Cine en serie: “Chernobyl”, el desastre atómico frente a la incompetencia y las mentiras
Querido Teo:
Sin hacer ruido, y casi de manera tan imprevista tanto en su irrupción como en el efecto de alcance de la tragedia que narra, "Chernobyl" ha puesto patas arriba la temporada televisiva en su recta final eclipsando con celeridad el final de “Juego de tronos”. Y es que HBO ha encontrado, casi sin pretenderlo, éxito crítico y fervor mediático con esta miniserie que se adentra en la tragedia que cercenaría a la potencia de la URSS, haría consciente al mundo del peligro nuclear y su devastación, y demostraría las mentiras e intereses de los poderosos, siempre más preocupados por salvar su pellejo y mantener su estatus aunque sea con el precio de las vidas de la población. “Chernobyl” ha vuelto a poner el foco en una tragedia que marcó el final de la década de los 80 y que ahora es rescatado con sobriedad, nervio y sentido divulgador para las nuevas generaciones que han podido como espectadores estar en vilo con la intriga narrada en esta miniserie de cinco capítulos sobre unos hechos que dejan una cifra oficial (y más que cuestionable ante la magnitud de lo ocurrido) de 31 muertos pero incontables víctimas de sus consecuencias.
“Chernobyl” no es una serie que hable de la épica de los héroes ni pretenda subrayar la emoción de los hechos sino que, más cercano a un retrato aséptico y documental, ante una neblinosa fotografía que tanto por ello como por su tono recuerda a "El topo" (2011), se preocupa más por narrar lo que ocurrió en el gran complejo industrial escenario de la catástrofe y en las consecuencias que tuvo para las personas que formaron parte de un experimento fallido que, ante la presión de los jefes por demostrar una capacidad que no tenían, dinamitaron todas las leyes de la física nuclear provocando la tragedia. Valery Legasov, Doctor en Química y Director Adjunto del Instituto Kurchatov de Energía Atómica, fue la voz más prominente y concienciada cuando pasó a formar parte de la comisión gubernamental que investigaría las causas del accidente e intentaría paliar los efectos producidos en la fatídica madrugada del 26 de Abril de 1986. La tarea no fue fácil ya que, además de sufrir en propia persona el hecho de estar en contacto con el material radiactivo, tuvo primero que hacer valer su postura para reducir los desastrosos efectos y después quedar relegado y olvidado por el gobierno soviético al no dudar Legasov en denunciar las condiciones tecnológicas precarias e infrastucturas baratas por parte de las autoridades a la hora de sustentar su industria nuclear y el error de miras de los que estaban al mando en el turno de noche en la central y que desencadenaron la explosión del Reactor 4 a pesar de negar en todo momento la posibilidad de que el núcleo hubiera explotado esparciendo el grafito a miles y miles de kilómetros a la redonda.
La miniserie empieza con el suicidio de Legasov ahorcado en su propio domicilio víctima de la depresión y el delicado estado de salud fruto de la experiencia en Chernobyl dejando al mundo una serie de cintas contando toda la verdad científica de los hechos y que, a pesar de la tragedia, la URSS no quería más que ocultar utilizando al KGB como brazo ejecutor para ello. A lo largo de cinco capítulos se cierra el círculo hasta que llegamos a ese alegato de la verdad frente a los cuentos de los poderosos, el leitmotiv que vertebra a la serie, y que no escatima en alguna concesión como el hecho de que Legasov y Boris Shcherbina (vicepresidente del Consejo de Ministros) no declamaran en el juicio a los culpables que se narra en el quinto capítulo pero sí que fueran los enviados gubernamentales al lugar de los hechos.
El creador de la serie, Craig Mazin, ha publicado semanalmente un podcast junto a Peter Sagal para ampliar lo narrado en cada capítulo. Y es que evidentemente el libro de Svetlana Alexievich, “Voces de Chernobyl”, ha sido referencia (algo que la autora habrá agradecido ya que el libro ha vuelto a despertar sumo interés y encabezar listados de ventas) así como la séptima versión del informe de la Agencia Internacional de la Energía Atómica de Naciones Unidas sobre lo ocurrido en la central.
Las palabras pronunciadas por Ulana Khomyuk, la física nuclear bielorrusa que es uno de los pocos personajes inventados de la serie pero que representa a los hombres y mujeres que formaron parte de la empresa de Legasov por descubrir la verdad, dice en la serie estas declaraciones sobre el alcance de los hechos: "Cuando la lava entre en los tanques, hará que se sobrecalienten y evaporen aproximadamente unos 7.000 metros cúbicos de agua, causando una importante explosión térmica. Nuestras estimaciones son entre dos y cuatro megatones. Arrasará absolutamente todo en un radio de 30 kilómetros incluidos los tres reactores que quedan en Chernobyl. Entonces, todo el material radiactivo de los núcleos será eyectado con virulencia y propagado por una gran onda sísmica. Puede alcanzar aproximadamente 200 kilómetros y podría ser letal para la población total de Kiev y gran parte de la de Minsk. La liberación de radiación será inmensa e impactará sobre la Ucrania soviética, Letonia, Lituania, Bielorrusia, así como Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía y la Alemania oriental".
Aun así, y teniendo en cuenta el frenesí y desconcierto de esos días, pasado el tiempo parece improbable que Europa fuera asolada ya que gran parte del material radiactivo siguió permaneciendo dentro del combustible del reactor y, aunque todo este material hubiera sido esparcido, difícilmente habría tenido ese impacto tan aniquilador afectando a tantos países.
