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Centenario Wilder: Sus amores
21 de Agosto de 2006

Querido diario:

Me apetecía saber cosas sobre la experiencia amorosa y sexual de ese ligón empedernido que fue Wilder. Aquí puedes enchufarte un mp3 de Mary War sobre el tema.
Wilderysusamores.mp3

Y mientras lo escucho, me quedo leyendo lo que aparece esta mañana en el chip cerebélico de Carlos L-T:

Billy atravesó las primeras etapas sexuales de su adolescencia, es decir la etapa masturbatoria-obsesiva, de la manera clásica a principios del siglo XX.

Siendo adolescente en Viena, se sintió muy atraído por una chica llamada Greta, a la que conoció jugando al tenis en el parque. Como no tenía casi experiencia, le pidió consejo a un amigo que le recomendó el “ataque cinéfilo”.

Billy invitó a Greta a ver una película titulada “Tormenta de pasión” y, en el momento propicio, metió la mano entre sus piernas. Wilder se divierte contando que Greta gritó con tal fuerza que se encendieron las luces de todo el cine; cuando uno de los acomodadores dio con ellos, su mano seguía atrapada entre las rodillas huesudas de Greta.

No contribuía precisamente a relajarle que desde la ventana de la escuela, se pudieran fisgar las ventanas de la casa que había al otro lado de la calle, una de aquellas pensiones de mala muerte que los vieneses denominaban «hotel por horas».

Wilder logró finalmente estrenarse después de valorar con tiempo a las candidatas, elegir a “Fritzi la Roja” y registrarse en la pensión con el nombre de su profesor de francés.

HedyLamarr.jpg«Durante toda mi vida me he imaginado cómo podría hacerme rico gracias a un invento para “después”. Por supuesto el sexo es lo más importante, esto no se cuestiona, pero lo más difícil es el “después”. El diálogo es penoso, se plantean preguntas absurdas como: “¿Qué piensas ahora de mí?” o “¿Me quieres de verdad?”, “tanto como antes?”. En lugar de todas estas preguntas, sencillamente habría que pulsar un botón. Al instante el colchón giraría 180 grados, la dama con la que estabas desaparecería, mientras que en el otro lado del colchón aparecería una mesa de juego con cuatro sillas, tres compañeros de bridge, y las cartas ya estarían repartidas. Como he dicho, podría hacerme rico con un invento de este tipo».

Wilder era el típico joven libertino: «Dudo que tuviera dos citas con la misma chica», contó el recepcionista del hotel donde se instaló en Hollywood, a uno de sus biógrafos.

Wilder había sido un exhibicionista, snob y arrollador, con lo que llamaba rápidamente la atención de las mujeres. Conoció a varias en el Berlín más vividor y Los Ángeles era la otra ciudad del planeta más adecuada para el sexo.

Hasta que unos amigos le presentaron a Judith Frances Coppicus, una mujer alta, inteligente, culta y atractiva. Hablaba francés, era de Nueva York, cinco años más joven que Billy, morena y con los pómulos pronunciados que le gustaban. Era divertida, ingeniosa, versada en arte, y también pintaba. Judith era grácil y atlética, sabía moverse y tampoco venía mal que tuviera algunos contactos en el negocio del espectáculo. Su padre era el jefe de la agencia Columbia Artists. Vestía con elegancia y sabía moverse con soltura por el competitivo mundo social de Hollywood.

Después de casarse tuvo dos hijos, el niño moriría, y consiguió convencer a Billy para mudarse a una casa en las afueras. Le encantaba estar alejada del estridente y competitivo Hollywood. Le gustaba cuidar a su hija, cabalgar por las descuidadas colinas y trabajar en su jardín en soledad. Billy odiaba los caballos, odiaba la tranquilidad, odiaba la soledad.

Su ideal incluía bandas de jazz y buena cocina. Judith era mucho más conservadora que Billy, pero cuando no estaba de acuerdo, sabía replicar las ironías de Billy y devolverle las pullas.

La intimidad de la que Billy disfrutaba en el trabajo, ir siendo rico y famoso, tal vez, también el dolor por la muerte de su hijo, se juntaron para que Billy entrara en un periodo de promiscuidad precisamente en el momento en que realizaba "Perdición".

