les ha llevado a ser así examinando las decisiones que tomaron 20 años atrás. Allí entenderemos la vida (o más bien coraza) que ha construido Elena en torno a su frustración y lo que tuvo que sacrificar para ser quien ahora es, así como quién fue el gran amor de Mia y lo que llevó al origen de Pearl y al hecho de que su madre y ella sean unas permanentes nómadas.
Para ello hay que destacar la acertada labor de casting a la hora de confiar en AnnaSophia Robb y Tiffany Boone en los papeles respectivos de Elena y Mia en su juventud clavando los gestos y esencia que anteriormente hemos visto en Witherspoon y Washington lo que dota a la trama de la serie de una transición muy creíble y de un recorrido psicológico que acaba confluyendo en esa casa que arde, algo que no es un spoiler y que se revela desde el primer minuto de la serie siendo una de las grandes preguntas de la trama el hecho de saber quién provocó que la casa de los Richardson fuera pasto de las llamas.
“Little fires everywhere” es un retrato sobre la turbiedad de las relaciones y cómo los secretos, odios y recelos acaban conformando la gasolina que puede hacer que todo estalle. Y es que vivimos en un mundo rodeado de bienquedismo y en el que, siendo conscientes de las desigualdades y de lo que en teoría está bien y mal, seguimos cayendo en los mismos errores fruto del clasismo interiorizado y de los roles que nos han enseñado desde pequeños. Una serie impulsada por mujeres y que demuestra esa paridad que quiere alcanzar la industria reivindicando las historias protagonizadas por ellas y que es algo que han sabido muy bien entender tanto Witherspoon y Washington en la producción como Lynn Shelton en la dirección y Liz Tigelaar en el guión.
Y es que las buenas intenciones bañadas de obsesión y un forzado entendimiento también pueden llevar a consecuencias devastadoras, más cuando las protagonistas no han tomado buenas decisiones en su vida sino que lo que han tenido que elegir son las mejores oportunidades que se les presentaban en cada momento. Un descarnado retrato de la maternidad y de la familia fruto de los caminos que en un determinado momento del pasado emprendieron sus protagonistas y que las definieron por siempre.
Nacho Gonzalo