Cannes 2018: Pawel Pawlikowski y Jia Zhang-ke siguen perfeccionando su estilo y un experimental Jean-Luc Godard aleccionador e insoportable
Querido Teo:
Día intenso en el Festival de Cannes con nada más y nada menos que tres películas a concurso como han sido los nuevos trabajos de Pawel Pawlikowski, Jia Zhang-ke y Jean-Luc Godard. Los dos primeros han convencido tanto a sus fieles como al público general asistente al festival pero en cambio el nuevo críptico y experimental trabajo de Godard ha provocado todo lo que es ya habitual en él acuciado, además, con esa vertiente con la que a la vejez está descolocando a todos por parte de este tótem vivo de la Nouvelle Vague siempre con la etiqueta de revolucionador aunque eso no siempre vaya reñido con el éxito.
“Cold war” es el nuevo trabajo del director polaco que ganó el Oscar con “Ida” consiguiendo, además, un gran respaldo de la crítica de todo el mundo gracias a un medido y sentido trabajo sobre esa novicia en busca de respuestas sobre su pasado marcada por un país afectado por la II Guerra Mundial y la barbarie nazi. Cannes ha querido hacerse con el nuevo trabajo del director cinco años después en un viaje nostálgico y romántico sobre la historia de Polonia a través de varias décadas de una pareja (como tantas en aquellos años marcados por la emigración) formada por un pianista encargado de seleccionar talentos para difundir la música popular del país y una incipiente cantante que se conocen en una audición para el conservatorio. Las diatribas de la vida y la época que les ha tocado vivir les llevará a una serie de encuentros y desencuentros en su relación que viajan por Varsovia, Zagreb, Berlín y París desde finales de los 40 hasta bien entrados los 60. Una cinta en la que el stalinismo y ese enfrentamiento (bien sea directo o latente) entre capitalismo y comunismo les lleva a vivir un amor siempre condenado a materializarse realmente como testigo de esas personas que condicionados por las circunstancias no pudieron llevar la vida en común que hubieran querido con un amor idealizado y necesario pero también condenante y truncado de cualquier esperanza de futuro. Una cinta que toca el cine negro, apoyado además en una brillante fotografía en blanco y negro que da tanto luminosidad como valor pictórico a la cinta siendo fiel heredera en ese aspecto de "Ida", y también el musical siendo ello un aspecto integrador en la historia, que lo lleva a una deliciosa textura sonora de disfrute para los sentidos funcionando las canciones casi como diálogos en permanente presencia en primer o segundo plano, y aprovechando el contexto de esos años, que van desde la sensualidad del jazz, el arraigo de la música popular y la irrupción de las nuevas músicas, y el talento de una actriz como Joanna Kulig que deja una escena final demoledora y profundamente melancólica como colofón a un viaje físico y psicológico de gran calidad interpretativa que deja frases para la Historia como muestra de ese baqueteo personal y familiar que ya lleva consigo cuando entra a hacer la audición: “Mi padre me confundió con mi madre y yo tenía un cuchillo para demostrarle la diferencia”. Y es que aquí la estética no va reñida con una cinta que en ningún momento queda artificiosa o petulante y en la que la emoción de un amor en tiempos revueltos llega al alma gracias al trabajo de la mencionada Joanna Kulig y de Tomasz Kot. Un brillante trabajo lleno de emoción que es muy difícil que no salga con algún premio gordo de esta edición quedando sólo ver, el tiempo lo dirá, si el director polaco vuelve a ser un fenómeno en las salas de autor como lo fue con su oscarizado trabajo.
“La ceniza es el blanco más puro” es la quinta participación de Jia Zhang-ke en la sección oficial corriendo hasta ahora con poca fortuna más allá del premio al mejor guión que ganó por “Un toque de violencia” en 2013. Y es que el director de la deliciosa “Más allá de las montañas” (injustamente ausente del palmarés en la edición de 2015) parece haber querido combinar los estilos de sus dos últimos trabajos. Y es que si la cinta empieza con ese toque de drama criminal y mafioso en una primera parte en la que el ataque que reciben la pareja protagonista en un coche, y la reacción que cada uno lleva a cabo, les cambiará la vida para siempre, la cinta deriva en cine emocional en el que el peso del pasado y de lo que aconteció es una losa que lleva a la protagonista a ser una mera marioneta del anhelo que todavía posee de recuperar lo que pudo ser y de decidir hacia dónde dirigir sus pasos sin que el excesivo recuerdo le acabe condenando. Al igual que en su anterior cinta vemos un extenso salto temporal, que va de 2001 a 2018, se cuenta con una selección musical que va desde la bailable YMCA de Village People hasta canciones orientales que tocan la fibra sensible (mismo esquema de la playlist que tenía la absorbente banda sonora de “Más allá de las montañas” encabezado por ese Go West de Pet Shop Boys), y vuelve a contar con una Zhao Tao estupenda (su pareja en la vida real) que demuestra que tiene un lienzo en su rostro a la hora de sufrir en pantalla. Aunque íbamos con muchas esperanzas, y desde luego el talento de Zhang-ke permite aunar una fórmula ganadora para conmover en las relaciones entre personajes y también y mostrar como nadie la violencia con escenas como esa pelea sangrienta entre la lluvia quedando las gotas en el parabrisas del coche, pero bien es verdad que esta mezcla de géneros y de estilos no deja a la película tan cerrada como la maravillosa “Más allá de las montañas” dejando personajes y cabos sueltos, resoluciones forzadas y llevando la cinta a una duración innecesaria teniendo en cuenta que lo hace para dar rodeos y no amarrar el conjunto. Aun así, como lo que comentábamos con la nueva de Fahardi, Zhang-ke no hace película mala.
