Cine en serie: "Big little lies", epílogo de unión, secretos y traumas en Monterrey
Querido Teo:
"Big little lies" llegó con su segunda temporada con el refuerzo de Meryl Streep y con la polémica de hasta qué punto se había coartado la voz de Andrea Arnold como directora en esta nueva tanda de episodios con el fin de mantener la atmósfera y tono que llevaron a cabo en la primera David E. Kelley (de nuevo showrunner de la misma) y un Jean-Marc Vallée que debido a otros compromisos (entre ellos "Heridas abiertas") cedió el testigo quedándose también en la sombra como productor. El reto ha sido volar más allá de la novela original de Liane Moriarty ante el éxito de que lo iba a ser sólo una serie limitada pero que al ser refrendado por 4 Globos de Oro y 8 premios Emmy, y ser uno de los títulos preferidos de la crítica, ha posibilitado dos años después el reencuentro de las cinco de Monterrey.
La segunda temporada de “Big little lies” es un largo epílogo que sirve para cerrar el ciclo a la hora de ver cómo encaran las cinco mujeres protagonistas los hechos ocurridos al final de la primera temporada y que cada una de ellas procesa como puede enfrentándose a su realidad. Eso lleva a que la serie pierda la solidez y frescura de la primera temporada y que el conjunto sea irregular ya que no todas quedan bien paradas. Y es que hay personajes que si fueron robaescenas en la primera temporada ahora ya no no tienen mucho que contar. Es el caso de Renata Klein, empoderada y hecha a sí misma (o eso es lo que cree ella teniendo en cuenta que mucho ha tenido que ver la fortuna que comparte con su marido) que se topan con la crisis económica y, sobre todo, a las malas inversiones de él disponiendo del dinero familiar en juego, vicios y alcohol. Laura Dern siempre es un aliciente pero aquí queda engullida por el histerismo del personaje y el haber perdido también el factor de enfrentarse a las otras como la madre pija y borde del grupo. Y es que el hecho de que ahora estén todas subidas en el mismo barco hace perder las ingeniosas réplicas y aguijones que se tiraban en la primera temporada cuando coincidían al dejar a sus hijos en el colegio.
Shailene Woodley ha madurado como actriz en esta serie y alejada de papeles de hija adolescente ha sabido hacer creíble su papel de madre soltera baqueteada y traumatizada por una violación de la que nació un niño que ahora ya está en edad de querer y necesitar respuestas sobre sus orígenes familiares. En estos nuevos episodios, el personaje de Jane intenta despojarse de esa sombra que le ha ido atenazando abriendo de nuevo su corazón al amor gracias a un singular y verborreico compañero de trabajo aunque no se explique qué pasó con el camarero con el que fue a la fiesta en el final de la primera temporada. No obstante, da la impresión de que han dejado de lado en cierta manera al personaje y ni siquiera las escenas compartidas con su hijo Izzy (Iain Armitage) han tenido el poso emocional que en los anteriores capítulos. Al menos si que somos testigos de como va recobrando oxígeno y saliendo a la superficie tras mucho tiempo en unas profundidades de las que nunca parecía que sería capaz de salir.
Lo mismo se puede decir de Bonnie, el personaje de Zoë Kravitz, la más afectada por los hechos en esa noche que les marcó por siempre y que se mueve entre pesadillas, fantasmas del pasado y el regreso de una madre que vuelve a evocarla esos recuerdos de los que intenta fajarse. Y es que cada uno de los capítulos parte del flashback que derivó en unos hechos que investiga la policía y que en cierta manera acorrala a estas mujeres que se han perjurado ir todas a una y defender su versión de los hechos. La serie, no obstante, ha dejado en un segundo plano la investigación policial centrándose en la vertiente psicológica y en los pequeños grandes dramas de esas mujeres.
Reese Witherspoon ha vuelve a brillar en su papel de Madeline, en cierta manera uno de los mejores trabajos de toda su carrera calando la gracia, desparpajo y decisión de la típica pija bocachancla que es una especie de factotum de la localidad en la que vive, opinando de todo y siendo una especie de autoproclamada alcaldesa de barrio. La típica madre que no se pierde una reunión del colegio y que participa en las actividades colectivas de la comunidad haciéndose notar con el único fin de sentirse querida y necesaria. Aun así, esa facilidad a la hora de interactuar con los demás no se extiende a un matrimonio que amenaza con desmoronarse por la falta de confianza y comunicación que siente la otra parte, Ed, especialmente cuando descubre la infidelidad de la que fue víctima en la primera temporada.
