Cine en serie: “La serpiente”, el crimen perfecto en la ruta del hippy
Querido Teo:
"La serpiente" se ha convertido en uno de los thrillers más intensos vistos recientemente en televisión. Una producción internacional y vistosa que nos lleva a la década de los 70 y que no escatima en intriga, glamour y cierta atmósfera malsana centrándose en la historia real de un estafador que creó a su alrededor toda una amalgama de joyas, pasaportes falsos y mochileros encontrados muertos en extrañas circunstancias moviéndose con total facilidad e impunidad por Tailandia, Nepal e India. En Netflix se pueden ver los 8 capítulos de esta serie rodada en Tailanda y Reino Unido que ha contado con Richard Warlow y Toby Finlay en el guión y Tom Shankland y Hans Herbots en la dirección. Una producción de la BBC y la plataforma que se evidencia en una ambientación técnica y artística de primer nivel.
“La serpiente” es el sobrenombre con el que se conoció a Charles Sobhraj (Tahar Rahim), también conocido en su momento por Alain Gautier. Ciudadano francés, de padre árabe y madre vietnamita, que encontró siempre rechazo y desarraigo por su mezcla ética, una circunstancia de la que se aprovechó para recorrer gran parte del mundo dejando a su paso un rastro de crímenes y falsas identidades a su paso eludiendo sus condenas iniciales por robos y estafas.
Todo ello le hacía cambiar de identidad hasta que la espiral se hizo todavía más grande convirtiendo su modo de vida en negocio para sacar rédito y beneficio a cualquier precio. Aunque Tahar Rahim no potencia ese lado seductor del personaje es verdad que logra transmitir esa fascinación inicial al conocerlo ante su desbordante confianza siendo una serie que tampoco necesita adentrarse en la virulencia de los crímenes que comete (salvo el de la pareja que conocen en la India) prefiriendo centrarse en la red que teje a su paso.
Presentándose como marchante de joyas, se aprovechaba de su carisma y verbo, casi como un líder mesiánico, para (junto a varios cómplices) ganarse la confianza de jóvenes mochileros y hippys que en su mayoría viajaban desde Europa a Asia en busca de nuevas emociones y sensación de libertad. Unas víctimas fáciles, muchas de ellas solitarias y desarraigadas de sus familias, con muchas ganas de vivir experiencias en paisajes espectaculares y a los que Alain captaba brindando ayuda y ofreciéndoles una estancia hedonista en la que el alcohol y las drogas campaban a sus anchas.
Charles (o Alain) establece una relación más de negocios que romántica con la francocanadiense Marie-Andrée Leclerc (Jenna Coleman), la cual terminará adoptando la personalidad de Monique, una de las turistas que conoce y que acaba convirtiéndose en su principal cómplice viviendo como un matrimonio a ojos de los demás.
Una acomplejada chica ahogada por sus padres que encuentra en este carismático seductor una vida de lujo, estatus y placer saboreando el lado bueno de la vida e, inicialmente, mirando hacia otro lado entre looks llenos de estilo, bebidas tropicales y baños en la piscina porque realmente tampoco le interesa saber qué es lo que hace Charles, con la ayuda de Ajay (Amesh Edireweera), con esos jóvenes turistas que entran con toda la confianza en su casa pero que siempre terminan saliendo víctimas de la “medicina” que les aplican para mejorar sus repentinos problemas de salud.
Un “modus operandi” que no haría levantar sospechas ante lo bien tejido que estaba todo. Primero por la apariencia de normalidad de un tipo con aire de triunfador y al que te gusta tener como amigo y después por ser las víctimas personas que, a su cuenta y riesgo, decidían llevar a cabo una serie de viajes para encontrar cierta paz espiritual y que, sin tener a muchos allegados pendientes de ellos, bien podrían desaparecer sin dejar rastro fuera por voluntad propia o no. Todo hasta que Herman Knippenberg (Billy Howle), el tercer secretario de la embajada holandesa en Tailandia, empieza a obsesionarse con el caso cuando tira del hilo tras descubrirse el cadáver calcinado de una pareja de compatriotas suyos que llevaban desaparecidos dos meses y que se sospecha que entraron en contacto con un étnico comprador de joyas antes de dejar de dar señales de vida.
Es en ese momento cuando la serie se convierte en un apasionante juego del ratón y el gato con continuos saltos en el tiempo a la hora de conocer a las víctimas, cómo entraron en contacto con el asesino y cómo Knippenberg intenta encajar todas las piezas obsesionándose de una manera casi enfermiza propia de los protagonistas de “Zodiac” o “Mindhunter”, primero con el fin de hacer justicia y segundo tomándoselo como una empresa personal en pro del servicio público frente a la aletargada burocracia diplomática que parece hacer oídos sordos del que para ellos no es más que un entretenimiento “matatiempos” en el que el joven funcionario está inmerso. Ellos prefieren estar fascinados con las bondades del paraíso en la tierra al que la diplomacia les ha destinado y en el que es más cómodo vivir no metiéndose en problemas.
Herman acaba implicando a las personas de su alrededor formando un equipo de investigación clandestino con el fin de averiguar qué es lo que está pasando, más cuando hay serias sospechas de que el caso de la pareja holandesa no ha sido aislado. Su mujer Angela (Ellie Bamber) y el diplomático belga Paul Siemons (Tim McInnerny) acaban también involucrados uniéndose posteriormente una pareja francesa, Nadine (Mathilde Warnier) y Remi (Grégoire Isvarine), que son los vecinos de Alain y Monique.
