Querido diario:
De seguir vivo, John Huston habría cumplido hoy 100 años. Para muchos un gran nombre del cine, para otros un realizador irregular que hizo cosas buenas pero también malas. Como dijo Trueba sobre su cine: "Hay películas de Huston inolvidables, mientras que hay otras que querrías olvidar cuanto antes"
A pesar de ello demostró su gran talento narrativo y fue único realzando la figura del perdedor, mezclando la lucidez y la desesperanza en películas que abarcaban géneros tan diversos como el cine negro, el de aventuras, cine de época emocional y películas de gran originalidad para la época.
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Hijo de actor y padre de actores, John Huston nació el 5 de Agosto de 1906 en Nevada estado de Missouri, lugar en el que más de una vez encuadraría algunas de sus películas más destacadas. Su padre era el actor Walter Huston y su madre la periodista Thea Gore.
En su infancia, la enfermedad estuvo muy presente. Recibió incluso dos extremaunciones cuando parecía que su débil corazón estaba dispuesto a pararse para enviarle a la tierra de los que nunca vuelven. A pesar de ello, y conforme iba cumpliendo años se convertía en un joven atlético que llegaría a ser campeón de boxeo y que se enrolaría en el ejercito revolucionario de Pancho Villa como agregado militar estadounidense debido a su pasión por los nuevos aires del país mexicano, lugar por el que siempre demostró una admiración especial.
Al volver a Estados Unidos realizará multitud de trabajos, prestando sus bíceps y su maña para trabajos poco renumerados, al mismo tiempo que iniciaba su carrera literaria escribiendo relatos para el American Mercury y poco después ejercía de pintor callejero en la capital de Francia.
Esos años intensos culminarían con su boda a los 20 años y con sus pinitos como actor, profesión que empezó como una más pero que debido a lo que había mamado desde pequeño de la mano de su padre se convirtió en pasión.
Comenzó como extra en películas como “El testaferro”, “Santos del infierno” y “The storm”, pero enseguida volvió por los fueros del arte de escribir y escribió guiones en gran parte de las producciones de la década de los 30 y los 40. De su pluma salieron dos grandes películas de William Wyler como “La casa de la discordia” y “Jezabel”, así como otras producciones de diversos realizadores como “El sargento York”, “El doble crimen de la calle Morgue” y “El último refugio”.
Precisamente, “El último refugio” coincide con el año de su debut como realizador. Estamos en 1941 y Huston da el salto a la dirección con “El halcón maltés”, en la que también escribió el guión. Estas dos películas tienen como punto en común a su protagonista, Humphrey Bogart. Huston convenció al máximo representante del cine negro para que encarnará al detective privado Sam Spade, un hombre oscuro que iba en busca de la estatuilla del halcón.
En el foro, le homenajeamos esta semana con un cinefórum especial en el que visionamos su primera película como director. Un debut por la puerta grande como fue "El halcón maltés" y que es, sin duda, uno de los títulos más representativos del género, y a pesar de ser la película de un debutante en ella ya pudimos apreciar grandes dosis de talento, convirtíendose en una de las mejores películas de Huston.
Todo comienza el día en el que entra una mujer en el despacho de los detectives Spade y Archer con un encargo normal y corriente, vigilar a un hombre. Pero las cosas no suceden como deberían, algo ocurre que induce a sospechar a Spade que no es del todo verdad lo que esa mujer le contó, y sus sospechas se confirmarán cuando aparezca en el despacho un pequeño personaje llamado Joel Cairo que está buscando “el pájaro”. Spade se verá combatiendo en varios frentes, tratando con gente de la que no sabe cuáles son sus verdaderas intenciones, y todo por la figura de un halcón envuelto en leyendas y hecho, como diría Shakespeare, “del material con que se forjan los sueños”.
Pero después de su gran debut, todo quedó paralizado. Igual que él, todo el mundo sufría las consecuencias de los nuevos tiempos. Había estallado la Segunda Guerra Mundial.
A Huston le pilló la declaración de guerra en pleno rodaje de “Across de Pacific”, película de espías que no pudo terminar. Pasó a formar parte del ejercito de aviación, y realizó en esos años varios documentales de corte militar con los que, al menos, pudo ir eliminando el mono de la que ya era su pasión: el hacer películas.
Los tres documentales que rodó Huston en esta época son: “Report from de Aleutians”, “The battle of San Pietro” y “Let there be light”, en la que el Huston trataba uno de los temas más apasionantes de acción de la psique humana, como la hipnosis.
