Cine en serie: “Line of duty”, la compleja red de la corrupción policial institucionalizada
Querido Teo:
"Line of duty" ha conseguido un hito con su sexta temporada logrando por el último episodio una audiencia de 15,24 millones de espectadores pulverizando todos los records para una serie de drama en lo que llevamos de siglo XXI. No es para menos si tenemos en cuenta el interés de una serie que, si bien en España cada vez tiene más fans que la han ido descubriendo con el paso de los años, en Reino Unido se ha convertido en todo un verdadero fenómeno temporada tras temporada. A día de hoy Jed Mercurio, creador de la serie, no ha confirmado si seguiremos viendo al AC-12 en acción pero su nueva tanda de capítulos (en España en Movistar+) ha dejado a la serie en todo lo alto.
Tras los apasionantes interrogatorios del final de la quinta temporada, y todo lo relacionado con H y la corrupción sistémica dentro del cuerpo de policía, nos encontramos con el clásico prólogo al que nos tiene acostumbrados la serie en cada inicio de temporada. Un operativo que sale mal y que pone en entredicho a la sargento Jo Davidson (Kelly Macdonald), protagonista de esta temporada y cuyo proceder se someterá a cuestión. Sí que vemos un cambio en esta ocasión y ese no es otro que la inspectora Kate Fleming (Vicky McClure) forme parte del equipo, la cual esta vez no está infiltrada como ha sido práctica habitual sino que ha abandonado por su propia voluntad el AC-12 debido al desgaste tras lo acontecido la pasada temporada.
Por otro lado en el AC-12 seguimos teniendo al inspector Steve Arnott (Martin Compston), ahora con la ayuda de la diligente Chloë (Shalom Brune-Franklin), y dirigidos como siempre por Ted Hastings (Adrian Dunbar), el cual sigue en el cargo a pesar del apercibimiento de una conducta no del todo clara y que se dejó estar en la pasada temporada. En esta ocasión no sólo se pone en entredicho el operativo de Jo, lo cual hará que Kate vuelva a ser pieza clave y se vuelva a poner en jaque su fidelidad a Steve y al equipo al que perteneció, sino que todo parece ser un fin de ciclo en el que se descubrirá por fin quién es H, o también llamado “el cuarto hombre”.
Es por ello que la sexta temporada es toda una gozada para los fans de la serie ya que juega de una manera cíclica con la línea de investigaciones anteriores. Cuál será nuestra sorpresa cuando descubrimos que Ryan (Gregory Piper), el miembro de la banda criminal en la que se infiltró John Corbett (Stephen Graham) en la quinta temporada y que terminaba apuntándose en la Academia de Policía para formar parte del cuerpo, es en realidad el chico callejero que veíamos en bicicleta trapichear en la primera temporada. O que Terry (Tommy Jessop), el chico con Síndrome de Down al que intentan colgar el muerto, es el mismo que vimos en la anterior temporada y del que se aprovechaban unos delincuentes guardando en la nevera restos de cuerpos de algunas de las víctimas surgidas por el camino.
El gran mensaje de esta temporada es cómo el sistema protege a los corruptos si estos se encuentran en el poder o, al menos, tienen gente relacionada que tiene predicamento. El clásico trato de favor corporativista en el que unos se tapan las vergüenzas de otros. Es por ello por lo que el AC-12 vivirá su momento más crítico, cuestionado por las altas instancias al meter las narices en lugares poco recomendables, preparándose una reestructuración que termine disolviendo el cuerpo poniendo como nueva jefa a Patricia Carmichael (Anna Maxwell Martin), la estirada comisaria que ejecuta sin sentimientos y sí con mucha soberbia.
Una tanda de capítulos que mantiene la energía trepidante y un interés “in crescendo” llevando a cabo alta televisión de entretenimiento con un mensaje crítico sobre un tiempo corrompido por los que ostentan en el poder y que lleva a dar cierta sensación de hastío para un trío protagonista curtido ya en muchas batallas, desgastado y mermado por la falta de apoyos del cuerpo. Es por ello que se ha profundizado en la evolución de unos personajes que se cuestionan su papel en el tablero.
Es el caso de un Steve que incluso baraja un cambio de departamento, tras la marcha de Kate, y ante la sensación de que no puede aspirar a mucho más dónde está por mucho que le suban por fin la categoría profesional mientras sigue padeciendo insufribles dolores que le hacen medicarse más de la cuenta y poner en peligro su continuidad en el cuerpo haciendo oídos sordos a las citaciones de revisión médica de la Mutua.