Tras hacerse amigos de ellos al ser también franceses, acaban sospechando cuando les pone en alerta Dominique (Fabien Frankel), un joven mochilero que es consciente de lo que está pasando y que es un prisionero en una jaula de oro que ha visto su personalidad alienada siendo cómplice del día a día de lo que ocurre en esa casa. Un tipo que quiere volver a su país pero que no podrá hacerlo al estar su pasaporte en manos de Alain.
El tercer capítulo es uno de los más logrados de la serie, centrado especialmente en Dominique siendo ya consciente el espectador del proceder del criminal. Primero la captación, después ganarse la confianza a través del agasaje para terminar o bien siendo un cómplice dispuesto a jugar en el tablero o bien una potencial víctima. El que a Dominique se le caiga la venda de los ojos sobre Alain, cuando descubre que todos los que llegan a esa casa acaban enfermando, hará que tema por su vida y aproveche una ausencia por “negocios” de Alain, Monique y Ajay para escapar.
Lo hará pidiendo ayuda a los vecinos franceses para poder escapar del país a pesar de no tener su pasaporte, los cuales acumula Alain dentro de su caja fuerte. La tensión llega a ser máxima cuando no sabremos si Dominique podrá completar su huida y hasta qué punto podrán ayudarle Nadine y Remi sin miedo a ser descubiertos tras ser revelado que los que creían que eran unos vecinos “chic” y molones no son más que unos asesinos sin un atisbo de humanidad y con una enorme frialdad.
Sin compartir pantalla en ningún momento la serie se mueve entre la telaraña vertida por Alain y la investigación de un Herman que vive en cuerpo y alma por ello, sudando tinta china con sus camisas de poliéster, aunque eso le suponga problemas tanto en el trabajo, en su vida de pareja y en su salud, acumulando documentación, informes y consiguiendo información a través de llamadas de teléfono y reuniones con policías y diplomáticos de otros países.
Mientras nadie más se jugaba el tipo, ni siquiera veía una causalidad más allá de unos hippys porreros con mala suerte, Herman supo ver más allá y tirar del hilo para comprobar que esos turistas holandeses a los que intenta hacer justicia no son más que la punta del iceberg. El hecho de que Herman y Alain nunca coincidieran no fue casual sino que fue siguiendo el consejo del embajador para que el primero no se involucrara demasiado con peligro para su propia integridad y para una embajada que se vería salpicada en el caso de que ocurriera alguna desgracia.
“La serpiente” mantiene la intriga en todo momento y logra que entremos en su juego, teniendo que estar atentos a los letreros que nos indican el lugar y tiempo en el que nos encontramos para así ir encajando todo, desde la relación de dominación y dependencia que se genera al principio entre Alain y Monique hasta lo que llevó a las principales víctimas a decidir iniciar la aventura.
Si bien algunos estaban hartos de la vida cotidiana otros simplemente buscaron un lugar para desconectar e, incluso, para experimentar antes de dedicar una vida a la fe. Todo en la complejidad de una década en la que irrumpe un nuevo modo de vida harto del convencionalismo social y que es aprovechado por un tipo sin escrúpulos ante la volubilidad de estos turistas que ya parten con esa inseguridad por el mero hecho de estar en un lugar que no conocen.
Quizás los cinco primeros capítulos son los mejores de la serie, con una tensión en todo lo alto tanto en el descubrimiento de las acciones del asesino y su cómplice como en el hecho de saber cuál será el destino de Dominique, Nadine y Remi si Alain descubre que ha ocurrido en su ausencia. A partir de ahí, y mientras Herman sigue estrechando el círculo acumulando cajas de información hasta que tras incansables jornadas logra encontrar las pruebas necesarias claves para que la policía realmente se tome en serio el asunto y lleve a cabo una orden de arresto internacional, se nos presenta el pasado y la huida hacia delante de un Charles que guarda un gran resentimiento a su madre, que dejó a una familia atrás y que intenta en París entrar en contacto con unos expertos en joyas para con el dinero seguir jugando en la partida de ese tren de vida que le hace ser un adicto de su maldad en una evolución desquiciada de la que es incapaz de salir y en la que ya no le mueve ninguna motivación más que la codicia, el mal y su narcisismo.
No desvelamos nada, se descubre en el primer minuto de la serie, que Charles se jactó durante muchos años de que no hubiera pruebas reales sobre él para ser acusado de los 12 asesinatos que, como mínimo, se le achacaron sospechándose que fueron muchos más. Charles Sonhraj llegó a ser el hombre más buscado por la Interpol, que finalmente logró capturarlo en 1976 tras su intento de drogar a 22 turistas franceses en una fiesta celebrada en Nueva Delhi generándose a partir de ahí una acumulación de acusaciones, condenas, artimañas escurridizas y bravuconerías mediáticas, renegando del estilo de vida occidental que tanto aborrecía.
Todo ello demostrando la complejidad de la condición humana y más cuando en ella reside la personalidad carente de empatía de un asesino que, de no ser por las pesquisas de un gris funcionario convertido en detective por insistencia, habría continuado moviéndose por esos países exóticos, sin levantar sospechas, como la serpiente que da título a su historia, la de una de las series más adictivas e intensas de la temporada.
“La serpiente” es una notable propuesta, absorbente y estilosa que mantiene todo el interés y que funciona de manera compacta a pesar de la tentación de haber alargado la serie ante una historia fascinante y desconocida para el gran público, sostenida bien tanto en la personalidad del asesino como en la determinación frente a la impotencia de su némesis funcionaria. Bien interpretada, primorosamente presentada en su puesta en escena llevando al terreno narrativo los “true crime”, que tanto están funcionando a nivel documental, y que en este caso se materializa en una serie que vale mucho la pena y recomendable para amplios espectros de público.
Nacho Gonzalo