Abandonamos esta época tan cruenta para todos los ámbitos, y volvemos a la continuación de la carrera de nuestro protagonista una vez terminado el conflicto bélico. En 1947, dirigió uno de sus mayores éxitos llamado “El tesoro de Sierra madre” en la que volvió a contar con el eficiente Bogart en el que puso algo más de expresividad de lo habitual para interpretar a un buscador de oro en la sierra africana. ¿Consecuencias?. Gran éxito de crítica y público y dos Oscar que Huston no se hubiera imaginado ni en sus mejores sueños años antes. Se llevó a caso la estatuilla al mejor guión y al mejor director, haciendo ganar además a su padre el Oscar al mejor actor de reparto.
Un Huston que comenzaba a ser el director del momento retornó al cine negro para traernos “Cayo largo” en la que su actor fetiche Bogart volvía a aparecer en pantalla formando un más que interesante triangulo que tenía como otros dos vértices a Lauren Bacall (reciente señora Bogart en ese momento) y Edward G Robinson. Trío formidable con un Robinson que reverdecía laureles después de ser quien mejor había interpretado a la clásica figura del gangster de la depresión y una Bacall que excitaba y ponía nervioso a partes iguales a un Bogart cada vez más identificado con los papeles de perdedor que interpretaba en esos años.
Faltaba culminar su vuelta al “film noir” con “La jungla de asfalto” en 1950 en la que Huston ahondaba más en el ambiente gangsteril relacionando a los miembros del hampa con hombres de negocio que, en teoría, ondeaban la bandera de la decencia contra viento y marea. Huston creó, quizas, uno de sus films más maduros descorriendo la débil tela que cubría la corrupción de poder social.
Huston ya era grande, a pesar de su primer gran fracaso en 1951 con “The red badge of courage” en la que se internaba en la guerra civil americana, y comenzaron sus persistencias para lograr hacer todo lo que el consideraba necesario para rodar una película. Se fue a El Congo en 1952 y a pesar del calor, los mosquitos, y la peligrosidad del lugar, Huston nos regaló "La reina de África" en un estupendo y revolucionario para el momento Technicolor, película algo más ligera y de temática aventurera en la que Bogart dejaba a un lado su género favorito pasando a ser un aventurero que se tenía que hacer cargo de una mujer más que puritana interpretada por Katharine Hepburn. Los actores acabaron hasta los mismísimos del rodaje, de las exigencias de Huston y de los insoportables mosquitos, aunque Bogart pudo llevarse una alegría para su cuerpo y su ego cuando, una vez aliviadas las picaduras, recogió su único Oscar al mejor actor. Huston le había regalado el papel con el que Bogart se sacaba la espina de haber sido ignorado por la Academia durante más de dos décadas. Fue una manera en la que el realizador agradeció toda la confianza que Bogart había depositado en él desde sus primeros trabajos.
En esta década, Huston apostó por todo menos por el encasillamiento. El realizador que parecía destinado a basar su carrera en el cine negro, se rebeló y después de “La reina de África” siguió demostrando su talento e 1953 con su “Moulin Rouge” en el que biografiaba al pintor Toulouse Lautrec bajo a un Paris finisecular que parecía pintado por el propio Lautrec, encarnado por un magistral José Ferrer que fue en volandas a recoger el Oscar con el que la Academia reconocería su actuación. Huston comenzaba a ser reconocido también como un buen director de actores, y además un descubridor de nuevas vertientes para los intérpretes con los que trabajaba después de ver a Bogart y Ferrer en sus dos últimas películas.
En 1956 llegó lo más difícil todavía y se atrevió a dirigir la adaptación de la epopeya de Melville “Moby Dick”, contando con Gregory Peck y con un impactante Orson Welles. Nos parezca como nos parezca la película, Huston volvía a conjuntar una portentosa fotografía de la mano del director de fotografía Oswald Morris en la que con colores fríos los fotogramas pasaban ante nuestros ojos como si estuviéramos ante fotografías propias del siglo XIX.
En los momentos en los que nos encontramos, Huston ya había renegado del sistema de la industria hollywoodiense por lo que se fue a Irlanda, lugar que sería su segunda patria y donde residiría más de dos décadas.
La relación amor-odio que tan buen resultado le dio en “La reina de África”, tuvo su continuación en “Sólo Dios lo sabe” (1957), que reunía en una isla del Pacífico a un militar y una monja interpretados por Robert Mitchum y Deborah Kerr, y “El bárbaro y la geisha” (1958), que se desarrollaba en el Japón del siglo XVIII con John Wayne y Eiko Ando.
