Coleccionable Chaplin: La primera estrella del cine

Coleccionable Chaplin: La primera estrella del cine

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Querido Teo:
 
Leyendo el libro de los viajes de Chaplin a través del mundo, se capta un aspecto interesante de un cambio producido en el último siglo: hoy no hay nada comparable a la capacidad de atracción que tuvo Chaplin. Fue un fenómeno que sorprende a los que lo conocen por primera vez.
Hay pocos casos en la historia de los hombres tan sorprendentes como el de este actor nacido en un arrabal londinense y que saboreó una gloria desconocida para ningún otro antes que él, incluyendo caudillos de cualquier orden. Y no se trató de una fama exclusivamente “popular”. En el transcurso de sus viajes cenaba con reyes, primeros ministros, escritores, pensadores y artistas, mientras convocaba cientos de miles de personas en sus visitas. Es un caso sin precedente y que, probablemente, no se repetirá.
Chaplin se sirvió de una forma de expresión que empezaba a conocerse, y la llevó a su punto de perfección, para asistir en seguida a su caducidad.
 
Charlot demostró por primera vez su fuerza apenas Chaplin pasó de su primera Productora, la Keystone, a la segunda, la Essanay. Uno de los dos socios de Essanay, firmó con Chaplin una prima de diez mil dólares y mil doscientos a la semana durante un año, sin contárselo previamente al otro. Al enterarse este de las condiciones del contrato de un actor del que jamás había oído hablar, envió un telegrama preguntando a su socio si se había vuelto loco. Sus mejores cómicos sólo ganaban 75 dólares a la semana.
Chaplin comenzó su trabajo en el nuevo Estudio y pasaron las semanas sin que viera un dólar. El trato se había producido mientras el socio alarmado estaba de viaje y al regresar comió con varios amigos en uno de los grandes hoteles de Chicago. Se encontró con felicitaciones por el contrato de su nuevo actor. Intrigado por lo que le contaban, pensó en hacer un experimento. Dio una propina a un botones e hizo que fuera por el vestíbulo gritando: «¡Llaman al señor Charlie Chaplin!», la gente empezó a congregarse, hasta que se formó un grupo enorme.
 
A cada nueva película su popularidad crecía y convocaba miles de espectadores. Durante una escena de “Los ociosos”, Chaplin tuvo un accidente sin consecuencias cuando la llama de un soldador traspasó el amianto de su pantalón. Se resolvió añadiendo otra capa de amianto, y no tuvo mayores consecuencias. Un testigo se lo contó a la prensa y esa noche Charlie pudo leer en la portada de su periódico que sufría graves quemaduras en la cara, en las manos y en el cuerpo. Envió una carta de rectificación que la prensa apenas difundió. Llegaron llamadas telefónicas, telegramas y centenares de cartas. Entre ellas una de H. G. Wells donde decía que le había afectado mucho saber la noticia del accidente y cuánto le admiraba. Chaplin estaba agotado por la sucesión de películas y encontró en aquella carta la excusa para un fuerte deseo: regresar al Londres que había dejado como un cómico de compañía.
 
Un joven Chaplin en la época de su regreso a Inglaterra ya convertido en la primera estrella del cineNueve años después de su llegada a América, no exactamente consciente de la fama universal que había adquirido, Chaplin regresaba a su Inglaterra natal a bordo del mismo barco en el que había llegado, el Olimpic, sólo que ahora en primera clase en vez de tercera. Creía que iba a descansar.
A mitad del viaje el camarero visitaba ya varias veces el camarote de Chaplin y cada día aumentaba el montón de telegramas con invitaciones y peticiones. El boletín del Olympic reproducía reseñas de la prensa británica:
«Chaplin vuelve como un conquistador. La marcha desde Southampton a Londres se asemejará a una entrada triunfal romana.» (United News)
«Los boletines diarios acerca de la travesía del barco y de las actividades de Charlie a bordo han sido reemplazados por cablegramas de hora en hora y en las calles vocean ediciones especiales de los periódicos sobre este pequeño gran hombre de los pies ridículos.» (Morning Telegraph)
 
En el puerto de llegada esperaba un ejército tan inmenso de "adoradores", que la policía tuvo que levantar barreras especiales para contener a la multitud. Los periódicos, como en los días que precedieron al desfile de la victoria, señalan los lugares mejores desde donde la gente puede ver a Charlie. Un titular decía: EL REGRESO DEL ACTOR VA A RIVALIZAR CON EL DÍA DEL ARMISTICIO. Otro: TODO LONDRES HABLA DE LA VISITA DE CHAPLIN. Otro: LA LLEGADA DE CHAPLIN A LONDRES DARÁ ORIGEN A UN RECIBIMIENTO ENTUSIASTA. Y en otro se leía con grandes titulares: AQUÍ ESTA NUESTRO HIJO. Hubo también algunos comentarios adversos: UNA LLAMADA A LA SENSATEZ.
En nombre del cielo, recobremos la sensatez. Me atrevo a decir que el señor Chaplin es una persona muy estimable. No me interesa mucho por qué la morriña del hogar, que tan grandemente le afecta en esta coyuntura, no se manifestó durante los años negros, cuando los hogares de Gran Bretaña estuvieron en peligro, bajo la amenaza de los alemanes. Puede ser cierto, como se ha dicho, que Charlie Chaplin hacía mejor labor representando trucos divertidos ante la cámara que cumpliendo tareas viriles con un fusil.
 
Cuando el tren entró en Londres la multitud era controlada por barreras de policías, y Chaplin tuvo que ser llevado en volandas hasta el coche que le esperaba, y cada vez que el público supo donde estaba a través de la prensa, la escena se repetiría. Años después haría un viaje alrededor del mundo que le llevó algo más de un año. La situación se reprodujo allá donde fuera, París, Tokio, Nueva Delhi o Pekín, y así continuó durante dos décadas.
El impacto de esa popularidad en su personalidad es difícil de valorar. Según las múltiples fuentes que lo recuerdan y lo conocieron, a menudo no era fácil de tratar. Sus admiradores justifican en base a su timidez, las reacciones de ego desproporcionado, que no resultan superiores a muchas de las que se observan en los populares de la actualidad. Disfrutaba del anonimato paseando de noche por los barrios menos acomodados de los Ángeles y su infancia miserable era una referencia permanente en sus análisis. En relación a sus amores, la manera que tiene de relatar su experiencia para sus memorias, resulta de una sequedad que entristecería al menos romántico. Los focos nunca dejaron de iluminarle.
 
Carlos López-Tapia
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