Querido sobrino:
Esta mañana tu tía Claridge y yo hemos visitado la casa de D'Annunzio, gran poeta, gran histrión y decorador enloquecido. Hemos pasado la mañana suave que nos ha regalado el clima del valle del Arno, moviéndonos entre esculturas y mobiliario. La mayor parte de los otros visitantes eran inglesas muy maduras y gays. Mejor sensibilidad la de los últimos para este espectáculo.
Salvando distancias y una veintena de años en el tiempo, he mezclado esta casa con tu interés por Katharine Hepburn y el resultado ha sido la casa de George Cukor. Posiblemente la casa que la actriz consideraría más parecida a un hogar como el que había dejado a los 19 años.Creo que el lugar donde llegó a ser más feliz.
Cukor se convirtió para ella en ese amigo íntimo, gay, con casa siempre abierta, muy valorados por algunas sesnsibilidades femeninas. Había sido su primer director, el que había creido ver algo en su prueba de cámara.
En realidad había hecho mucho más. El primer día, la primera vez que se sentó frente a él en su pequeño despacho de la RKO, la había desafiado. Cukor tenía 33 años pero aparentaba 50. Era bajo, fornido, rechoncho y peludo. No ocultaba su homosexualidad, y tampoco que era judío. Su padre era un inmigrante húngaro que apenas hablaba inglés, y su educación se reducía a un Instituto vulgar de Nueva York.
Un antípoda de la aristócrata WASP que tenía delante.
Hepburn rechazó inmediatamente los bocetos de vestuario porque quería que su personaje vistiera de Chanel.
«Oh, ¿de verdad?», replicó el director. «¿Y qué piensa de lo que lleva usted?»
Kath miró su traje de diseño. «Creo que es muy elegante.»
«Bien, yo creo que es una mierda», le dijo Cukor. «Podemos proseguir a partir de ahí.»
Efectivamente prosiguió porque luego la había enviado a lavar, cortar el pelo y maquillar. no se sintió rebajada porque sabía que cobraba lo mismo que el director. A pesar de su aspecto de oso, Cukor no amilanó a Kate, aunque dejó clara la idéa de que no le impresionaba su pedigree del Este.
Bastó aquella primera película para convertirlos en amigos , hasta el punto de que es el único que merece capítulo propio en los recuerdos publicados por la actriz, además de Tracy.
Cukor tenía un terreno bien situado y su casa fue creciendo. Kate se pasea por ella en sus memorias, con tanto detenimiento, que el paseo ocupa más espacio en la selección de sus recuerdos, que otros más esperables.
Continuaré paseando por aquí. Pasea tu con Kate….
“¡Ya no era una casita! Había que gobernar todo aquello: una gran despensa... una enorme cocina... ocho quemadores... dos neveras... un lavadero... y las escaleras traseras, que conducían a tres lujosos dormitorios para el servicio y un cuarto de baño. Uno de los dormitorios primitivos se convirtió en despacho; el otro, en biblioteca. Allí nos sentábamos cuando estábamos en la intimidad. George agregó una chimenea. Tenía muchos libros. Sobre la mesa, una fotografía autografiada de Jack Kennedy y Jackie, otra de Maugham, otra de Spencer. Hasta una estatuilla mía vestida de Cleopatra. Oh, sí, estaba allí. A veces me cambiaban de sitio, pero no importaba: era de la familia
Y ahora viene lo grande: la ampliación de la casa. Demoler la pared sur que da a la biblioteca. Agregamos un corredor pequeño pero relativamente formal. Hay una nueva puerta de entrada. Echa el abrigo o el sombrero sobre una especie de asiento Victoriano redondo, con forma de seta, o cuélgalos en el ropero, o sírvete un trago: del otro lado hay un bar diminuto
Pero si quieres una emoción fuerte, gira a la derecha, hacia el sur, y entrarás en la famosa Habitación Oval. Paredes tapizadas de cuero, techo alto, luces indirectas que separan la pared del techo. Sí, es un Bra-que. Sí, es un Matisse. Otros cinco grandes cuadros. El Braque está sobre la chimenea, y dentro de ésta nada de fuego, sino una inmensa espiga de cristal de cuarzo, regalo de George Hoyningen-Huene
En el otro extremo, un sofá embutido dentro de una ventana redondeada. Era inmenso, muy lleno de cojines, muy profundo. Frente al sofá, como mesa, el remate corintio de una columna, de la altura aproximada de una mesa, y encima una pieza de mármol para depositar las copas. Frente a la ventana y el sofá, varias sillas, dos o tres a cada costado del remate corintio. Allí bebíamos unos tragos en las grandes ocasiones. Allí nos amontonábamos; el asiento era tan profundo que, una vez sentada, ya no podías volver a salir. Bueno, continuemos moviéndonos, siempre hacia el sur. La puerta que había del otro lado del recibidor daba a las habitaciones privadas de George. Sala, galería dormitorio, baño de mármol blanco, y colgando de las paredes un sinfín de Garbos, Ingrids, Viviens, Gladys Coop Abuela, Abuelo, Mamá, Papá (eran adorables, los conocía bien); Geo cuando era un bebé y cuando era niño. Un retrato de Natasha Paley hecho por Beatón; otro mío. Todo muy hogareño y muy privado
A la izquierda del pequeño recibidor estaba la escalera que daba a la planta inferior, con las paredes cubiertas de cartas, dibujos, pinturas, Incluso hay una mía: «La silla.» Al pie de la escalera, la habitación de huéspedes: gran cama, gran armario, chorros de luz, boles llenos de jabones perfumados, cajas de bombones, cestas de fruta, las novedades editoriales, revistas, sábanas estupendas, mantas, edredones, almohadas… silencio; toca el timbre cuando quieras desayunar. Cuando iba a la ciudad, aquella era mi habitación. George bajaba a desayunar a las seis y media de la mañana
Bueno, todo era divertido e íntimo y bonito y adorable y excitante Era un palacio de cuero tostado, madera lustrosa, altos techos, y ya podéis imaginar. Y la conversación estaba a la altura. Reíamos y disfrutábamos de la vida
Gracias, George Cukor, querido amigo, fue maravilloso”.
Tu tio Anibal L.
|