Kate por su parte está desubicada mientras sigue ganando peso y confianza en su nuevo departamento consiguiendo el apoyo de una Jo con la que termina estableciendo una gran complicidad que, en parte, le hace correr el riesgo de no ser todo lo objetiva que debiera a la hora de valorar su actuación y proceder. Una Kate que, separada de su marido, sigue teniendo en su hijo y en su compañero Steve los grandes apoyos de una vida entregada a su trabajo y en el que tanto ha tenido que sacrificar.
Por otro lado Ted Hastings sigue peleando con el cuartel general del cuerpo, que lo tiene en entredicho tras lo acontecido en la pasada temporada lanzándole indirectas sobre su posible retiro, sintiéndose con muy poco poder para realmente cortar de raíz la corrupción a alta escala de la institución ante el poco interés de los que mandan en ello y sufriendo el hecho de que el desempeño tanto de él y de su equipo pueda quedar en saco roto.
Mientras, y confesándose ante su equipo, terminará derrumbándose al seguir carcomido por la culpa de haber empujado a la muerte a John Corbett, el que se descubrió que era hijo de una mujer que había amado años atrás, intentando expiar su conciencia en parte destinando la mitad del dinero que le tuvo en cuestión la pasada temporada a la viuda de Corbett, la cual se convierte también en interés de un Steve que, como le dice Kate, en una de esas intimidades de barra de bar parece destinado a quedarse solo al no poder construir relaciones sanas a su alrededor.
Atención en esta temporada no sólo a las escenas trepidantes, impagable esa huida de Jo y Kate en un momento en el que no saben en quién deben de confiar, o el ataque al furgón que desplaza a un testigo que se antoja clave, así como a los ya míticos largos interrogatorios (con el característico pitido de la grabadora) que tiran de dialéctica, pruebas y derrumbe psicológico para estrechar el cerco sobre cada sospechoso, sino especialmente a la panoplia de nombres que vienen de anteriores temporadas y que casi exigen un croquis como el que tienen los policías en esas pizarras con fotos y pistas relacionadas con las personas que han aparecido a lo largo de la serie.
Es el caso de Tommy Hunter (Brian McCardie), surgido de entre las sombras las dos primeras temporadas, Patrick Fairbank (George Costigan), el cual estuvo involucrado en un caso de explotación infantil que vertebró la tercera temporada y que ahora cumple condena como un anciano demente, Philip Osborne (Owen Teale), líder del grupo policial antiterrorista en la primera temporada y ahora máximo jefe policial responsable de los recortes dirigidos al AC-12 en la presente, o la aparición de Marcus Thurwell (James Nesbitt), responsable de la investigación del asesinato racista de Lawrence Christopher en el que estuvo involucrado el hijo de Tommy Hunter.
El AC-12 se mete de lleno en esta red a raíz de investigar el asesinato de la periodista Gail Bella (Andi Osho) y la posible implicación que tiene en él la actuación de Jo Davidson lo que volverá a poner sobre la mesa unas cartas que salpican a los más altos mandos confirmando que más allá de las marionetas, y de que se desvele la identidad de H gracias a la tipografía y a una sucesión más de incompetencias que de aciertos que le han hecho jugar un papel cada vez mayor en la pirámide, hay un ente mayor que defiende esa corrupción institucionalizada ya asumida y de la que la mayoría prefiere hacer caso omiso para evitar problemas mayores.
Ese final con los tres protagonistas en el ascensor y en silencio, tras un recorrido de una década que no sabemos si tendrá continuación, es un cierre perfecto tanto como grupo de resistencia frente a lo que pueda estar por venir (sea con el AC-12 mermado o no) o mostrando la resignación por ser sólo una gota frente al océano de la corrupción en el que la dignidad y los valores no pueden más que agachar la cabeza frente a un poder que no está dispuesto a dejarse ganar terreno.
Aun así Hastings, Fleming y Arnott siguen siendo el mejor trío que ha dado la televisión reciente y su integridad y empeño, topándose siempre con los muros de un organismo podrido, dejan una sensación de deber cumplido bañado de amargura de impotencia por lo que tiene de aviso de navegantes a la hora de caer en la cuenta de en manos de quién estamos.
Nacho Gonzalo