Aunque Jean-Luc Godard tenga mejores planes que desfilar por esa mercadotecnia que es Cannes la organización no ha dudado en abrirle las puertas de par en par de la sección oficial con uno de sus experimentos, caprichos o batallitas de senectud. Es el caso de “El libro de imágenes” que se convierte en su octava participación en el certamen del cual sólo se llevó el Premio del Jurado en 2015 con “Adiós al lenguaje”. Ahora es hora y media de caótico juego de imágenes de archivo y sonidos ascendentes y descendentes, que parecen hechas con el MovieMaker, para hablar, en teoría, de la sinrazón del mundo, especialmente del fanatismo que viene de Oriente Próximo, y que el que haya palabras no significa que eso implique que exista un lenguaje dando un buen varapalo a toda la diplomacia que intenta poner parches a un problema endémico. Afortunadamente Godard no sólo ha hecho textos en power point y, al menos, a trompicones su mensaje de yayo aleccionador psicotrópico queda patente tanto en la forma como con su voz en off, aunque sea pagando un precio bastante alto teniendo que soportar esos vaivenes de imágenes descoloridas y truqueadas así como sonidos que maneja a su antojo y que amenazan con llevarte por peligrosos terrenos epilépticos. La genialidad de antaño convertida en demagógica crítica sociológica que no es más que un ejercicio de petulancia, no vacío pero sí tan esquivo que al final lo deja debilitado quedando como un amorfo capricho de un anciano con el espíritu de un niño que rompe cualquier juguete que le pongas entre sus manos.
En Una cierta mirada la película argentina “El ángel” de Luis Ortega se erige como uno de los fenómenos que va a dar el cine latinoamericano este año. La historia está basada en el caso policial de Carlos Robledo Puch, que conmocionó a toda Argentina a comienzo de los años 70, generando espanto y sorpresa, sobre todo por venir de una familia de clase media respetable, ser sólo un adolescente de aspecto aniñado y algo andrógino, y por atesorar un lado de egolatría, maquiavelismo y magnetismo que le llevó de ser un cleptómano enfermizo y caprichoso a formar parte del día a día de una familia de delincuentes que le fichó tras convertirse en el instituto en el mejor amigo del hijo. Y es que precisamente es esa relación con el hijo, con un sugerido componente de atracción homoerótica, que se manifiesta en el atraco en una joyería en el que el protagonista, Carlitos, se prueba unos pendientes y su compañero le dice que se parece a Marilyn Monroe, o cuando el otro lo intenta en una audición musical algo bochornosa cantando el Corazón contento de Palito Ortega mientras Carlitos se queda prendado de él comparándolo con Frank Sinatra, lo que da todavía más trasfondo a un personaje amoral y sin escrúpulos dispuesto a cualquier cosa por agarrarse a la vida según sus nada convencionales principios. La cinta producida por los Almodóvar es una trepidante y divertidisima comedia negra bien escrita, interpretada y musicada con una selección muy de la época. Un Tarantino juvenil con mucha chispa y humor, desenfadado y que también recuerda a otras cintas recientes como “Relatos salvajes” por su amoralidad de risa amarga y a “El clan” por su parte de familia envuelta en el lado oscuro criminal. Pero por si algo va a sorprender esta cinta es por la brutal interpretación del joven Lorenzo Ferro en el que es su primer trabajo en el cine llevando la película sobre sus hombros, aguantando el primer plano como nadie y embaucando a todo aquel que pilla a su paso tanto como espectador como compañero de reparto en el que también sobresalen Chino Darín, Cecilia Roth, Luis Gnecco, Mercedes Morán y Daniel Fanego.
Por su parte "Mon tissu préféré (My favorite fabric)" de Gaya Jiji es una cinta ambientada en Damasco en 2011. Nahla es una joven soltera que vive una vida aburrida en un suburbio sirio, junto a su madre y dos hermanas. El día que le presentan a Samir, un expatriado sirio de los Estados Unidos en busca de una esposa, ella sueña con una vida mejor. Pero nada sale según lo previsto acabando influida por una vecina que regenta un modesto prostíbulo y los hombres que allí conoce. Es la típica cinta de matrimonios de conveniencia en Oriente Medio oscureciéndose en vericuetos con protagonista a la deriva condenada a la insatisfacción. Imprevisible queriendo abarcar demasiados temas siendo tan poco consistente.
Nacho Gonzalo