Cannes 2018: Jafar Pahahi se sigue reinventado desde las interioridades de Irán y el sorprendente Lazzaro de Alice Rohrwacher
Querido Teo:
En Cannes es muy complicado abarcar todo y eso provoca que entre película y película de la sección oficial y de las paralelas haya más vida, la de los latidos propios de una cita como esta. Es el caso de 82 mujeres de todas las nacionalidades que se reunieron en la alfombra roja del pase de gala de la película “Les filles du soleil (Girls of the sun)”, ya de por sí con un marcado carácter feminista, destacando la presencia de dos mujeres claves de distinta generación, nacionalidad y creación artística como son Cate Blanchett (flamante presidenta del Jurado este año) y la revalorada Agnès Varda. También Christopher Nolan presentando la copia remasterizada por su 50º aniversario de “2001, una odisea del espacio”, confesando que era la primera vez que pisaba la ciudad y dejando claro que él con su cine pretende evocar las mismas sensaciones que Kubrick con su obra, y Michael B. Jordan y Michael Shannon en la proyección de la película para HBO que supone una nueva versión de “Fahrenheit 451”.
Jafar Panahi continúa con su cine clandestino pero el cual si que está teniendo su ventana de distribución festivalera, a pesar del arresto domiciliario al que fue condenado por las autoridades de su país y que ya dejó patente en el documental “Esto no es una película” (2011) o conduciendo por la ciudad en “Taxi Teherán” (con la que ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín 2015). Panahi podría continuar su exitoso recorrido festivalero (también posee el León de Oro de Venecia en el año 2000) con “Tres caras”, que ha conseguido muy buenas críticas reinventando su cine a pesar de las limitaciones que tiene para ello. Y es que estamos en una especie de ficción documental que se encuentra a medio camino de ambos términos al volver a interpretarse Panahi a sí mismo, al igual que la actriz Behnaz Jafari que en la película recibe el video de una aspirante actriz que coartada por la presión de su familia para evitar que sea una mujer artista toma la decisión de suicidarse. En ese momento, Jafari pide ayuda al propio Panahi para investigar el asunto y llevar a cabo un recorrido por las interioridades y montañas del Irán rural en la cercana frontera con Turquía siendo conscientes con un ritmo a fuego lento, pero presentado de una manera tan ilustrativa, como amena y caústica, el reflejo de una sociedad incapaz de avanzar al ritmo que debiera en lo referente a libertades anclándose en la tradición, los prejuicios y el clasismo. Una aventura detectivesca que combina ternura y humor con indignación y denuncia, siempre de una manera sutil y con un Panahi, que a pesar de la situación que vive, vuelve a demostrar en su cine su gran sentido común, objetividad y bonhomía sin tirar de mensajes dogmáticos o furibundos permitiéndose jugar más que nunca con la ficción y con la sombra de los paisajes y personajes de un Kiarostami al que indirectamente también rinde tributo. Y es que el mensaje queda claro, se puede intentar callar a las personas pero no el mensaje de su arte.
“Lazzaro feliz” es el nuevo trabajo de Alice Rohrwacher en su segunda participación en el certamen tras “El país de las maravillas” en 2014. Un homenaje a la Italia rural, engañada y neorrealista con mensaje sobre la corrupción interesada que se aprovecha del más inocente y que homenajea a Antonioni, De Sica, Fellini o Buñuel. Si se entra en su fábula se disfruta mucho y ese viaje se emprende de la mano de Lazzaro, un inocentón campesino en un pueblo en un lugar indeterminado llamado Inviolata, alejado del mundo y a merced de los poderosos y crápulas debido a la ignorancia de los suyos que trabajan a destajo casi como si fueran hamsters en una rueda alejados del mundanal ruido. Precisamente, Lazzaro es “el chico para todo”, siempre trabajador, noble y sin negarse a nada, que basa su felicidad del título en ser útil a los demás, haciéndose amigo de Tancredi, el hijo adolescente de la Marquesa Alfonsina de Luna, controladora del lugar junto al cacique del pueblo, que fingirá con la ayuda de Lazzaro su propio secuestro. La cinta tiene una primera hora con claro sabor rústico que nos lleva al cine neorrealista italiano de los 50 y 60, como el de los Taviani, para luego derivar en un punto de inflexión con obligado e inesperado salto en el tiempo, denunciando los sistemas de explotación tanto los de ahora como los de antaño, que la lleva a ser una fábula con un valiente mensaje sobre nuestra era y que, al final, radica en que lo fundamental es la nobleza y la solidaridad entre unos y otros, así como las familias que construimos a nuestro alrededor aunque entre sus miembros no haya lazos de sangre, siendo el protagonista el anclaje de las desventuras, preocupaciones y caídas en desgracia de cada uno de ellos. Y es que por mucho que todo cambie la Historia es cíclica y la explotación en forma de esclavitud encubierta, con los poderosos aprovechándose de los débiles, continúa aunque sea de diversa forma generación tras generación destrozando la inocencia de la buena gente siendo la misma la capacidad de no morir y resurgir siempre de las cenizas por muy mal que el mundo nos lo haga pasar. Costumbrismo mágico de bella fragilidad (para muestra las sucesivas manos para comprobar la fiebre de Lazzaro), la que transmite con inocencia un protagonista entrañable en una cinta con mensaje social que se mueve entre la nostalgia de modos de vida menos avanzados y más puros y la denuncia al capitalismo más feroz e impersonal que va del ruralismo crudo a la ciudad deshumanizada en la que la burguesía vive en la apariencia tras la explotación de la burbuja de los bancos y los más miserables malviven entre la picaresca en dos ambientes en los que el lobo es la referencia al diferente, al que se rechaza de acoger, y también al miedo a lo desconocido. Una joya tan inclasificable como impagable planteada con gran originalidad, inteligencia, humanismo y lirismo.
Decepción a pares en la sección Una cierta mirada. “Manto” de Nandita Das es el biopic sobre el controvertido escritor hindú Saadat Hasan Manto que, debido a su obra y a la división del gran país a finales de los 40, se desplaza de Bombay a Lahore, en Pakistán, condicionando ello su vida y su literatura de allí en adelante. Un trabajo al uso demasiado academicista y sin nada destacable además de perdernos el público internacional todas las referencias a la cultura y a su importancia histórica.
“Muere, monstruo, muere" de Alejandro Fadel es carne de Sitges wannabe con un ser tipo fauno de Del Toro desmembrando cuerpos en un pueblo de la cordillera de los Andes. Horrible de ver y sumamente tediosa en ritmo por construir una trama policial árida y con enredos amorosos entre personajes que termina como una perversión de monstruos y poderes ocultos. Un espanto.
Nacho Gonzalo