Estos años no serían tan exitosos para Huston. Son películas consideradas menores y que no tienen ingredientes para pasar a la historia del cine. Estamos ante uno de los momentos críticos de su carrera en el que el propio director estaba desengañado de hacer películas y parecía que las rodaba con cierto hastío. Recobró el pulso en 1960 y con un western llamado “Los que no perdonan” con Audrey Hepburn como uno de los ingredientes más sugerentes.
Este resurgimiento se consolidaría en “Vidas rebeldes” (1961), en la que adaptando a Arthur Miller reunía a una serie de mitos caídos que tenían la muerte cerca como Marilyn Monroe, Clark Gable y Montgomery Clift. La rodó en Nevada, el lugar que nació, y estamos ante uno de sus mejores trabajos por la fuerza del mismo con el fracaso existencial como fondo, sensación que rondó siempre la cabeza de Huston y que plasmaría un año después nuevamente en “Freud, pasión secreta” en el que volvía al terreno de la mente humana, tema por el que comenzó a interesarse en plena Segunda Guerra Mundial.
Huston estaba al borde de ser sesentón y comenzó a espaciar sus trabajos. Ya no rodaba una película cada año, sino que decidió hacer un cine aún más cuidado técnicamente y sin la presión de los estudios decidió dirigir lo que realmente quería, y por ello llegó una época de película bastante mediocres que aumentaron su fama de irregularidad como “La biblia” (1966) o “Casino Royale” (1967).
Ya habría entrado en la historia del cine sólo por lo que había dirigido hasta el momento, pero aún estaba por llegar varias joyas que demuestran que la arruga es bella, y en este caso artísticamente y como director lo era.
“Reflejos en un ojo dorado” (1967), que se adelantó a “Brokeback Mountain” adentrándose en la homosexualidad de un militar, y en la que como en casi toda su obra volvía a adaptar una obra de éxito. Sería con “Fat city” (1972) donde comenzaría una etapa final apoteósica. Fantástica película en la que vuelve al tema de los sujetos perdedores en pleno ambiente pugilístico, sitios que el conocía muy bien por sus años mozos.
“El hombre que pudo reinar” (1975), “Sangre sabia” (1979), “Evasión o victoria (1981), “Annie” (1982) y “Bajo el volcán” (1984) son sólo las precedentes de sus dos magistrales últimas películas. En 1985 dirige “El honor de los Prizzi” en la que disecciona y critica a la mafia norteamericana, encumbrando además a su hija que se convertía en otra artista que ganaba con él el Oscar. Los estudios desconfiaban de esa chica desgarbada y narigona, pero Huston les hizo ver que su hija tenía talento. Primero en “Paseo por el amor y la muerte” y después en “El honor de los Prizzi” en la que Angelina ganaría el Oscar a la mejor actriz de reparto, dándole su padre el testigo del arte de esta destacada saga familiar. La única persona que ha sido capaz de dar tanto a su padre como a su hija un Oscar. Esta película fue muy especial para Angelica Huston ya que además compartía pantalla con el que había sido su compañero desde hacía 17 años, Jack Nicholson.
Y llegó el último acto, el de un hombre que hasta el último minuto de su vida nos dio cine, haciéndolo de la mejor manera con su última trabajo. En “Dublineses”, un Huston enfermo, en silla de ruedas y con máscara de oxígeno, realizó un homenaje a Irlanda, la tierra que le había acogido después de su desengaño de la maquinaria de Hollywood adaptando un relato de James Joyce destacando una escena imborrable como la que la cámara se fija en la ventana mientras caen los copos de nieve con una voz en off que cierra la obra de Huston en la que repasa la necesidad de recordar y la nostalgia de los años de juventud.
Todos sabían que era su última película, el también, y por ello llevó a cabo el mejor broche de oro posible para una carrera ejemplar, pero también irregular, en la que él como artista hizo el cine que quiso logrando descubrir actores, resucitar varios géneros y regalarnos algunos momentos más que destacados de la historia del cine.
Con un Oscar como guionista y otro como director por “El tesoro de Sierra madre” y otras cuatro nominaciones como realizador por “La jungla de asfalto”, “La reina de África”, “Moulin Rouge” y “El honor de los Prizzi”, John Huston moría en Rhode Island el 28 de Agosto de 1987. Lo hizo con una sonrisa en los labios, seguramente debido a la satisfacción por el deber cumplido.
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