DorisDowling.jpgSegún ha reconocido el propio Wilder, las mujeres le llamaban a todas horas y él respondía. Estaba echando a perder su matrimonio con una sucesión de relaciones fáciles, mientras trabajaba en la relación sexual más tensa, seductora y corrupta de su carrera.

Entre las chicas que conoció, en 1943 le impresionó Doris Dowling. Tenía 21 años, era una aspirante a estrella que venía de Nueva York.

Era una mujer despampanante. En "Días sin huella", Wilder la presenta enseguida después de que Milland se tome su primera copa. Hasta ese momento, Milland interpreta a un hombre angustiado, en tensión, rígido ante un mundo hostil. Entonces se toma un trago y el cuerpo se le relaja y se transforma en un hombre agradable y conversador, pasando un buen rato en un bar.

dorisdowling_lostweekend.jpgEn ese instante, Wilder corta a un plano general en el que una joven se levanta de una mesa. Lleva una blusa negra de encaje, ceñida , cerrada en la parte de arriba pero abierta por la espalda, con un sujetador blanco para evitar la censura; una falda negra ajustada que realza el ángulo de sus caderas; medias completamente negras, y zapatos también negros de tacón alto.

Avanza con resolución y aplomo, despacio. La cámara la acompaña, como si fuera incapaz de apartarse de ella. Se coloca detrás de Milland en la barra, le pasa el dedo por la nuca y, dice con voz baja y cargada de humo: «Hola, señor Birnam. Me alegro de tenerlo de vuelta en la organización».

Entonces ella le señala con el índice, lo dobla y chasquea la lengua al disparar, sin perder el ritmo. La cámara sigue fija en la actriz cuando sale de la sala. Queda del todo claro lo que Billy veía en Doris Dowling.
En el siguiente video puedes verla en acción.

Ambos se veían con tanta frecuencia que sus amigos dieron por sentado que cuando se divorciara de Judith acabaría casándose con Doris.

Fue en ese momento cuando Billy conoció a Audrey Young, la mujer con la que iba a pasar el resto de su vida. No tardó en estar metido en una agenda complicadísima de compromisos inventados y citas suspendidas para poder engañar a su joven amante de 21 años, con la que a su vez estaba engañando a su mujer.

Buscaba tiempo para ver a la moderna cantante de Big Band que había contratado para un papel secundario en Días sin huella.
Audrey Young era tan guapa como Doris Dowling, aunque sin su figura exquisita, era esbelta como un junco. A sus 22 años tenía algo de chica alegre, Una melena morena corta, fría de voz cálida. Brillante, hermosa y tan dura como Billy. No tenía un pelo de tonta.

audrey_wilder2.jpgAudrey recuerda que su primera cita fue en secreto, no por Judith, sino por Doris. Todo fue más fácil al irse de gira por la Costa Este con una banda, Pero cuando se encontró sola por la noche en las habitaciones impersonales de hotel, empezó a llamar a Billy a Hollywood, a cobro revertido, y el hecho de que él aceptara las llamadas, Audrey lo interpretó como una prueba irrefutable de interés por ella.

Billy acabó su relación con Doris Dowling, y fuera cierta o no su aventura con Hedy Lamarr, el 30 de junio Billy se casó con Audrey en Nevada.

Billy contó: «Nos fuimos a Nevada, donde puedes casarte en tres minutos por dos dólares». Fue muy apresurado, pero no careció de un toque de romanticismo: «Le compré un ramo de flores».

audrey_wilder.jpgAudrey añadió: «La mañana que íbamos a salir para casarnos, se presentaron en casa. Billy tenía un Cadillac descapotable. Nos subimos todos y partimos hacia Linden, Nevada. Yo dije: "Vale, quiero cambiarme". Llevaba puestos unos vaqueros (o la versión de los vaqueros de aquella época) y una sudadera. Y él me contestó: "No. O te casas tal como vas o no te casas". Nos detuvimos en San Fernando Valley, en una joyería que había en la carretera, y me compró mi anillo de boda. 17,95 dólares».

Audrey sería su esposa definitiva, la mujer que le acompañaría el resto de su vida y que concentró en una entrevista su relación al cabo de los años con estas palabras: «No hay muchos hombres como Billy Wilder, eso se lo puedo asegurar. Es difícil. Pero todos los grandes hombres lo son, ya lo sabe. ¿Qué le vamos a hacer? Va en el paquete. Tal vez haya sido un dolor de cabeza, pero nunca me ha aburrido. Nunca. Jamás.»

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