Coleccionable Chaplin: La muerte de Charlot
Querido Teo:
La decisión de acabar con el vagabundo llegó a ser inevitable, y para conseguirlo bastó con hacerle hablar, aunque Chaplin no pudo calcular las enormes consecuencias que tendrían, en su propia vida, aquellas primeras y últimas palabras de Charlot. La actitud de Chaplin ante el cine hablado fue pasando por la incredulidad, la rebeldía, el temor y la aceptación. Tenía buenos argumentos estéticos pero era consciente de que su genio estaba en la combinación de sus extraordinarias cualidades personales más un cine limitado a la imagen, y al que se había adaptado mejor que nadie. Sabía que no podía repetir algo así con el cine hablado, y lo sabía porque lo estudió a fondo desde el primer momento, como declaró a León Bailby en octubre de 1930: “Desde la venida de los primeros «talkies«, me impuse la regla de ir, casi cada noche, a algún cine con equipo sonoro, para estudiar las películas que se presentaban y cómo reaccionaba el público... espero no tener prejuicios, pero después de haber visto muchas películas habladas, mantengo que la tontería más grande de mi vida sería la de abandonar por ellas la pantomima...»
Para los estudiosos más admiradores es evidente que hubiera podido doblegarse a la moda y hacer cine hablado, porque conocía el teatro y había cantado en el «music-hall». Pero esta es una evidencia inprobable y lo cierto es que le daba miedo el caso de sus amigos Douglas Fairbanks, Mary Pickford y John Gilbert, víctimas de los primeros «talkies». La voz de Chaplin a veces era muy aguda, y su acento «cockney» del Londres popular, hubieran desagradado.
Pero no sólo era eso, sino que su genialidad no estaba en la palabra. «He repasado mentalmente, algunos de los episodios más señalados de mis películas antiguas, tratando de discernir si las palabras que hubiera podido añadir hubiesen mejorado de algún modo esas diferentes escenas… Rememoré así la escena de la carta en “Armas al hombro”, la fiesta frustrada de “La quimera del oro”, la escena del camión en el que vuelvo a encontrar a Jackie en “El chico”, etc., y me confirmé en mi primera resolución: la palabra no les habría añadido nada, al contrario.» Su talento era de tal magnitud que años después de su desaparición, no sólo insistía en continuar haciendo cine mudo, sino que cada estreno superaba el éxito del anterior, hasta que comprendió que convertirse en un anacronismo acabaría por dar un mal final al éxito de su personaje. “Aunque Luces de la ciudad fue un gran triunfo y produjo más dinero que ninguna otra película hablada de aquella época, me parecía que rodar otra película muda sería cargarme con un pesado handicap; estaba, además, obsesionado por el temor deprimente de aparecer pasado de moda. Por artística que fuese una buena película muda, tenía que admitir que el cine sonoro daba una mayor presencia a los personajes…En alguna ocasión examiné la posibilidad de hacer un film hablado; pero sólo de pensar en ello me ponía malo, porque me daba cuenta de que nunca podría alcanzar la excelencia de mis películas mudas. Aquello significaría acabar totalmente con el carácter de mi personaje. Algunos me sugerían que hiciese hablar al vagabundo. No se podía ni pensar en esto, pues a la primera palabra que yo profiriese me transformaría en otra persona. Además, la matriz de la que había nacido era tan muda como los andrajos que llevaba.”
Incluso sus primeras películas no dan esa sensación de haber caducado que provocan todas las de la misma época, porque mientras los otros actores del cine mudo sustituyen la falta de palabras exagerando la expresión de los sentimientos con el gesto y el movimiento corporal, Chaplin no lo hace. Su arte jamás lo relacionó con el teatro, del cual tomaron algo casi todos los actores de la pantalla. Además Chaplin mima su diálogo en lugar de fingir hablarlo, y ese es un hallazgo personal que evita el sentimiento en el espectador de que no oye a los personajes . Partiendo de las imperfecciones del cine mudo, Chaplin había llegado a la perfección.
Acabar con algo perfecto debió de resultar muy doloroso pero, por fin Chaplin lo aceptó y su talento le llevó a buscar la manera de “asesinar” al vagabundo. El criminal no sería cualquiera. El pequeño Charlot se había enfrentado al poder del dinero, al del amor y al de las leyes, ahora se enfrentaría al poder más brutal de su tiempo, a Hitler. Durante “El gran dictador”, Charlot-Barbero apenas abre la boca, incluso antes de decir un simple “si” o “no”, primero hace el gesto de cabeza. Chaplin espera hasta el final de la película para obligar a Charlot a hablar de verdad, cuando ya no queda más remedio que acabar. Disfrazado con el uniforme del dictador, ocupa el lugar de Hynkel/Hitler. Podemos suponer el miedo que le asalta. Es un momento patético y simbólico porque Chaplin deposita ahí su propio drama ante el cine hablado. Cuando el barbero se levanta y se dirige al “odiado” micrófono, su angustia concuerda con la que debió sentir Chaplin al tomar la decisión. Charlot debe hablar, va ha hablar, y Chaplin sabe que en ese minuto los dos se juegan su existencia. Y entonces Chaplin renuncia a su arte, abandona su cine, sostiene el rostro desnudo en un primer plano sobre la pantalla. Nada de montaje, nada de mímica interpretativa, Todo va a ser voz, y habla al mundo porque sabe que verán la película, hasta tal vez intruya que en algunos lugares la prohibirán. En el tiempo de la su «homilía», que dio la vuelta al mundo también en forma escrita, muere Charlot. El gesto del vagabundo se va transformando lentamente en el rostro de Chaplin. El creador reaparece a los 25 años de su creación. El ciclo se ha completado. Charlot ha muerto. Da igual, ya era inmortal.
Carlos López-Tapia