Centenario de Akira Kurosawa, el emperador que vino de Oriente
Querido Teo:
El emperador. El más occidental de los orientales. El alumno aventajado de John Ford. Todos estos son sobrenombres acuñados a Akira Kurosawa, figura mítica y llena de connotaciones de autor que tal día como hoy se habría convertido en centenario. Para Hollywood, el único procedente del lejano oriente que se ganó la vitola de maestro. Y es que incluso gente como Coppola y Lucas, que ya se sabe que se cuidan mucho en que invertir los dineros, no tuvieron problemas en financiarle cuando ya siendo un anciano intentó sacar adelante “Kagemusha”. Otros directores con ojos rasgados intentaron seguir la pica en Hollywood que Kurosawa implantó pero la propia industria los devolvió a sus países de origen al no tener la personalidad y el pulso del maestro. “Los siete samuráis” o "Ran" siguen siendo películas de culto y las joyitas orientales que son películas de cabecera de gente como Scorsese, Spielberg o Coppola.
Muchos genios nacen por el impacto que les supone estar en contacto con la pobreza extrema. Akira era el octavo hijo de un oficial descendiente de guerreros samuráis. Siempre interesado por esa figura, la acuñó como propia en el cine fascinado por sus rituales y códigos de conducta. Su infancia estuvo marcada por su contacto con su hermano mayor Helgo con el que vivió uno de los hechos que marcarían su persona. El terremoto de Kanto de 1923 que sesgó la vida de cien mil personas. Akira y Helgo deambulaban por los barrios rodeados de cadáveres y destrucción. El propio Kurosawa cuenta en su biografía que fue su hermano Helgo él que no quiso que el joven Akira de 13 años apartara la mirada negando la realidad. Ese contraste y ese hecho clave que a uno le convierte en adulto de repente permitieron que Akira se enfrentara con fuerza a sus miedos y pesares.
El primero contacto de Akira con el arte fue con el dibujo gracias a su ingreso a los 17 años en una academia de pintura. Mientras, su hermano Helgo contaba con entusiasmo a Akira su trabajo como narrador de películas mudas. Helgo llevaba dinero a casa y Akira seguía interesado en el arte de la pintura gracias a esos profesores motivadores que algunas veces uno se encuentra con fortuna en el camino. Su propia autoexigencia dejará el pincel en el tintero. Fueron momentos difíciles porque el trabajo de Helgo terminaría siendo efímero. La familia Kurosawa vivió en carne propia el trauma de pasar del cine mudo al sonoro. Helgo perdería su trabajo y tras dar varios tumbos personales terminaría suicidándose, circunstancia que caló hondo en Akira que idolatraba a su hermano mayor. La inquietud artística de Kurosawa terminaría inclinándose por el cine con su ingreso en la Toho después de una difícil selección. Sólo cinco plazas para más de un centenar de aspirante. Kurosawa superó las pruebas tras unas escrituras de guión y un examen oral ganándose una de esas plazas como ayudante de dirección. Estaría al lado de Kajiro Yamamoto, al que siempre consideró el mejor maestro posible. Mientras aprendía las artes del oficio, Akira se interesaba por el cine norteamericano y quedaba prendado por el cine personal, denso y con dosis de épica de John Ford al que siempre tuvo como director de referencia. Tras un periodo de aprendizaje-esponja en el que Akira fue el becario modelo, debuta en el cine en 1943 con “La leyenda del gran judo”, película fiel al espíritu de la época. La industria japonesa, en plena contienda bélica, no era más que una maquinaria publicitaria que alentaba los valores nacionales frente al enemigo invasor.
Tras “La leyenda del gran judo” se encarga de “La más bella” (1944), cinta sobre dos trabajadoras en una fábrica. Un Kurosawa siempre cercano al realismo las conminó para que sufrieran en carne propia las miserias de sus personajes. No tardaría en crecer su fama de dictador cuando se sentaba en la silla de director. A partir de “El ángel ebrio” en 1948 dota de mayor dimensión a los personajes dotándoles de una épica y un espíritu combativo propio de las grandes superproducciones americanas en las que basaba su experiencia. Su escaso compromiso político con su país, tan orientado como estaba siempre al estilo yanqui, le permitió salir de las producciones propagándisticas con las que los Estudios quisieron encasillarse en los primeros años de carrera. En “El ángel ebrio” trabaja por primera vez con Toshiro Mifune, su actor fetiche. Será éste el protagonista de la mayoría de los films del realizador hasta los años 60. Kurosawa y Mifune terminaron siendo amigos íntimos durante décadas, sin embargo el respeto mutuo que mantuvieron durante tantos años dará paso a la separación cuando Mifune comience a aceptar papeles en producciones más comerciales, principalmente en el cine americano. Los dos romperían su relación en 1965 tras el fracaso de “Barbarroja” ante los distintos intereses que poseían y que les obligó a tomar caminos separados. Una de las mayores preocupaciones del cineasta durante toda su carrera fue, sin ninguna duda, la obsesión por conservar su status de autor. Ello terminaría alentando la creación de su propia productora en 1948 para que fuera él en todo momento quien controlara sus películas y tomara la última decisión.