Pripyat sufrió las consecuencias de la explosión pero también el desconcierto de unas primeras horas que sólo se manifestaron en un aparatoso incendio que iluminaba la ciudad y que, ante el desconocimiento, lleva a que la población siguiera con sus vidas sin ninguna consecuencia y que fueran reclamados los bomberos quedando la mayoría derretidos días después en escalofriantes agonías posteriores. La miniserie se centra precisamente en Vasily Ignatenko y su mujer Lyudmilla, especialmente el recorrido de ella de hospital en hospital para descubrir cuál fue el destino de su marido.
El tridente formado por Jared Harris, Stellan Skarsgård y Emily Watson es sobre el que pivota la parte científica y política de la serie y que les lleva a tomar partido por un país tocado y casi hundido que es incapaz de encontrar una solución a la tragedia, anteponiendo lavar la imagen de Rusia frente al destino de una población y una comunidad internacional a la que se dan datos falsos sobre el alcance proveyéndose de medidores radiactivos tan desfasados que cuyo máximo por defecto está muy por debajo de la situación real. Es en el primer y último capítulo cuando se aborda con minuciosidad todo lo que tuvo lugar en esa sala de máquinas en la que el ingeniero jefe Anatoly Dyatlov, y sin las medidas de seguridad y el preaviso necesario para ello, condenó al equipo bajo su mando y a su país a la desgracia nuclear sólo por la arrogancia y el ego de un mediocre que, a pesar de su experiencia de 25 años trabajando entre los reactores, forzó la máquina más allá de los límites de las leyes científicas, eliminando las barras de seguridad y demostrando desconocimiento, desdén y un poder mal entendido que le llevó a coaccionar a sus hombres a pesar de que estos intentaban rebelarse ante la caída sin frenos a la que iban abocados.
Una noche no de transistores (como se llamó en España a la del 23-F) pero sí de llamadas de teléfono, órdenes contrarias e intentos de escurrir el bulto ante una reunión llevada a cabo para analizar los daños y en la que la cerrazón y el intento de mantener intacta la imagen del estado soviético fue mayor a la evidente aceptación de la realidad.
El quinto capítulo redondea una serie en la que asistimos al juicio centrado en la lucha de Legasov por destapar la verdad aunque sea a contracorriente de los causantes de los hechos y los que han sido cómplices a la hora de taparlo. Él sabe que será a costa de su estatus pero, tras lo vivido, una condena en una salud ya maltrecha que le llevará lentamente a la muerte, y el rigor científico que enarbola, sabe que no tiene nada que perder y mucho que ganar a la hora de que la comunidad internacional en general (y la científica en particular) sea conocedora de lo que allí pasó. Para ello utiliza ante el tribunal una serie de láminas (de colores rojos y azules) para explicar el equilibrio necesario para dar sustento a la energía reactiva sin que ello suponga la catástrofe auspiciada por la ignorancia, la superioridad negacionista y la obsolescencia en medios técnicos y humanos que llevaron a que el experimento supervisado por Dyatlov (ya previamente fracasado) corriera a cargo de unos neófitos, entre ellos un ingeniero de sólo 25 años con sólo seis meses de experiencia, y sin ninguna preparación y antelación para ser conscientes de a lo que se enfrentaban.
No obstante es en el drama humano donde “Chernobyl” se erige como uno de los grandes títulos de la temporada y para ello se adentra en diversas historias cotidianas como la de esos bomberos que fueron los primeros en acudir al lugar de los hechos, la mayoría sin la protección necesaria, y que murieron en los días posteriores siendo sus ropas todavía hoy depositadas en el sótano del Hospital de Moscú donde nadie las puede tocar. Lo mismo se puede decir de los habitantes de la ciudad de Pripyat que desde un puente vieron a un kilómetro de distancia las luces del incendio y casi hipnotizados por esa imagen, bucólica a pesar de la pesadilla que ya sobrevolaba sus cabezas, no supieron que el granito desperdigado por el aire y que inhalaron sin pretender haría que todos murieran.
Mención aparte merecen esos héroes anónimos que con sacrificio y empeño, y con la única garantía de una muerte casi segura, se prestaron a ser los tres voluntarios trabajadores de la central que drenaran el agua para evitar una explosión térmica en los otros tres reactores (dos de ellos siguen vivos), los mineros que durante seis semanas trabajaron a destajo y ante elevadas temperaturas para que las aguas subterráneas no propagaran la radiactividad al resto de poblaciones, la brigada que en turnos de 90 segundos limpiaba el grafito del techo del reactor dañado, el grupo de hombres que tenía que sacrificar a los animales callejeros y domésticos abandonados por la población emigrada y que podían ser depositarios y transmisores de enfermedades, o ese soldado que, ante la cabezonería de una mujer de 82 años de no abandonar el lugar en el que nació y del que nunca se ha ido a pesar de guerras y hambrunas, tiene que tomar una decisión drástica.
El tiempo pone a cada uno en su sitio y el legado de lo que pasó en “Chernobyl” queda reflejado en esta minuciosa miniserie que va directa a los próximos Emmy y que más que hablar sobre la tragedia nuclear, y el peligro de que pudiera repetirse, coloca en el primer plano lo poderosa que puede ser una mentira cuando se erige como protectora de todo un régimen que antepone el privilegio al bienestar de los suyos.
La voz de unos hombres intentó ser apagada por destaparlo pero es ahora cuando unos políticos, cada vez más en entredicho a nivel mundial, tienen que aprender de los errores del pasado para que catástrofes de semejante calado nunca vuelvan a suceder.
Nacho Gonzalo