Adam Scott resuelve con brillantez un personaje que refleja la confusión y rabia resignada de no saber ya que creer de la mujer que le enamoró y de la que teme desconocer sus verdaderos sentimientos hacia él. Muy meritorio que el actor, ya de lo mejor de la primera temporada, emerja con suma naturalidad frente a un reparto eminentemente femenino dejando en meros esquemas con piernas a Nathan y Gordon, los respectivos maridos de Bonnie y Renata.
Pero sin duda hay una reina en esta serie no es otra que Nicole Kidman que con su papel de Celeste, y tras llevarse Globo de Oro, Emmy y SAG por su papel, podría volver a sumar la triple corona al menos en lo referente a nominaciones. Celeste es una de esas mujeres perfectas en apariencia dentro de los cánones de la sociedad más generalista. Una mujer atractiva, casada con un hombre de negocios triunfador y seductor, madre de gemelos y que no necesita ejercer de abogada (su profesión) para mantener su nivel de vida. Todo hasta que la atracción y el deseo de la pareja se convierte en sumisión y violencia ante los ataques de ira de él y las continuas disculpas posteriores solventadas con polvazos primarios. Celeste recompone ahora los trozos de una vida hecha añicos casi sin darse cuenta siendo todavía algo de lo que es incapaz de admitir explorando terrenos que llevan en cierta manera a la idealización del agresor fruto del Síndrome de Estocolmo e incluso a la descorazonadora sensación interior de que la culpable es ella por no haber sido capaz ni de parar esa situación ni de que sus hijos pudieran estar seguros sin ser testigos de los hechos y con el riesgo de convertirse de mayores en seres faltos de empatía que se impogan a los demás por el rito de la violencia.
Todo ello ha permitido la entrada en escena de Meryl Streep como Mary Louise Wright, la suegra del personaje de Celeste que está dispuesta a encontrar respuestas sobre lo que le ha pasado a su hijo, aunque ello implique hacer preguntas hirientes e intentar indagar en el grupo de mujeres que apoyan a su nuera. La versátil actriz (que incluso cuenta con una dentadura especial para parecerse más al personaje de Alexander Skarsgård) da de nuevo toda una lección en un personaje de matices que revoluciona el universo y los planes de Celeste pero que, en cierta manera, termina teniendo su punto de humanidad intentando a través de sus nietos arreglar sus propias frustraciones y dramas como madre. Los capítulos séptimo y octavo son los mejores de la serie, no sólo por el hecho de que todo lo que se ha ido cocinando entre en ebullición, sino por el recital que llevan a cabo ambas actrices (Kidman y Streep) exponiéndose y luchado desesperadamente por encauzar sus vidas frente al parqué de la sala de vistas de un juzgado.
La segunda temporada de “Big little lies” cuenta con la baza de un quinteto de personajes femeninos en su sororidad reforzadas por la aparición de una Meryl Streep que termina justificando que se produjera la renovación de la misma a partir de una atmósfera y banda sonora heredera de la primera temporada que transita en los dramas de estas mujeres que, en cierta manera, cierran sus traumas y toman decisiones vitales en su vida apoyadas en el sentimiento de solidaridad y amistad frente a cualquier consecuencia personal, social y judicial. Sí que se ha echado en falta más presencia de aspectos de la convivencia en comunidad que tan bien narraron en la primera temporada (aquí sólo representado en la setentera fiesta de cumpleaños de la hija de Renata) pero tanto el papel del colegio como la presencia de los hijos de las protagonistas ha quedado prácticamente inédito en comparación, subrayándose su irregularidad al haber apostado decididamente por la relación entre Nicole Kidman y Meryl Streep dejando algo desdibujado todo lo demás.
Aun así, es reparador en parte como cada uno de los personajes apuesta por poner en orden su vida, alejándose del tener que aparentar frente a los demás, confesando sentimientos, ahuyentando fantasmas, subsanando errores y cogiendo decididamente el timón de sus vidas. Un destino para las cinco de Monterrey que tiene en su unión la mayor de las fuerzas para seguir adelante. Quizás no veamos más a estas mujeres pero tendremos la certeza de que han logrado ser ellas mismas, no dependiendo de nadie, pero sí contando con el apoyo y la complicidad entre ellas con la claridad de ya saber la importancia de esas cosas inmateriales como todo lo relacionado con el amor, la amistad y los sentimientos para que vivir la vida que tengan por delante les dé aquello que merecen para sobre todo y con lo que tengan (sea más o menos) ser felices.
Nacho Gonzalo