Mr. Pinkerton y la cabeza de "Sleepy Hollow"
Me llegó la información de la crisis nerviosa que sufriste al saber que Nadal no llegó a la final de Roland Garros. No te vengas abajo; como ocurre en las películas deportivas, al final el bueno se saldrá con la suya y ganará el próximo año.
Te escribo con sudor en la frente y con los calores que empiezan a asomarse por las calles de Madrid. Seguramente me coja unas vacaciones antes de lo previsto, ya que mi último caso me ha agotado en todos los sentidos. Muchacho, en esta profesión quien más y quien menos te sorprende sobremanera. Hace dos semanas se presentó en la oficina un hombre de baja estatura con pintas de no haber roto un plato en su vida. Venía con una caja bien cerrada que resultaba de lo más sospechosa. No sé por qué, pero en ese momento se me vino a la mente el sorprendente final de “Seven”, y me temí lo peor. Llamé rápidamente a Marga para asegurarme de que estaba bien, y así fue, me dijo que estaba en la cola de la carnicería, que tenía el 47 y que iban por el 32.
El hombre bajito no paraba de sudar; le temblaba la voz y parecía haber cometido el mayor de los crímenes dada su mirada de culpa y arrepentimiento. “Mr. Pinkerton, confieso que… he pecado. He vulnerado el séptimo mandamiento de la Ley de Dios”. Entonces el buen hombre estalló en lágrimas, y un escalofrío recorrió mi cuerpo, pues ese hombre acababa de confesarme que había matado. “Que no hombre, que el séptimo mandamiento es << No Robarás >>” Y entonces respiré más tranquilo. Muchacho, yo era el único de la clase que suspendía religión…
“Dentro de la caja hay una cabeza. La cabeza de Sleepy Hollow”. Le estaba echando de mi despacho cuando me aclaró que lo que había robado era la cabeza usada en la película de Tim Burton. Y entonces me retracté y le invité a proseguir con su historia. Ya conoces mi cinefilia empedernida, y desde que vi “Ed Wood” realizo adoraciones trimestrales al bueno de Burton. El hombre bajito me comentó que fue de viaje de novios a Nueva York, y que fue a visitar con su mujer el Museo MoMA, en el cual se está preparando una exposición sobre el mundo de Burton. El hombre se metió donde no debía y acabó en un almacén donde estaban más de 700 objetos usados en sus películas. Al ver la cabeza de “Sleepy Hollow”, no pudo resistir la tentación y se fue con dicha extremidad dentro de su camiseta, haciéndolo pasar por una barriga cervecera.
No le fue difícil justificar en el aeropuerto qué hacía con esa cabeza, puesto que les dijo a los policías que venía del Congreso Internacional de Creadores de Cabezas de Goma, y le creyeron. En ese momento, empecé a preguntarme qué pintaba yo en toda esta trama, y el hombre bajito no tardó en aclararlo: “Mr. Pinkerton, soy testigo de Jehová, y los de mi religión no podemos robar, y tampoco donar sangre. Al llegar a Madrid, me entró un gran remordimiento, así que le pido que devuelva la cabeza al museo sin que nadie se dé cuenta, como si no hubiese pasado nada”.
Muchacho, no era un cometido que me resultara atractivo, pero tenía muchas ganas de ver los objetos del mundo de Tim Burton, y eso fue lo que me convenció. Dos días más tarde, me encontraba ya en el aeropuerto Kennedy con la cabeza de "Sleepy Hollow" en mi equipaje. No me fue difícil justificar qué hacía esa cabeza en mi maleta, puesto que les dije que venía al Congreso Internacional de Creadores de Cabeza de Goma, y me creyeron. Me alojé en un hotel cercano al museo, y tras recuperarme del jet lag me fui al MoMa para dar una vuelta de reconocimiento e inspeccionar el lugar. Todo tenía que estar bajo control, ya que no me apetecía compartir celda durante años con un camello de Brooklyn con las palabras “love” y “hate” escritas en sus nudillos... Al día siguiente, me fui al Central Park para pensar y caminar durante horas, para argüir el plan perfecto, casi como si se tratase de un guión cinematográfico. Nada podía fallar o me veía enchironado durante años y mandándote mis cartas desde la celda 323…
Al cabo de varias horas, y tras pasear en barca por el lago artificial, ya tenía mi plan perfectamente encadenado. Ya sólo faltaba hacerlo realidad y que… nada fallara. A la mañana siguiente, a las 10 de la mañana, me encontraba en la puerta del MoMA con la cabeza metida en una bolsa, así tal cual. Al entrar, les dije a los de seguridad que estaba en el descanso del café del Congreso Internacional de Creadores de Cabezas de Goma, y me dejaron pasar. Me di cuenta de que con esa excusa podría llegar hasta el mismísimo Despacho Oval. Una vez dentro, continué con mi plan para colarme en las dependencias. Dado mi gran parecido con Sean Penn, le dije al responsable del acceso al almacén que yo era dicho actor, y que deseaba visitarlo, pues iba a trabajar en la siguiente película de Tim Burton y quería entrar en su mundo de objetos para meterme en el papel. El tipo me dejó entrar no sin antes decirme que le encantó mi actuación en “Peggy Sue se casó”. Curiosamente Sean Penn no actuaba en esa película, pero le seguí la corriente para que no alterar el buen ritmo del plan.
Una vez en el almacén, me quedé impresionado con lo enorme que era, y la gran cantidad de objetos que allí se encontraban. Cientos de cajas albergaban todo tipo de objetos, seres inertes… los extraterrestres de “Mars Attacks!”, el pulpo gigante de “Ed Wood”, el traje de Michael Keaton en “Bitelchús”, el batmóvil de “Batman”, ¡las manos-tijeras de “Eduardo Manostijeras”…!. Muchacho, te confieso que no pude evitar que se me escapara una lagrimita. Pensé que cómo era posible que de una sola cabeza pudiesen salir tantos mundos, tantos personajes extraños, tanta fantasía… Y ahora me tocaba localizar el estante donde se encontraba la caja vacía de la cabeza de “Sleepy Hollow”. Menos mal que los yanquis son muy ordenados y lo tenían organizado por orden alfabético, así que no tardé en localizarlo. Una vez allí no pude evitar probarme el traje de Pingüino, aunque me quedaba demasiado estrecho. Estuve tentado a probarme el de Catwoman, pero si alguien me hubiese visto así se podría haber producido un equívoco de grandes consecuencias. Antes de cometer cualquier locura, decidí salirme no sin antes mirar atrás y contemplar, desde lo alto de la escalera, todos esos cientos de objetos que suponían la exteriorización de la creatividad de Tim Burton, su complejo mundo que tanto gusta a su legión de admiradores.
¡Saludos, muchacho!
Gran Articulo Mr. Pinkerton, quien pudiera estar allí estas navidades, a poder ser, para disfrutar de esa maravilla.