“Rashomon” supone en 1950 el fervor Kurosawa. Europa y Estados Unidos descubren al realizador tras su éxito en el Festival de Venecia donde consigue el León de Oro. Coincide con una época de cambios en el cine y con el descubrimiento de la cinematografía nipona. Ello provoca que todos se interesen por este director que ofrece otros ritmos y planificaciones propias de Oriente pero sobre las claves occidentales del buen cine anglosajón arropado por la industria. En palabras de Kurosawa, la película “sería mi campo de pruebas, el lugar donde podría aplicar las ideas y deseos que surgen de mi investigación del cine mudo. Para proporcionar la atmósfera de fondo simbólico decidí usar el libro de Akutagawa, que va a las profundidades del corazón humano, como si se tratara del bisturí de un cirujano, que deja al descubierto sus complejidades más oscuras”. En ella se centra en tres personajes que cobijados de una tormenta en una cabaña comentan los hechos acontecidos tras la violación de una mujer y la aparición de un cadáver en el bosque.
Mientras Occidente le abría las puertas en su país arreciaron las voces que criticaban que su trabajo se basara en dar gusto al público extranjero alejándose de la cinematografía nipona. Era la época de consolidación de Kurosawa con la reflexiva y lirista “Vivir” (1952) en la que contaría la historia de un gris funcionario que conoce que padece cáncer y que le queda poco tiempo de vida. Una película sobre el paso del tiempo que sigue siendo una mirada desalentadora, pero muy humana, a uno de los misterios de la vida a los que estamos más acostumbrados, la muerte. La imagen de Takashi Shimura columpiándose mientras cae la nieve es una de las escenas imborrables de su cine y la muestra de que Kurosawa no necesitaba de grandes batallas para contar historias que llegaran a todos utilizando elementos humanos del cine de Ford o Hawks, como el egoísmo, la necesidad de hacer una buena obra que nos reconcilie con el ser humano, o el pesar, combinándolos con el uso de la climatología y los fenómenos naturales como metáfora, algo tan del gusto de la cultura oriental.
Dos años después demostraría todo lo que estaba dispuesto a dar con “Los siete samuráis” con la que definitivamente homenajeaba al cine de John Ford. Considerada una película de samuráis en formato de western fue un gran éxito ofreciendo al espectador americano un estilo visual que décadas después sigue repitiéndose hasta la sociedad con películas épicas basadas en la fastuosidad visual. En ella unos campesinos son apoyados por un guerrero samurai que forma un grupo que defenderá al pueblo del asalto de los bandidos. Años después realiza su primera versión de una obra de Shakespeare en “Trono de sangre”, para después inspirar a la saga galáctica de George Lucas con “La fortaleza escondida” en la que un samurai debe escoltar a una princesa por tierras enemigas. Anteriormente se había intentado reconciliar con los suyos en “Yojimbo” (1961) en la que un mercenario invencible llega a un pueblo enfrentado y en el que buscará sacar tajada.
Los productores japoneses le retirarán su apoyo y su financiación con lo que Kurosawa sufriría grandes dificultades para sacar cualquier proyecto. “Dersu Uzala”, inspirada en las memorias del explorador Vladimir Arseniev, y con capital de la URSS. A pesar del Oscar a la mejor película de habla no inglesa conseguido por esta cinta, premio que se le había resistido hasta ese momento, su situación no cambió y en todos sus proyectos quedaba clara la amargura por esta situación poniendo en boca de sus personajes frases como: “La felicidad no consiste en desear lo que no tienes sino en querer lo que tienes”. Pero su condición de maestro ya estaba acuñada pasando simplemente a grabarse en letras de oro con “Ran” en 1985 gracias al apoyo USA en una particular versión de “El rey Lear” en la que el ansia por el poder lleva a la traición al padre por parte de sus hijos en un entorno de aspiraciones, violencias y asesinatos. Tanto fue así que la Academia le distinguió como uno de los cinco mejores realizadores del año de cara al Oscar a la mejor dirección. La película ganó el Oscar al mejor vestuario. Cinco años antes, con el apoyo de Lucas y Coppola había rodado “Kagemusha” con la que también sumó el reconocimiento del Festival de Cannes. En 1990 recibiría un Oscar honorífico en reconocimiento a su labor creativa así como su importante presencia a la hora de unir a dos cinematografías y dos países tan opuestos como Japón y Estados Unidos.
Y es que además de por un buen puñado de películas y de obras maestras hay que recordar a Kurosawa por ser el hombre que rompió la barrera intercultural que separaba a Oriente y Occidente. Él ayudó a demostrar que los personajes íntegros de sus películas, y el cine en general, no entienden de nacionalidad y que el contraste de culturas más que dividir puede servir para enriquecer como así ocurrió con el cine de Kurosawa resultante de la fusión de dos patrias a la hora de hacer cine. Kurosawa murió el 6 de Septiembre de 1998 a la edad de 88 años. Le dio tiempo a rodar legados fílmicos como “Los sueños de Akira Kurosawa” (1990), “Rapsodia de agosto” (1991) y “Madayayo” (1993) y en pasar a la Historia como un maestro referencial de autores que nunca habrían pensado que ese joven japonés que se quedó shockeado ante el desastre de un terremoto que asoló su país y que hacía películas propagandísticas en la Segunda Guerra Mundial, terminaría ayudando a que dos países, dos culturas y dos estilos de hacer las cosas, se dieran la mano bajo el sello de un nombre con sangre samurai. Akira Kurosawa.
Nacho Gonzalo (Coronado)