Cannes 2017: Un deslavazado Desplechin y la irresponsabilidad paterna según Zvyagintsev

Querido Teo:

Comienza Cannes en su 70ª edición y lo hace con los agobios y la emoción propias del primer día. Todo se pone de puesta de largo para respirar cine por los cuatro costados y por ese ambiente que otorgan la prensa (con la incertidumbre siempre del color del que será la acreditación lo que supondrá ir más a rebufo en colas o ser más propenso a insolaciones en las horas de espera) y los curiosos que esperan arremolinados (no sin cierta inocencia) que alguien les brinde por su cara bonita alguna invitación para poder entrar y formar parte del camposanto cinéfilo que son las salas de cine de la ciudad durante este mes de Mayo.

Aunque los 12 días de certamen obligan siempre por estas fechas a tener la maleta preparada para cualquier imprevisto meteorológico (la brisa marina es algo traicionera y el tiempo suele ser bastante variable del día a la noche), la primera jornada no ha podido ser más veraniega con unas temperaturas que han superado los 30º con el sol sobre las cabezas del grupo de personas que, como estudiantes en su primer día en "el colegio de los mayores", se disponían a recoger la documentación necesaria para poder asistir a la primera proyección y dejar los trastos en los “pisos patera” que cada uno haya podido cogerse en suerte lo más cerca posible del cogollo festivalero.

En la presentación del Jurado, presidido por Pedro Almodóvar, se ha hecho hincapié en la polémica de Netflix en la que el Festival de Cannes ha pretendido asentar cierta jurisprudencia festivalera de cara el futuro. Después de anunciar a bombo y platillo que Netflix era acogida en el seno de la sección oficial a concurso, el certamen ha dejado claro que desde la próxima edición tendrá que haber un compromiso expreso de la plataforma para que sus películas participantes en Cannes pasen también por las salas francesas. Almodóvar ha dejado claro que sería paradójico que la Palma de Oro no pudiera verse en cines, uniéndose a la corriente corporativa del certamen en este aspecto.

Fuera la que fuera la película que se eligiera para abrir el Festival de Cannes (en una edición tan redonda como la 70ª) iba a haber polémica así que entre un título de mayores ambiciones procedente de Hollywood o la apuesta por un nombre consagrado a nivel internacional, Cannes ha tirado por la calle de en medio apostando por uno de los símbolos de la cinematografía francesa con mayor proyección en los últimos años. Tras competir cinco veces sin éxito por la Palma de Oro, Arnaud Desplechin tuvo su mayor eco en el Festival hace dos años cuando participó en Una cierta mirada con "Tres recuerdos de mi juventud, título de culto a nivel europeo por su valor iniciático y generacional brindándole a Desplechin el César al mejor director. No parece que vaya a correr la misma suerte con “Los fantasmas de Ismael”, una cinta bastante deslavazada a pesar de que se ven los mimbres de algo muy interesante que sólo lo es a ratos a pesar de la entrega de sus cuatro actores.

“Los fantasmas de Ismael” se adentra en las tribulaciones de un director de cine en crisis creativa y personal (un Mathieu Amalric actor fetiche del director) y la relación con dos mujeres presentes en su vida. Una su actual pareja, encarnada por una luminosa Charlotte Gainsbourg tanto cuando ríe como cuando llora, y otra una ausencia; la que fue su mujer dada por desaparecida y que reaparece en el momento más insospechado trastocando su vida, su estabilidad emocional y también dejando una honda impresión en el padre de ella, también director de cine y suegro y maestro del protagonista, que ha vivido 18 años con la carga de esa pérdida. Esa mujer que desbarata a todos con su vuelta es una Marion Cotillard que (después de “Mal de pierres” el año pasado) sigue demostrando que últimamente en todos sus papeles cada vez más aborda personajes en los que está más loca a todos los niveles; incluso aquí ofreciendo un integral de cuerpo entero sin complejos. Lo mejor es la premisa inicial (que parece mucho más arriesgada e interesante que lo que termina siendo) y las escenas de Amalric con sus compañeras de reparto (así como cuando Cotillard y Gainsbourg se ponen cara a cara peleando por ese “Rocco Sifredi del cine francés” en que se está convirtiendo un Amalric que en sus películas se acuesta con todas sus compañeras tirando básicamente de carisma más que de atractivo). El que sale más desaprovechado es un irreconocible Louis Garrel que es víctima de ese juego de realidad y ficción en el que se mueve el film (la cinta que prepara el propio Amalric dentro de la trama está inspirada en las vivencias de su hermano como espía) ofreciendo un personaje algo pardillo pero que da cierta frescura y vis cómica al resto del dramatismo reinante.

“Sin amor” es la primera película a competición y es la tercera oportunidad de Palma de Oro para el director ruso Andrei Zvyagintsev que ya ganó el premio al mejor guión en 2012 por "Leviatán" . Ahora ofrece una película mucho más accesible y entretenida de ver, por su factor de intriga, aunque sin renunciar a esos planos alargados e inhóspitos de paisajes nevados y desoladores que crean desasosiego al espectador también por el uso de una música muy punzante. La cinta se vertebra en la desaparición de la noche a la mañana de un niño de 12 años marcado por las continuas discusiones protagonizadas por sus padres, también divorciados, a los que él asiste viendo esos reproches continuos y también creándole la sensación y certeza de que no saben qué hacer con él queriendo “quitarse el problema de en medio” enviándole a un internado. Su desaparición (que se presume voluntaria), tras una potente escena en la que él asiste lloroso a una discusión detrás de la puerta sin que sus padres sean conscientes de su presencia, sobrevuela una cinta marcada por la irresponsabilidad paterna y el hedonismo de una sociedad que sólo se preocupa por sí misma y que quiere asumir los menos sacrificios posibles. Precisamente ese mensaje, tan universal como bien hilado ante el hermetismo de una sociedad como la rusa, queda demasiado explicativo ahondando en esos padres que sólo viven el día a día viéndoles manteniendo relaciones sexuales con sus nuevas parejas, teniendo conversaciones livianas de oficina, o conectados compulsivamente al móvil en el transporte público.

Una película intensa emocionalmente, con empaque y oficio propio de su autor, y con un mensaje potente que, poseyendo algunas escenas especialmente logradas, puede hacer que la cinta acabe teniendo cuerda en la conversación hasta el final ya que arroja cierto punto de conciencia sobre los males de nuestra sociedad que podrían ser reivindicados por el certamen. Y es que lo más preocupante para el futuro, tal y como bien parece apuntar la película, esa generalizada irresponsabilidad (marcada por ese sempiterno “síndrome de Peter Pan”) no parece más que ir a más siendo algo que va a ir propagándose de padres a hijos, de generación en generación, y es que, como sutilmente ilustra la película, ni siquiera el hecho del trauma de una desaparición como la vivida por estos padres les va a hacer cambiar ni un ápice su actitud hacia el futuro. El misterio del caso concreto no llegará a resolverse pero la semilla de ese mensaje arroja un interesante debate para nuestro tiempo.

Nacho Gonzalo